martes, 29 de mayo de 2012

VOCACIÓN ¿POR QUÉ NO SER SACERDOTE?



Son jóvenes sacerdotes que también oyeron ese “déjalo todo y sígueme” que Jesús a cada uno nos está diciendo de alguna forma.

Ellos dieron un firme paso adelante. ¿Porqué no?

lunes, 28 de mayo de 2012

Sus  discípulos  se  le acercaron.  Preambulo  al título 

Con María, que perseveró en la oración junto a los apóstoles, digamos al Señor:
Envia tu Espíritu Santo, para que la Iglesia  viva una nueva primavera, aumenten las vocaciones y se incremente el espiritu misionero.





SUS  DISCIPULOS  SE  LE  ACERCARON

Es la cercanía al Señor Jesús, al Maestro, lo que forma el corazón de sus discípulos a imagen del suyo, el Buen Pastor. Cercanía que se nos da a conocer explícita y repetidamente a lo largo del Evangelio, como bien sabemos.

Hay con todo un  momento que podemos llamar crucial en la predicación del Hijo de Dios en que esa cercanía es profunda y manifiestamente reveladora; supone un desmarcarse del mundo por parte de los discípulos a fin de entrar en la órbita del Maestro para ser formados por Él. Me refiero a aquel día en el que Jesús subió al monte, se sentó y proclamó el Sermón de la Montaña, catequesis que podríamos definir como el ADN del discipulado.

Mateo introduce este discurso evangélico, tan magistral como sublime del Hijo de Dios, en estos términos: “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo…” (Mt 5,1-2).

 Partamos con detenimiento este texto. Jesús sube a un monte. Tengamos en cuenta la reminiscencia que tiene el monte en la espiritualidad del pueblo santo. Se sienta a fin de comunicar las palabras que el Padre pone en su boca (Jn 12,49). Abajo han quedado los que le acompañan, toda una muchedumbre, explicita Mateo. Sin embargo, el evangelista especifica que un grupo de entre la multitud –sus discípulos- se le acercaron.

De esta cercanía, a fin de que su corazón sea moldeado por el Buen Pastor, es de la que estamos hablando. Acercarse, en la espiritualidad bíblica, no se reduce simplemente a una proximidad física, sino que apunta a una realidad mucho más profunda. Es un aproximarse para escuchar con atención, un ir al Evangelio del Señor con el oído abierto. Isaías nos hace saber que uno de los signos distintivos del Mesías es el de tener el oído abierto a Dios (Is 50,4). Esa es la razón por la que tendrá un corazón según el suyo: corazón de Pastor.

Es en esta dimensión que hemos de entender a todas aquellas personas que, a lo largo de la historia, han llegado a ser pastores según el corazón del Señor que los llamó. Se han desmarcado de la muchedumbre a fin de acoplar su oído y su corazón –son inseparables- al Evangelio. Se han separado de los hombres a fin de dejar que el Hijo de Dios cree en ellos un corazón según el suyo para, a continuación, enviarlos de nuevo  a su encuentro, a la inmensa e ingente muchedumbre del mundo entero. “…y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).

 Volvemos nuestros pasos al Sermón de la Montaña. Habíamos dejado al Hijo de Dios sentado y en actitud de enseñar a los discípulos que, habiendo salido de la multitud, se habían acercado a Él. Por supuesto que, hablando de discípulos, trascendemos el grupo de los doce y vemos en un instante eterno y supraespacial la fila interminable de hombres y mujeres sedientos de Trascendencia, que hicieron de su vida una apasionada búsqueda de Dios. Así como nos es fácil imaginar al andariego acercar con ansia y gozo sus labios resecos a la fuente que encuentra en su caminar, vemos también a estos hombres y mujeres allegarse con sus oídos y sus corazones –aburridos de toda rutina- a las palabras de vida que fluyen de la boca de su Señor: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Jn 6,63b).





martes, 22 de mayo de 2012

No busco mi voluntad. Preámbulo al título

 

" Queridos jóvenes es Él quien os busca, aún antes de que vosotros lo busquéis. Respetando plenamente vuestra libertad, se acerca a cada uno de vosotros y se presenta como la respuesta auténtica y decisiva a ese anhelo que anida  en vuestro ser, al deseo de una vida que vale la pena ser vivida. Dejad que os tome  de la mano. Dejad  que entre cada vez más  como amigo y compañero de camino . Ofrecedle vuestra confianza, nunca os desilusionará" (Benedicto, XVI) .





