jueves, 27 de diciembre de 2012

ORACIÓN PARA FIN DE AÑO


 
 
 
 
En estos últimos momentos del año que ya termina,
heme aquí, Señor, en el silencio y en recogimiento
para decirte GRACIAS,
para solicitarte: AYUDA,
para implorarte: PERDÓN.


GRACIAS,
Señor por la paz, por la alegría,
por la unión que los hombres, mis hermanos, me han brindado,
por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron.
Por esa mano oportuna que me levantó,
por esos labios cuyas palabras y sonrisa me alentaron,
por esos oídos que me escucharon,
por ese corazón que amistad, cariño y amor me dieron.
Gracias, Señor por el éxito que me estimuló,
por la salud que me sostuvo,
por la comodidad y diversión que me descansaron.
Gracias, señor... me cuesta decírtelo...
por la enfermedad, por el fracaso, por la desilusión,
por el insulto, por el engaño, por la injusticia,
por la soledad, por el fallecimiento del ser querido.
Tu lo sabes, Señor, cuán difícil fue aceptarlo;
quizá estuve al punto de la desesperación,
pero ahora me doy cuenta
que todo esto me acercó más a Ti.
¡Tú sabes lo que hiciste!
Gracias, Señor, sobre todo por la fe
que me has dado en Ti y en los hombres.
Por esa fe que se tambaleó
pero que Tú nunca dejaste de fortalecer
cuando tantas veces encorvado bajo el peso del desánimo
me hizo caminar en el sendero de la verdad
a pesar de la oscuridad.


AYUDA
Te he venido también a implorar
para el año que muy pronto va a comenzar.
Lo que el futuro me deparará, lo desconozco Señor.
Vivir en la incertidumbre, en la duda,
no me gusta, me molesta, me hace sufrir.
Pero sé que Tú siempre me ayudarás.
Yo te puedo dar la espalda. Soy libre.
Tú nunca me la darás. Eres fiel.
Yo sé que me tenderás la mano.
Tu sabes que yo no siempre la tomaré.
Por eso, hoy te pido que me ayudes a ayudarte,
que llenes mi vida de esperanza y generosidad.
No abandones la obra de tus manos. Señor.


PERDÓN
No podría retirarme sin pronunciar
esa palabra que tantas veces,
te debí de haber dicho,
pero que por negligencia y orgullo he callado,
perdón, Señor, por mis negligencias,
descuidos y olvidos, por mi orgullo y vanidad,
por mi necedad y capricho,
por mi silencio y mi excesiva locuacidad.
Perdón, Señor, por prejuzgar a mis hermanos,
por mi falta de alegría y entusiasmo,
por mi falta de fe y confianza en Ti,
por mi cobardía y mi temor en mi compromiso.
Perdón, porque me han perdonado
y no he sabido perdonar.
Perdón por mi hipocresía y mi doblez,
por esa apariencia que con tanto esmero cuido
pero que en el fondo no es más que engaño a mi mismo.
Perdón por esos labios que no sonrieron,
por esa palabra que callé,
por esa mano que no tendí,
por esa mirada que desvié,
por esos oídos que no presté,
por esa verdad que omití,
por ese corazón que no amó
... por ese Yo que se prefirió.


Señor, no te he dicho todo.
Llena con tu amor mi silencio y cobardía.
GRACIAS por todos los que no te dan gracias.
AYUDA a todos los que imploran tu ayuda.
PERDÓN por todos los que no imploran perdón.
Me has escuchado... ahora,

lunes, 24 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD


Es mejor callar

y ser

que hablando, no ser,

Dios es. Y calla.

Dios es amor. Y el amor

tiene su silencio.

¡Oh Palabra,

hecha carne

sin bullicio!

Silencio de Belén,

tu llenas el vacío

que dejan

nuestras palabras.

 

 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

NAVIDAD - EL GRITO






Navidad – El Grito

¿Dónde está Dios? He ahí la pregunta que todo hombre se ha hecho mil y una veces ante el mal que, como bandadas de asesinos, recorre la tierra entera segando cuerpos y almas. ¿Dónde está Dios?, se preguntaban horrorizados los que sufrieron en su carne los horrores de la barbarie nazi expuestos, como estaban, como animales desollados en los campos de concentración. ¿Dónde está Dios?, nos preguntamos todos ante la violencia desatada entre padres e hijos, esposos y esposas, miembros de distintas religiones, etc. ¿Dónde está Dios?, nos preguntamos todos ante los esclavos y oprimidos, los niños obligados a trabajar en las minas o a empuñar un fusil… ¿Dónde, dónde? He ahí el grito de la humanidad doliente.