                                                                                       
                                                                                       NO BUSCO MI VOLUNTAD

Los personajes que hemos citado a lo largo de este texto –David, Job y Jeremías- son, al igual que las grandes figuras del Antiguo Testamento, iconos que profetizan y preanuncian el Icono por excelencia, Aquel cuyo corazón fue uno con el corazón de su Padre: Jesucristo.

De Él sí que se puede decir que nunca aspiró a otra libertad, sea de palabra o de obra, que la de identificarse con su Padre. No hubo dos voluntades, la del Padre y la del Hijo, sino una sola. Jesús no se siente infravalorado por hacer la voluntad de Otro. Es su gala y su orgullo y nos lo hace saber abiertamente: “Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; –al Padre- y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30).

En su obediencia al Padre y como consecuencia natural a la misión por el Él confiada, se va moldeando en su naturaleza humana un corazón disponible. Recordemos al autor de la carta a los Hebreos: “Jesús aprendió sufriendo a obedecer” (Hb 5,8). Jesús tiene un corazón humano en total comunión con el del Padre; sólo con su obediencia es posible tal identificación. Jesús, el Señor, es el Buen Pastor por excelencia según el corazón de Dios anunciado por los profetas. En Él confluyen dos voluntades, mejor dicho, dos corazones: el suyo y el de quien le envía;  digamos que el Enviado y el Dueño de la mies tienen un solo corazón, el amor los ha fusionado.

El Padre ama al Hijo, bien lo sabe Él en lo más profundo de su ser aun cuando su vida está en juego a causa de su obediencia: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo” (Jn 10,17). Por su parte, Jesús ama al Padre, lo ama en la más radical totalidad, lo ama como Hijo y como Enviado. Por amor es capaz de someterse al poder del mal, personificado en el Príncipe de este mundo. Se someterá para que quede bien claro ante el mundo entero quién tiene la última palabra acerca de su vida y la de todo hombre: Si el Príncipe de este mundo o Dios, su Padre. Dará este paso trascendental como broche de oro de toda una vida y misión que testifica que su amor al Padre no es sólo de palabra sino también de obra. Oigamos su confesión, justo a las puertas de su pasión,  de este amor único e incondicional: “…llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según su voluntad” (Jn 14,30-31).

Amor de comunión, amor de palabras y obras el de Jesús. Amor donde no se sabe dónde termina un corazón, el del Hijo, y dónde empieza otro, el del Padre. Amor que pone en evidencia tantos falsos amores entre los hombres y Dios; falsedad que el profeta Oseas denunció explícitamente: “¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal, que pasa!” (Os 6,4b).

Amor volátil a Dios, e incluso perverso, que los profetas denunciaron repetidamente y acerca del cual Jesús se pronunció parafraseando a Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15,8). ¿Cómo pretender tener un corazón según el corazón  de Dios, con esta lejanía? Una distancia bien establecida que hace entrever un Dios molesto a quien hay que tener alejado, porque no nos permite vivir nuestra vida en paz. Recordemos lo que decían estos israelitas a los profetas que les llamaban a conversión: “Apartaos del camino, desviaos de la ruta, dejadnos en paz del Santo de Israel” (Is 30,11).

Jesús, el Hijo, el que con su obediencia se dejó modelar por el Padre, a quien le permitió hacer hasta que su corazón llegó a ser según el suyo, tiene el poder recibido de Él para modelar el corazón de los discípulos, de forma que también en ellos se cumpla la promesa-profecía de Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón” (Jr 3,15).

Jesús es, entonces, modelo y modelador. Las manos con las que hace su obra en sus pastores son su Evangelio. Por supuesto que esta es una realidad que nos sobrepasa. Tenemos la tentación de pensar que un buen pastor se hace a sí mismo, como a sí mismo se hace un médico, un ingeniero, una juez… No, en este  caso es Dios quien hace por medio de su Hijo, aunque también es necesario señalar que éste sólo actúa en quien se deja hacer no pasiva sino amorosamente, confiadamente. En estas personas Jesús deposita su Evangelio que, como dice Pablo, es operante (1Ts 2,13b). Es justamente Jesús con su Evangelio quien más partido  saca de todas las riquezas, intuiciones, pulsaciones y metas de nuestro corazón.

Estremecedoras hasta lo indecible nos parecen las palabras del Buen Pastor a su Padre acerca de los futuros pastores que, sentados a su mesa, participan de la Última Cena: “…Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me confiaste se las he confiado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado” (Jn 17,6b-8).

Fijémonos bien en lo que Jesús, acaba de susurrar a su Padre: “Las palabras que tú me has confiado, aquellas por las que mi corazón es según el tuyo, yo, a mi vez, se las confío a ellos para que, más allá de su debilidad, actúen en sus corazones haciendo que lleguen a ser pastores según Tú y según Yo; según nuestro corazón: el tuyo y el mío.



sábado, 19 de mayo de 2012

Un hombre según su corazón. Preámbulo al título


Cuando la Palabra alcanza a ser Presencia, el alma conoce el estar de Dios en su ser. Es un estar que no pasa desapercibido; más aún, se tiene conciencia de su realismo y consistencia, bien sea en su dimensión silenciosa, como en la clamorosa que puede llegar a ser atronadora. No importa la dimensión, lo importante es que el alma se sabe habitada.




                                                              UN HOMBRE SEGÚN SU CORAZÓN

Nos adentramos en los entresijos de la historia de Israel y recogemos el encuentro entre el profeta Natán y el rey Saúl, aunque más que encuentro habría que llamarlo ruptura. El profeta es portador de un mensaje de Dios para el rey: ha sido desechado a causa de su desobediencia, pues ha desoído su mandato para hacer lo que él creía más oportuno. Para que no quede la menor duda de lo que ha supuesto la deslealtad de Saúl  para con Dios, el profeta le dice textualmente: “Yahvé se ha buscado un hombre según su corazón, al que ha designado caudillo de su pueblo, porque tú no has cumplido lo que Yahvé te había ordenado” (1S 13,14).

Un hombre según su corazón, es decir, alguien que dará prioridad en su misión a lo que le dice Dios, y no a sus corazonadas, aquellas que dan paso a la desobediencia, que fue lo que hizo Saúl. Pablo, al comentar la elección de David, resalta la unión indisoluble entre corazón recto según y conforme a Dios y el cumplimiento de su voluntad: “… les suscitó por rey a David, de quien precisamente dio este testimonio: He encontrado a David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera” (Hch 13,22).

“Os daré pastores según mi corazón”, había prometido Dios a su pueblo por medio de sus profetas (Jr 3,15). Promesa y profecía que alcanza toda su plenitud en Jesucristo, y, por medio de Él, a los pastores que llamó y sigue llamando a lo largo de los tiempos.

Antes, sin embargo, de abordar al Hijo, nos conviene sondear en las inagotables riquezas de la Escritura, cómo es la acción de Dios en orden a moldear, trabajar, el corazón del hombre; ese corazón “tan retorcido como doloso” que nos retrata Jeremías (Jr 17,19).

No, no se cansa Dios de escrutar, como buen Alfarero, nuestro corazón tan posesivo; sabe que se puede trabajar en él aunque las primeras impresiones den a entender que es material desechable; algo así como el escultor que rechaza una piedra arenosa por su inconsistencia, ya que sabe perfectamente que no puede sacar de ella la figura que tiene en mente. Dios no es así; es capaz de convertir la arena en roca firme y hacer su obra; por eso es llamado el Alfarero, el Escultor por excelencia (Is 29,16).

Así es Dios. Es Creador, el que hace ser de donde no es, el que da forma a lo que parece hueco y vacío. Es capaz de moldear nuestro corazón hasta hacerlo semejante al suyo. Lo trabaja con un cuidado y amor infinito, está pendiente, extremadamente atento y preocupándose de que alcance la suficiente madurez mientras se fragua en el crisol de la prueba. Él sabe marcar los tiempos para que pueda resistir al fuego que le permite moldearlo. A la vez le va limpiando de toda ganga y escoria. Oigamos la experiencia del salmista: “Tú sondeas mi corazón, me visitas de noche; me pruebas al crisol sin hallar nada malo en mí: mi boca no claudica al modo de los hombres. La palabra de tus labios he guardado…” (Sl 17,3-4).

Si fuerte nos parece el testimonio del salmista, mucho más, creo yo, se nos antoja el de Job, la figura bíblica que representa al hombre de fe, el que “se deja hacer por Dios” por más que no entiende en absoluto los acontecimientos que caen sobre él. Sólo sabe una cosa: que Dios no puede jamás hacerle el mal, sino el bien. Por eso y enfrentándose incluso a sí mismo, a sus protestas interiores, se deja hacer por Él. En su angustia se agarra a una certeza: si se deja probar por Dios, llegará a ser oro puro a sus ojos. Oigamos su testimonio: “Pero él sabe todos mis pasos: ¡probado en el crisol, saldré oro puro…! Del mandato de sus labios no me aparto, he albergado en mi ser las palabras de su boca” (Jb 23,10-12).