¿Dónde está nuestro Dios?, se pregunta el pueblo de Israel con sus profetas al frente cuando yace postrado bajo el pesado yugo de Babilonia. De entre todos los gritos lanzados hacia el cielo por los desterrados, sobresale el del profeta Isaías. Su grito es tan estremecedor que perfora hasta los mismos cielos. El profeta no se limita a gritar dónde está Dios, sino que va más allá. Le interpela de tú a tú, casi, como quien dice, dejando de lado todo miramiento y clamándole más que suplicándole. “Dónde está tu celo y tu  fuerza, la conmoción de tus entrañas… ¿Por qué el enemigo ha invadido tu santuario, tu santo Templo ha sido pisoteado por nuestros opresores? Somos desde antiguo gente a la que no gobiernas, no se nos llama por tu nombre.” (Is 63,15b-18).

Una interpelación así, tan descarnada, nos da a conocer la impotencia del pueblo elegido –en realidad todo hombre- para ser fiel a Dios. Por eso el profeta culmina su clamor con un grito desgarrador: Mira, Señor, que no somos capaces de reconocerte y amarte como nuestro Dios. ¡Baja, pues, desciende del cielo y ven entre nosotros! Oigamos textualmente lo que le gritó: “¡Ay si rompieses los cielos y descendieses!”

Dios le oyó, se estremeció y descendió. Se hizo hombre, y desde entonces es Emmanuel, Dios con nosotros. Fue enviado por el Padre no para “juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,17). El Emmanuel nos miró, sufrió la conmoción de sus entrañas,  “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17).

Emmanuel, Dios con nosotros, siempre a nuestro lado, nos encuentra, como buen samaritano, tendidos a lo largo del camino de la vida (Lc 10,33) y hace suyas nuestras heridas. “…ya que también Cristo sufrió por vosotros… con cuyas heridas habéis sido curados” (1P 2,21-24). Él, el Emmanuel, es el especialista en convertir nuestras heridas y fracasos en manantiales de vida. En realidad todo esto ya había sido profetizado por el salmista: “Él sana a los de roto corazón y venda sus heridas” (Sl 147,3).

Si bien es cierto que el hombre no deja de gritar porque el mal no solamente existe sino que también le aprieta inmisericordemente, más cierto es que Dios no deja de ser Emmanuel para todos. Allí donde hay un discípulo del Hijo de Dios amando, ayudando, sosteniendo, levantando, perdonando deudas, animando, dando de comer a los hombres y mujeres que llevan impreso en su rostro la devastación del mal, ahí está Dios con ellos.

Gritos, más gritos, estremecimiento de Dios, historias personalizadas de amor del Emmanuel con cada hombre: Esto es la Navidad. Más allá del mal, los discípulos del Emmanuel somos o queremos ser “el perfume, el buen olor de Jesucristo para el mundo” (2Co 2,15).


viernes, 7 de diciembre de 2012

LIBERTAD Y DIGNIDAD


Cuando la Palabra nos arrebata hacia Dios, es tal la sabiduría que alcanza al alma que ésta se siente traspasada por la divinidad; es entonces cuando todas nuestras mediocridades se desvanecen aunque sigan estando ahí. Están pero ya no nos condicionan ni nos atan a nada. Dios ganó la partida.







Libertad y dignidad

 

Todo aquel que ha sido llamado por Jesucristo a ser pastor y que hospeda en su corazón su Evangelio está viviendo algo asombroso e inaudito: ¡convive con Dios! La Palabra albergada en su interior forma en él un corazón apto para conocerle, como nos dicen los profetas (Jr 24,7). Es un conocer con toda la riqueza afectiva que conlleva este verbo en la espiritualidad bíblica. Hablamos, pues, de pastores que conocen a Dios, y de Él reciben la capacidad de enseñar a sus ovejas a convivir con el Trascendente.

Estos pastores viven sumergidos en una existencia al mismo tiempo mundana y extramundana. Están en el mundo –su campo de misión- sin ser del mundo (Jn 17,15-16). Son pastores para todos los hombres no porque sean mejores que ellos, sino por Aquel que  vive en sus entrañas (Gá 2,20). Viven –si se me permite una especie de metáfora- al ritmo de una prodigiosa aleación de cuerpo y espíritu.

Esta forma de existir no les repliega sobre sí mismos, más bien al contrario, les impulsa a abrirse -con los tesoros que de Dios han recibido- al mundo entero sin excepción alguna; a un mundo pobre, carente y escaso de vida por la inmisericorde y brutal opresión que ejerce sobre su alma el dios-dinero (Mt 6,24); no en vano Jesús ofreció a todos los hombres esta invitación tan especial como necesaria: “Venid a mí los que estáis cansados y sobrecargados, y yo os daré descanso… Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-29). El drama que cargan tantos y tantos hermanos suyos impide a estos pastores hacer oídos sordos a sus gritos de auxilio, por lo que, al igual que Pablo, se exhortan a sí mismos: ¡ay de mí si no evangelizare! (1Co 9,16).