No, no es nada fácil dejarse hacer por Dios. No lo es en absoluto, ya que la tentación, siempre vigente de la desconfianza que nos mueve a esquivar su voluntad, nos acosa sin cesar. Llegar a tener un corazón según el de Dios es todo un proceso, más aún, un combate en el que se ganan y pierden pequeñas y grandes batallas. Al final, el vencedor -me estoy refiriendo al que deja vencer a Dios- puede testificar, igual que Jeremías, que su corazón está con Él, le pertenece: “… A mí ya me conoces, Dios mío, me has visto y has comprobado que mi corazón está contigo” (Jr 12,3).

Cuando Dios afirma respecto de alguien que tiene un corazón según el suyo, no le está confiriendo una especie de título honorífico, está afirmando que ha alcanzado la actitud e idoneidad para hacer su voluntad. Por increíble que parezca, es como si Dios le dijera: “Eres de fiar, te encomiendo esta misión”.



martes, 15 de mayo de 2012

Yo les capacitaré. Preámbulo al título

Oh Jesús, Buen Pastor, acoge nuestra alabanza y agradecimiento, por todas las vocaciones que, mediante tu Espíritu, regalas contínuamente a tu Iglésia.
Multiplíca los evangelizadores para anunciar tu nombre a todas las gentes.

                                                                                
                                                                                    YO LES CAPACITARÉ

No, no hay corazón que pueda soportar tanto amor. Parece como si éste librase una batalla por su propia supervivencia, como si todo en su interior fuera a saltar en mil pedazos. Detengámonos un poco e intentemos hacernos cargo del caos que se ha desencadenado en las profundidades del apóstol. En realidad Jesús le está ofreciendo el don de  alimentar-apacentar a sus ovejas tal y como el Buen Pastor, descrito por el salmista, las apacienta (Sl 23).

Así es. Jesús, al proponer a Pedro el pastoreo de sus ovejas, le está capacitando para conducirlas a los verdes prados donde puedan alimentarse de la fresca hierba, es decir, no de pan recalentado, sino de ese pan de cada día, aún caliente y crujiente, recién salido del horno del Misterio de Dios. Bajo esta llamada, Pedro será el buen pastor que hará de la Palabra un banquete en el que cada invitado será ungido con perfumes por el anfitrión –Dios- y en el que la copa de la comunión –el amor en el espíritu- rebosa, como profetiza el salmista. Un banquete en el que todos somos  Juan (Jn 13,25) con nuestro oído recostado sobre el pecho de Dios, sede de su Sabiduría…, es decir, a la escucha.

 Apacienta mis ovejas. Por tres veces Jesús confía esta misión a Pedro. Por tres veces el pescador rudo se estremece, sus rodillas tiemblan como las de un adolescente que reprime sus emociones. Oigamos el rumor interior de Pedro: ¡Jesús me confía sus ovejas, aquellas por las que ha sido desfigurado en la cruz hasta morir! ¡Me confía lo que le ha costado toda su sangre, su cuerpo y su dignidad…!

Pedro, sin salir de su asombro, oye esta invitación. Siente que se dobla, como que necesita una fuerza sobrehumana para tenerse en pie; no se atreve a decirle a Jesús cuánto le ama, pues ni siquiera se considera digno de amarle. Sin embargo, cada uno de sus temblores y estremecimientos le delatan. No sabe muy bien por qué, pero adivina que sus negaciones se han perdido desdibujadas por el cosmos inmensurable. Por supuesto que no entiende lo que está pasando…, lo que sí intuye es que está limpio, sin pecado…; una sangre derramada le ha purificado, ha borrado sus pecados sin dejar rastro de ellos, como siglos antes había suplicado el rey David (Sl 51,3-4). Purificación que los cristianos tenemos ante nuestros ojos cada vez que celebramos la Eucaristía: “…porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28).

 Pedro tiene ante sí al que ha dado la vida por él y le ha hecho nacer de nuevo con su perdón repitiéndole una y otra vez: ¿Me amas…? ¿Qué esperas para responder?  ¡Quiero que seas mi boca, apacienta mis ovejas!, dales mi Palabra, mi Evangelio. Mis ovejas se distinguen de todas las demás por lo que comen, y también ellas distinguen mi  Voz de la voz de los extraños (Jn 10,4-5). Pues bien, ¡tú serás mi Voz!