Bien saben estos pastores que su alianza con Dios, con el que conviven por la Palabra guardada, sólo es válida y real si se desdobla en alianza con los hombres todos, los lejanos y los cercanos. Por eso están prontos a partir adonde su  Señor les envíe. No hay frontera que se resista a una alianza tejida con los hilos del amor eterno e indestructible de Dios.

 Estos discípulos son pastores según el corazón de Dios, lo que les hace insultantemente libres. No están sujetos ni condicionados por “la última lumbrera”, cuyo esplendor no pocas veces “es como flor de hierba que se seca y desaparece” (1P 1,24). Son auténticos hombres de Dios que Él regala al mundo; se identifican con aquellos discípulos de los que habla Jesús. “Todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mt 13,52).

En su misión conjugan libertad con dignidad, propias de su Maestro y Señor, quien les parte la Palabra. Él es la Fuente de donde sacan, con gozo indescriptible, las aguas de la salvación (Is 12,3). Su ministerio refleja la libertad y la dignidad en estado puro, no en vano  ambas son creación de Dios.




 

domingo, 2 de diciembre de 2012

INMACULADA CONCEPCIÓN




Una rosa en tu pecho de flores, a la que solo se le ve la sangre en su color, pero en su tallo está limpia de espinas. Todo tu cuerpo blanco, como la piedra blanca en que te hicieron, luce sobre el blanco de la flor de almendro que rodea tu imagen, como anticipo del fruto bendito de tu bendito vientre, Jesús, el Nazareno por ti, María de Nazaret, María de la primera flor que anuncia primavera, –que eso significa el nombre de tu pueblo en tu idioma de niña, el "árbol vigilante", el almendro–, porque anticipas y anuncias la alegría del nuevo renacer tras el invierno. Por eso te llaman algunos "almendra  mística". Limpia desde antes de nacer, porque el Padre hizo en ti maravillas, el Hijo maravilló tu nombre desde dentro, y el Espíritu sigue maravillándonos al pronunciarlo, Maria sin pecado, Inmaculada y Plena de la Gracia. ¡Ineffabilis Deus!

Tuvo 'gracia' sin duda el seráfico Duns Scoto, al resumir así el argumento de tu beneficio de redención antecedente: "Potuit, voluit... ergo fécit", el Inefable Dios pudo hacerlo, quiso hacerlo... luego lo hizo. Tuvo también suerte para que prosperase su simpático alegato, porque todos los pastores según tu corazón, los padres de la Iglesia, obispos, arzobispos, fieles y hasta enemigos, ya lo sabían desde siempre, desde que existe la Iglesia sobre la tierra cuando nació tu Hijo, Dios te había hecho inmaculada desde siempre. Incluso nueve meses antes de seguir ella Virgen tras el parto, ya lo sabían sabían los ángeles y arcángeles. El que te dijo "kejaritomene", Gabriel, no te saludó como María, sino con tu nombre del cielo, "Llena en plenitud de Gracia" "Kejaritomene". (1)Nosotros te llamamos hoy la Inmaculada, por agotar todos los sentidos de tu gracia original, "sin pecado alguno", ni siquiera el que a nosotros nos doblega desde los genes de Adán (ADN). Pero creo que cuando te nombramos en la intimidad, Madre nuestra, María In-maculada, no pensamos en algo negativo, oscuro y negro, que nos destroza el alma desde aquella mancha original de pecado, aunque siquiera sea para negarlo, para decir que tú no tienes eso, sino que todos al nombrarte pensamos en algo blanco y claro, que huele a rosas limpias y frescas, aunque sean rojas por nuestra sangre, como esa que llevas sobre las manos de tu imagen. Incluso creo que todos, pensamos al recordar tu Concepción Inmaculada, que eres la más hermosa, llena de gracia, especial entre todas las criaturas por tu relación exclusiva, irrevocable, con la obra salvadora de tu Hijo en todos y cada uno de nosotros. Superas en dones de la gracia a todo lo creado.

En la sencillez de la piedad de los que te amamos y aprendemos a amar al pronunciar tu nombre, nos queda el regusto de tu plenitud, y el resumen de toda teología en la oración "Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza, a ti celestial princesa, Virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día de tu Inmaculada Concepción, alma vida y corazón". No me dejes Madre mía hacer otra cosa que vivir tu bendición bendiciéndote, cantando las glorias de tu Hijo que hay en ti.

Manuel Requena
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(1) El término de Lucas 1,28 "Kejaritomne" es el participio pasivo del pretérito perfecto de Verbo griego jaritoo, que es un verbo causal o causativo, por su terminación en "oo", y el tiempo en que se usa, expresa plenitud. Lucas nos quiere decir así, que la plenitud de gracia en aquella Virgen Santa, era desde 'el principio' de su ser y para siempre. Además la primera palabra del saludo angélico, "jaire", parece decir que no solo era para ella, sino fuente para toda la historia de gracia del hombre, para nosotros cada vez que decimos María Inmaculada, 'Tota pulchra'.



 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

OS ANUNCIO QUE COMIENZA EL ADVIENTO



 

Alzad la vista, restregaos los ojos, otead el horizonte.

Daos cuenta del momento. Aguzad el oído.

Captad los gritos y susurros, el viento, la vida...

Empezamos el Adviento,

y una vez más renace la esperanza en el horizonte.

Al fondo, clareando ya, la Navidad.

Una Navidad sosegada, íntima, pacífica,

fraternal, solidaria, encarnada,

también superficial, desgarrada, violenta...;

mas siempre esposada con la esperanza.

Es Adviento esa niña esperanza

que todos llevamos, sin saber cómo, en las entrañas;

una llama temblorosa, imposible de apagar,

que atraviesa el espesor de los tiempos;

un camino de solidaridad bien recorrido;

la alegría contenida en cada trayecto;

unas huellas que no engañan;

una gestación llena de vida;

anuncio contenido de buena nueva;

una ternura que se desborda...

Estad alerta y escuchad.

Lleno de esperanza grita Isaías:

"Caminemos a la luz del Señor".

Con esperanza pregona Juan Bautista:

"Convertíos, porque ya llega el reino de Dios".

Con la esperanza de todos los pobres de Israel,

de todos los pobres del mundo,

susurra María su palabra de acogida:

"Hágase en mí según tu palabra".

Alegraos, saltad de júbilo.

Poneos vuestro mejor traje.

Perfumaos con perfumes caros. ¡Que se note!

Viene Dios. Avivad alegría, paz y esperanza.

Preparad el camino. Ya llega nuestro Salvador.

Viene Dios... y está a la puerta.

¡Despertad a la vida!

(Ulibarri, FI)



 

TIEMPO DE ADVIENTO

 
"Solo por hoy cambia tú en vez de esperar que cambien los demás.

Solo por hoy expresa gratitud en vez de juicios y críticas.

Solo por hoy escoge disfrutar lo que hay en vez de preocuparte por lo que no hay.

Solo por hoy reconoce y valora lo que haz logrado en vez de lamentarte por tu pasado.

Solo por hoy expresa y disfruta tu calidez en vez de irradiar dureza.

Solo por hoy decide alimentar los pensamientos de perdón en vez de envenenarte con rabia.

Solo por hoy haz tus deberes con entusiasmo y alegría de un ser libre y no con los lamentos y quejas de un esclavo.

Solo por hoy elige pensamientos y emociones positivas, te harán mucho bien.

Solo por hoy elige pensar y sentir lo mejor de la vida, notarás la diferencia y los que te rodean, también."

[Tomado del boletín informativo del Voluntariado de la obra Apostólica Social de Santa María Soledad Torres Acosta ‘Sierva de María’].
 
 
 
 
 

sábado, 24 de noviembre de 2012

CREO

Avanzamos en este Año de la fe llevando en el corazón la esperanza de redescubrir el gozo de creer y el entusiasmo de comunicar a todos la verdad de la fe. Ésta conduce a descubrir que el encuentro con Dios valoriza, perfecciona y eleva lo que hay de verdadero, bueno y bello en el hombre. Nos permite conocer a Dios en el encuentro personal, pues Él se ha revelado a sí mismo y no se ha limitado a darnos una información sobre Él. De este modo abre el corazón y la mente humana a horizontes nuevos, inconmensurables e infinitos. La fe no es ciega, trata de entender y demostrar que es razonable. Por eso es un impulso para la razón y la ciencia, porque abre sus ojos a una realidad más grande, que permite conocer mejor el verdadero ser del hombre en su integridad. Fe y razón se necesitan y complementan, no sólo para una comprensión meramente intelectual sino también para alimentar verdaderas esperanzas en la humanidad y orientar las actividades hacía la promoción del bien de todos. El testimonio de quienes nos han precedido y han dedicado su vida al Evangelio siempre lo confirma: es razonable creer” (Benedicto XVI, Audiencia General, miércoles 21 noviembre del 2012)



 
 
 
 
 
 
 

viernes, 23 de noviembre de 2012

EL TARRO PRECIOSO


Precioso el testimonio de Paul Jeremie: “Te amo, Dios mío, todo lo que hay en mí es alma apasionada, hambrienta de un amor siempre nuevo y exclusivo: el tuyo; por eso voy detrás de él, porque pertenece a otra dimensión afectiva”.