Por primera vez a lo largo de este encuentro, Pedro alzó sus ojos y los fijó en el Dios de los dioses, el Señor de los señores. Por dos veces, con la cabeza gacha y como avergonzado, apenas había alcanzado a susurrar: ¡Señor, tú sabes que te amo! En esta tercera vez, y como he señalado, se atrevió a levantar su rostro hacia su Señor. No se avergonzó de estar en presencia de su Maestro y Señor. Asiendo fuertemente sus brazos, confesó: ¡Señor, sabes que te amo! Aquí me tienes no con mis fuerzas sino con las tuyas, pues me has rescatado con tu amor, me has hecho subir desde mis infiernos,  y, por supuesto que te amo. No te lo digo con mis palabras –bien conoce la criada de Caifás el valor que ellas tienen- sino con las tuyas en mi corazón: tu Evangelio. Jesús, viéndole ganado para la salvación del mundo, selló definitivamente su propuesta: apacienta mis ovejas.

Este tú a tú entre el Resucitado y el hombre rescatado marca un punto de inflexión, al tiempo que abre una puerta  a la ininterrumpida generación de pastores según el corazón de Dios que nunca faltarán en la Iglesia. Pastores que recibirán de su Señor y Maestro el don y la sabiduría para partir el pan de la Palabra y darlo como alimento a sus ovejas, “cuyas almas viven porque la escuchan” (Is 55,3). Esta misión de los pastores según el corazón de Dios, tan impresionante como bella, no termina ahí. Sabemos que son pastores porque su Señor les enseña a partir la Palabra para darla como alimento a su rebaño. Esto, con ser sublime, es insuficiente, falta otro paso que también Dios les concede, y es el de enseñar a sus ovejas a partir la Palabra por sí mismas; sólo así alcanzarán la mayoría de edad, es decir, la fe adulta.

Apacienta mis ovejas. La propuesta-llamada de Jesús continúa recorriendo el mundo entero en busca de pastores que alivien las heridas del hombre sin Dios, del hombre que dio y da muerte a su esperanza  porque su arco existencial empieza y acaba en sí mismo. ¡Apacienta mis ovejas! He ahí la voz que resuena insistentemente por el mundo entero.  Bienaventurados los que oigan esta llamada y comprendan que su aceptación “no es una renuncia sino una ganancia” (Flp 3,7-8).



domingo, 13 de mayo de 2012

A la Virgen por los religiosos y religiosas

A ti nos dirigimos Madre de la Iglesia.

A tí que con tu FIAT abriste la puerta
a la presencia de Cristo en el mundo,
acogiendo con humilde silencio
y total disponibilidad la llamada del Altisimo.

Haz que muchos hombres y mujeres escuchen,
tambien hoy, la voz insistente de tu Hijo:
SIGUEME

Haz que tengan el valor de dejar sus familias,
sus ocupaciones, sus esperanzas terrenas
y sigan a Cristo por el camino que él les señale.

Extiende tu maternal solicitud
sobre los misioneros esparcidos
por el mundo entero;
sobre los religiosos y religiosas que asisten
a los ancianos, enfermos, impedidos
y huerfanos;
sobre  los miembros de los institutos seculates.
fermento de buenas obras;
sobre aquellos que, en la clausura,
viven de fe y amor,
y oran por la salvación del mundo.
AMEN
    (Beato Juan Pablo, II) 

jueves, 10 de mayo de 2012

La voz y las voces, introducción al capítulo

Animaba el Papa Benedicto, XVI en la J.M.J. " Os invito a todos a contemplar la experiencia de San Agustin, quien decia que el corazón de toda persona está inquieto hasta que halla lo que verdaderamente busca; y él descubrió que solo Jesucristo era la respuesta satisfactoria al deseo, suyo y de todo hombre de una vida feliz, llena de significado y de valor".


                                                                                                 LA VOZ Y LAS VOCES

Al  igual que otros profetas, Jeremías es impulsado por Dios a denunciar a su pueblo, el Israel de la alianza, el Israel elegido y llamado a ser el torrente por el que todas las naciones serán bañadas con las bendiciones divinas, el Israel en cuyo seno habrá de nacer el Mesías, fundamento y razón de ser de nuestra inmortalidad (Jn 11,25-26).