 





 
 


                               El tarro precioso

Es más que evidente que todo esto que estamos diciendo no tendría en absoluto ningún valor si no estuviese apoyado, más aún, testificado, por hechos concretos y palabras textuales del mismo Hijo de Dios; sólo bajo su autoridad nos atrevemos a llevar adelante estas reflexiones catequéticas que por sí mismas marcan indeleblemente el carisma y el ministerio pastoral. En el corazón y la mente de Jesús, sus pastores serán también maestros, ya que han de enseñar a los hombres a guardar en su corazón la Palabra que ellos mismos guardan.

Buscando, pues, la autoridad del Hijo de Dios, nos unimos al grupo de los apóstoles, y, con ellos, compartimos mesa alrededor del Maestro y escuchamos su bellísima catequesis durante la última cena. De ella entresacamos esta cita: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras…” (Jn 14,23-24a).

Puesto que nos hemos colocado, junto con los apóstoles, alrededor de Jesús, vamos a intentar recrear el cuadro de aquella cena para poder apreciar mejor sus palabras. Les está hablando de la vida eterna que van a recibir como don suyo (Jn 14,1-3), y sobre todo les habla del Padre. Lo que los apóstoles oyen son palabras inefables, intraducibles a cualquier parámetro de belleza y profundidad. Veamos, si no: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).

No sabemos hasta dónde pudo llegar la comprensión de estos hombres ante estas confidencias de su Señor y Maestro. Sin duda que pesaba demasiado la casi certeza de su muerte ya próxima; recordemos que Judas había salido de la sala para consumar su traición. Aun así, uno de ellos, Judas Tadeo, se preocupa de todos los hombres y mujeres de la tierra. De ahí su pregunta: Te estás manifestando a nosotros, y ¿qué pasa con el mundo entero? La respuesta de Jesús es toda una declaración de intenciones acerca de la misión de estos hombres que están junto a Él y que alcanza a la Iglesia entera. Su mayor servicio al mundo consistirá en ser anunciadores de sus palabras. Por ellas –su Evangelio- el hombre llegará a saber que Dios le ama, que se le manifiesta, incluso que convive con él. También sabrá que su llegar a amar a Dios no tendrá que ver nada con un espejismo o delirio patológico; no hay ninguna sublimación puesto que es Dios mismo quien se abre al hombre. La respuesta que Jesús da al apóstol que acaba de preguntarle ya la vimos anteriormente (Jn 14,23).

“Guardará mi Palabra”, le dice Jesús. En ella está encerrado, contenido, el amor de Dios: “Mi Padre le amará”. En ella, nos dice Juan, está la Vida (Jn 1,4). Ésta se abre desde la Palabra y da su fruto: el amor. Un amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. He ahí encerrado todo camino de perfección y toda la moral, pues, como dice Pablo, el que ama –así, desde Dios- a su prójimo, ha cumplido la Ley, no le hace daño (Rm 13,8-10). El que así ama -nos parece seguir oyendo al apóstol- no miente a su hermano, ni le engaña; no se sirve de él, ni le roba; no le calumnia, ni le ofende; le ayuda sin juzgarle… Esto es lo que hace el que ama a su hermano, tanto al que tiene a su lado como al que vive más allá de sus ojos y fronteras.

Así es como ama Dios y los que suyos son… Y suyos son los que guardan su Palabra. Lo son por pertenencia que, por encima de todo, es compañía y convivencia con Él: “vendremos a él y haremos morada en él”. En este sentido podremos hacer nuestra la sublime intuición de Paul Jeremie: “El Evangelio es el tarro precioso de donde Dios saca sus ternuras para con nosotros”.





viernes, 9 de noviembre de 2012

PASTORES Y MAESTROS

“El Señor es mi Pastor, nada me falta”. Esta feliz intuición del salmista, que hacemos nuestra,  no es un principio moral, ni siquiera el resultado de un camino ascético, sino una constatación, fraguada por la experiencia de fe, que  crece conforme el Evangelio   -que es la misma savia de Dios-  va empapando nuestra alma.



 


Pastores y maestros

Las últimas palabras que Jesús lega a sus discípulos antes de subir al Padre, tal y como nos refiere Mateo, definen la misión de la Iglesia así como su razón de ser: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20).

El anuncio del Evangelio de la gracia (Hch 20,24) y de la salvación (Ef 1,13) no es algo superfluo en lo que respecta a la identidad de la Iglesia, como podría ser, por ejemplo, que un sacerdote se limitase a impartir clases en un centro educativo. El anuncio del Evangelio es  lo que podríamos llamar el elemento por excelencia identificador de los pastores llamados por el Hijo de Dios. Pastores que son reconocidos como tales en la medida en que la luz del Evangelio brilla en sus ojos, convirtiéndose en palabras de vida (Hch 7,38) en sus bocas.

Hay, sin embargo, un aspecto en la cita que hemos recogido de Mateo que es fundamental para comprender la relación entre Evangelio, Iglesia y Misión. Si nos fijamos bien, al tiempo que el Hijo de Dios pone ante el corazón de sus discípulos el mundo entero como campo de misión, les exhorta a que enseñen a los hombres a guardar el Evangelio que de Él han recibido “…enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. 

Tengamos en cuenta que en Israel el verbo mandar no tiene el mismo significado que en nuestra cultura occidental. Nosotros asociamos el mandato a toda una serie de elementos que conforman la legalidad: ley, mandamiento, obligación, deber… No así para los israelitas. Estos identifican los términos mandamiento o mandato con la fuerza de la palabra, antes que cualquier otra connotación. El mismo Jesús llama mandamientos a las palabras que su Padre le hace oír en orden a su misión; asimismo llama mandamientos al Evangelio que proclama a sus discípulos: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15,10).

Es muy importante esta aclaración para poder comprender que el Evangelio, dado por el Hijo de Dios al mundo al precio de su sangre, no es en absoluto un listón o medida para ser sus discípulos, sino, por encima de todo, un don. Pablo lo llama “fuerza de Dios para la salvación” (Rm 1,16).

Quizá ahora entendamos mejor la puntualización del Señor Jesús a sus discípulos al enviarlos con su Evangelio al mundo entero. No les impulsa a convencer a nadie y, menos aún, a que se comprometan con una serie de normas hasta alcanzar la idoneidad exigida para formar parte de la inmensa multitud de discípulos. La aptitud llegará en su momento y como fruto de la fuerza de la Palabra que escuchan y ¡guardan en el corazón! De ahí -vuelvo a insistir- su apreciación: “enseñándoles a guardar”.

Con esta puntualización, el Hijo de Dios nos revela uno de los rasgos esenciales de la misión de la Iglesia y que, como ya señalé, no es superfluo u optativo. Guardar la Palabra no es una faceta o corriente de la espiritualidad de la Iglesia. El mismo Jesucristo subraya que este guardar su Palabra es la prueba cristalina y diáfana de que una persona ama realmente a Dios; el amor tal y como es, sin sugestiones ni sublimaciones generadas o sobrevenidas por carencias humano-afectivas o por otras causas.

sábado, 3 de noviembre de 2012

TE PRESENTO MI SÚPLICA



Cuando todo lo que tengo entre mis manos ya no importa, cuando ya se llega a la conclusión de que lo único que tiene valor es si estamos viviendo ante Ti o ante Nadie, es entonces cuando empiezan a sonar melodiosamente los acordes de la libertad.





 
 
  
Te presento mi súplica

Nuestro buen amigo Pablo se encuentra entre la espada y la pared. Por una parte, no resiste más, está al límite de sus fuerzas; y por la otra, no puede dejar de anunciar lo que a él mismo le da la vida. Está en la misma situación en la que su propio pueblo se encontró al salir de Egipto: con el ejército del faraón a sus espaldas, y por delante el mar Rojo cerrándole el paso (Éx 14). Bien sabe que, así como la salida que se le abrió a Israel fue obra de Dios, el mismo Dios se la abrirá a él. A Él, pues, recurre; a sus manos se acoge, como única posibilidad de mantener la fidelidad a su llamada. Oigamos su recurso al Señor Jesús, cómo se abandonó a Él: “Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase –el Satanás que le abofeteaba- de mí. Pero él me dijo: Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la debilidad. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Co 12,8-9).

Por tres veces supliqué al Señor, nos dice confidencialmente con una limpieza de alma que nos estremece. En la cultura de Israel tres es un número simbólico que indica pluralidad. No se está, pues, refiriendo a tres ocasiones concretas, sino a unas súplicas constantes, habituales. Habitual y constante es también la respuesta de Dios. Nos parece ver en Pablo al salmista que, cada mañana, acudía a Dios con la absoluta confianza de que le iría a responder: “Atiende a la voz de mi clamor, Dios mío. Porque a ti te suplico; ya de mañana oyes mi voz, de mañana te presento mi súplica, y me quedo a la espera” (Sl 5,3-5).