Israel, “la niña de los ojos de Dios” (Dt 32,10), se cansa de Él. Sus sentidos necesitan ver, oír y tocar a su Dios, de la misma forma que los demás pueblos ven, oyen y tocan a sus dioses. A esto hay que añadir que ya no son esclavos de nadie, han prosperado, son ricos y fuertes, en fin, todo un conjunto de realidades que les llevan a la conclusión de que pueden perfectamente prescindir de Dios. El pueblo santo pasa así a una apostasía si no teórica, sí práctica.

Israel se aparta, da la espalda a Dios, a pesar de lo cual sigue siendo la niña de sus ojos. Por ello, porque “su ternura es inagotable (Jr 31,20b), le envía profetas para recordarle su prodigiosa historia de salvación que le haga tomar conciencia de quién es, y que su desarrollo y prosperidad han sido posibles gracias a su Dios, ése que, si bien no es visible a sus ojos, nunca ha dejado de estar a su lado.

Jeremías, que expresa como nadie la ternura y también la misericordia de Dios para con su pueblo, y en él a todos y cada uno de los hombres, denuncia la apostasía de Israel en términos tan claros como inequívocos; no hay asomo de ambigüedad en su hablar, aunque, y bien que lo sabe, le causará todo tipo de rechazo e incluso persecución.

Sin embargo, junto con la denuncia, Dios pone en su boca promesas que vienen en ayuda de la debilidad de estos hombres. Escuchemos una de ellas profetizada justamente después de haber denunciado la apostasía práctica del pueblo santo: “Volved, hijos apóstatas, dice el Señor, porque yo soy vuestro Señor. Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad… Os pondré pastores según mi corazón que os den pasto de conocimiento y sabiduría” (Jr 3,14-15).

No nos cuesta ningún esfuerzo reconocer en Jesucristo al Buen Pastor por excelencia según el corazón de Dios, anunciado por Jeremías. Él es quien escribirá la Palabra en el corazón del hombre llenándolo del sabio conocimiento de Dios (Jr 31,33-34). Él será quien dará a conocer a sus discípulos los misterios del Reino de los Cielos, expresión bíblica que en realidad significa los Misterios de Dios: “A vosotros se os ha dado a conocer el misterio del Reino de los Cielos” (Mt 13,11).

Siguiendo adelante en esta misma cita bíblica y en el mismo contexto, Jesús hace mención de la palabra del Reino (Mt 13,19) en una referencia inequívoca a la Palabra de Dios. Él es el Buen Pastor que, con su palabra, introduce a los suyos en el Misterio de Dios, introducción que, como nos dice Marcos, es llevada  a cabo en la intimidad como quien confía un secreto: “Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Mc 4,33-34).

Creo que no hemos tenido ninguna dificultad en reconocer a Jesucristo como el Pastor según el corazón de Dios profetizado por Jeremías. La cuestión es que el profeta nos habla de pastores en plural. Pastores según el corazón de Dios que sientan el crujir de las telas de sus entrañas ante las inmensas multitudes que vagan por el mundo entero, vejadas y abatidas porque no tienen quien alimente sus almas (Mt 9,36).

El salto que se nos pide a los hombres para pastorear así, según el corazón y la misericordia de Dios, es una quimera, una utopía, se nos pide un imposible. Bueno, para eso está Dios y para eso se encarnó, se hizo Emmanuel, para que fuésemos testigos de la viabilidad de aquello que consideramos, con justo criterio, inviable, imposible. De hecho, un hombre de fe es alguien que acumula muchos imposibles en su vida y que Dios ha hecho posibles.

Una vez resucitado, Jesús, el que somete toda utopía, se encuentra con los suyos, con sus discípulos. Nos deleitamos en uno de esos encuentros, el que tuvo con Pedro después de la pesca milagrosa. Conocemos las líneas maestras de la conversación que mantuvo con él: Pedro, ¿me amas? –Señor, sabes que sí. – ¡Apacienta mis ovejas!- Así por tres veces.

 La propuesta del Hijo de Dios deja a Pedro aturdido. Le está proponiendo un pastoreo a “sus ovejas”. Unas ovejas que necesitan ser alimentadas, como decía Jeremías, con “pasto de conocimiento y sabiduría”. Bastante estupor sobrelleva Pedro al ver a Jesús dirigirse a él con el corazón lleno de perdón por su triple negación, como para asimilar esta invitación: ser pastor como Él, según su corazón, con la misión de –como dice Pablo- administrar los misterios de Dios (1Co 4,1).