Pablo recurre, ora, gime, suplica al Señor, por quien está recibiendo en las mejillas de su alma las bofetadas ininterrumpidas del odio del mundo. Jesús, su Señor y Maestro, le oye –de hecho había profetizado este odio- (Jn 15,18-19); recoge en su espíritu su dolor y consuela su corazón asegurándole: ¡Te basta mi gracia!

Te basta con mi gracia, la misma que hice descender sobre ti y con la que te envié a los gentiles para que, con tu predicación, les abrieses los ojos y se convirtieran de las tinieblas a la luz (Hch 26,1-18). La misma gracia que se hizo voz y te dijo: “No tengas miedo, sigue hablando, no te calles, porque yo estoy contigo” (Hch 18,9). Así, con estas palabras, le confortó Jesús cuando los judíos de Corinto quisieron obstaculizar su anuncio del Evangelio.

Así fue cómo Pablo fue comprendiendo que su fe y su amor sólo podían crecer bajo la gracia. Gracia que se hace más patente y fuerte cuanto más las fuerzas del mal se confabulan contra él y, por supuesto, contra su misión. Tanto y tan bien lo entendió que nos dejó este legado de incalculable valor para todo aquel que haya sido o sea llamado al pastoreo: “Por eso me complazco en mis debilidades, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2Co 12,10).



sábado, 27 de octubre de 2012

FUERTES EN EL SEÑOR

 
Toda belleza que es susceptible de ser descrita lleva implícita en sí su propia limitación. Es por ello que el espíritu del hombre se eleva sediento hacia la belleza indescriptible, la real, la que necesita el espacio infinito para manifestarse. Estamos hablando de la belleza de Dios.
 
 

 
 







                                                                                      FUERTES EN EL SEÑOR

Esta vivencia tan personal de Pablo no es una excepción, sino lo realmente normal en todo discípulo del Señor Jesús; basta con hacer nuestras las exhortaciones que Pablo hace a sus ovejas a fin de que alcancen en su crecimiento la madurez de la plenitud de Jesucristo: “…hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).

La relación entre gracia y misión-pastoreo en Pablo no fue, en absoluto, algo teórico. Nunca le dio por explicarnos las cualidades o virtudes que han de adornar la misión de un apóstol y pastor. Lo suyo fue una relación vital, a veces trágicamente existencial, y que llegó a adquirir tintes dramáticos. Algo que, por otra parte, no nos tiene que extrañar en absoluto: la gracia implica al mismo Dios; le implica llevándole a sostener a sus pastores, fortaleciéndoles, consolándoles y amándoles, ya que no hay pastor ni apóstol sin persecución y odio por parte del mundo. Odio y persecución que estuvieron presentes casi ininterrumpidamente en Pablo a lo largo de su vida de seguimiento.

Numerosos son los pasajes en que el apóstol nos hace confidentes de sus sufrimientos a causa del Evangelio que anuncia. Sufrimientos, humillaciones, penalidades de todo tipo, son como barreras que se interponen en su actividad misionera. Sin embargo, nuestro amigo puede con todo, evidentemente, no por sí mismo sino fortalecido por su Señor: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Entre tantos pasajes que Pablo narra sobre las penalidades que acompañan su anuncio evangélico, nos detenemos en uno que creo puede ayudar a todo aquel que, o bien ya es pastor, o bien está discerniendo acerca de su posible llamada. Es un pasaje que creo puede ayudar a unos y a otros. En él nos da la impresión de que el apóstol está al límite de sus fuerzas, de su resistencia. Su clamor, más bien gemidos, al Señor, nos estremecen. El hombre, altivo cuando actuaba como doctor –en realidad esclavo- de la Ley, se nos muestra ahora extremadamente vulnerable, necesitado de fuerza y de cariño; está como hundido, se siente abofeteado por Satanás que es quien mueve a sus perseguidores: “… para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría” (2Co 12,7).

Pablo utiliza el término abofetear con la connotación humillante que tenía, tiene y tendrá siempre. Un hombre abofeteado, sobre todo si es en público, es alguien que queda de por vida estigmatizado ante la sociedad y, sobre todo, ante los más cercanos: familia, hijos, amigos, vecinos, etc. Un hombre así abofeteado ya ni es persona, ha sido despojado de su dignidad; en realidad ha llegado a ser lo que se dice un don nadie. A esto, a un don nadie quedó reducido el Hijo de Dios inmediatamente después de ser condenado a muerte por el Sanedrín; fue objeto de burlas sin cuento y reiteradamente abofeteado: “Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, diciendo: Adivina, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?” (Mt 26,67-68).

Así es como se siente Pablo, así es como le vemos en este su testimonio: abofeteado por unos y por otros, en público y en privado, por gentiles, por los judíos -su propio pueblo con todo lo que esto significa- y hasta, como él mismo señala, por falsos hermanos. Él, que lo ha sido todo en Jerusalén, se ve reducido a la más absoluta indignidad, como si fuera un apestado; muchos son los que quieren apagar su voz. No nos parece que inventemos nada si dijéramos que más de una vez tendría la tentación de abandonar la misión, el discipulado y el pastoreo, de renunciar a ser la voz que hace resonar la Palabra, en definitiva, renunciar a ser pastor según el corazón de su Maestro y Señor. Solo que ¿cómo intentar apagar la Voz? Porque esa es la cuestión: que no era su voz, sino la del Hijo de Dios la que resonaba atravesando fronteras en búsqueda de hombres que quieran volver a la vida: “En verdad, en verdad digo: llega la hora, ya estamos en ella, en que los muertos  oirán la voz de Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán” (Jn 5,25).

Además, en el caso, más que improbable, de que renunciase al anuncio del Evangelio, ¿qué haría con su corazón y su alma, tan irresistiblemente atraídos y enamorados de Jesús, el que le amó hasta el extremo, hasta el punto de entregar su vida por él? “…y no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a así mismo por mí” (Gá 2,20).















martes, 23 de octubre de 2012

TE BASTA MI GRACIA


Cuanto más nos fiamos de Dios, más reales y más profundas son las huellas que Él imprime en nuestras almas; es entonces cuando el hombre aprende a convivir con su debilidad. Por más que ésta quiera reclamar su espacio y atención, nunca logrará sobreponerse a las brasas: las huellas de Dios.









Te basta mi gracia, dijo Jesús a Pablo cuando un sinnúmero de tribulaciones, pruebas y sufrimientos a causa de su misión, se abatían sobre todo su ser dejándole al filo del desmayo anímico, psicológico y físico. No fueron pocas las veces que el apóstol se sintió al límite de sus fuerzas o, como diría el salmista, “a punto de resbalar” (Sl 38,18). Tantas otras veces el Señor le habló, le confortó y, sobre todo, le levantó de sus tristezas y debilidades en los términos a los que ya hemos hecho alusión: “te basta mi gracia”.

Volveremos más adelante sobre esta experiencia de Pablo, de incalculable riqueza para él y también para los que vemos, en su discipulado y ministerio pastoral, un espejo en el que mirarnos. Decimos que es un espejo no tanto para que le imitemos tal y como es, pues el Señor Jesús es totalmente original  y  no forma –como Maestro que es-  ningún discípulo igual a otro, cuanto para tener en cuenta las líneas maestras que diseñó en él en vistas a su seguimiento y pastoreo.

Partimos de la confesión de su llamada, la misión recibida para anunciar el Evangelio a los gentiles y que le llevó a romper todas sus fronteras, no sólo las geográficas sino también las culturales, étnicas e incluso el sustrato más que milenario propio de su pertenencia al pueblo elegido; ninguna frontera fue lo suficientemente inexpugnable como para frenar su impulso misionero. Oigamos su testimonio: “…Cuando Aquel que me separó desde el seno  de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase a los gentiles… me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco…” (Gá 1,15-17).

El apóstol testifica que Dios se fijó en él, le llamó por su gracia. Pablo ha hallado gracia a los ojos de Dios. Ésta no es un don estático: lleva consigo la revelación progresiva del misterio del Hijo de Dios. Analizamos el verbo revelar en su más genuino sentido, que apunta a un manifestar, hacer partícipe a otro, desvelar, un secreto. Este significado, en nuestro ámbito cultural, alcanza una dimensión inimaginable si tenemos en cuenta que es Dios quien se revela, es decir, quien manifiesta, hace partícipe o desvela a alguien su secreto: ¡su Misterio! En realidad estamos hablando de Dios-Palabra que se confidencia con los suyos abriendo sus oídos interiores, sembrando en sus corazones su Sabiduría, a fin de que puedan anunciar, como pastores que son: “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1Co 2,9).

Ya hemos dicho que la gracia de Dios no es estática, y que, en el mismo sentido, tampoco lo es su revelación, la que nos ofrece por medio de su Palabra. En realidad estamos hablando del mismo hacer, actuar, de Dios en el hombre. Juan, en el Prólogo de su Evangelio, nos dice que el Hijo de Dios es la plenitud de la gracia y la verdad (Jn 1,14b). Plenitud que se vierte en nosotros “gracia tras gracia” (Jn 1,16).

Gracia tras gracia, así es como Pablo fue creciendo como discípulo y como apóstol. Sabe que la experiencia de crecimiento en la fe y en el amor que se está operando en él por medio de la gracia es tan personalizante que es como si fuera una entidad propia que convive con él  haciendo parte de su ser: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí” (1Co 15,10a).