martes, 17 de julio de 2012

REVELADORES DE SU ROSTRO


         Cuando la relación entre  los discípulos del Señor Jesús y su Evangelio es conforme a la Verdad, provoca caminos que iluminan las noches de los hombres. Éstos son bañados por la Luz que nace de la escucha de la predicación, confiada por el Hijo de Dios a los que hicieron de su Evangelio la gran pasión de sus vidas.





                                                         REVELADORES DE SU ROSTRO

El contenido catequético de Jesús en cuanto revelador del rostro y del misterio del Padre, ha sido tratado en un sinnúmero de libros, artículos, simposios, etc., a lo largo de la Historia. No obstante, es nuestra intención trascender el tema de “Jesús revelador de Dios Padre”, desde el punto de vista de investigación académica, y entrar en el campo de la experiencia que es donde emerge la fe como fuente de vida.

Situados en este espacio vital, iniciamos, por supuesto desde las Escrituras, nuestra andadura espiritual, nuestra búsqueda, con el fin de encontrar el Rostro del Padre en el Rostro de su Hijo, para no caer en el peligro de hacer afirmaciones apoyadas únicamente en corazonadas o en anhelos subjetivos.

Las primeras palabras de Jesús en las que fijamos nuestros ojos y oídos, son aquellas que proclama después de haber liberado a la mujer adúltera de las manos justicieras de unos hombres que ni siquiera eran conscientes de sus propios pecados. Después de decir a esta mujer, “vete y en adelante no peques más…”, se vuelve hacia ellos, que son víctimas de sus propios engaños y fanatismos, en estos términos: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Partamos con nuestras manos temblorosas, el temblor gozoso de quien se siente a gusto junto a Dios, estas palabras. Jesús, “resplandor de la gloria de Dios Padre” (Hb 1,3), hace partícipe de su Luz al mundo entero y, además, promete que las tinieblas se rendirán ante todos los hombres y mujeres que siguen sus pasos.

Grande, sublime es esta promesa del Señor Jesús a los suyos; nuestro asombro y perplejidad se agigantan al oír de la boca de su Maestro y Señor que, justamente porque participan de su resplandor, también ellos son “luz del mundo” (Mt 5,14). También, pues, los discípulos de Jesucristo, pastores según su corazón por su cercanía, son a causa de la llamada recibida y misión confiada, reveladores del Rostro de Dios Padre en favor del mundo entero.

De todas formas no adelantemos acontecimientos. Nos centramos, pues, en contemplar al Señor Jesús a fin de reconocerle como el revelador supremo del Rostro del Padre; por eso es el Pastor por excelencia según el corazón de Dios anunciado por los profetas (Jr 3,15). Ante su luz doblegó Pablo su cuerpo y su ser entero; fue tal la experiencia que le llamó “Imagen de Dios invisible” (Col 1,15). Juan Pablo II comenta exegéticamente esta magistral definición del apóstol en los siguientes términos: “La luz del rostro de Dios resplandece en toda su belleza en Jesucristo”.

Dicho esto, pasamos al binomio creer-ver, es decir,  a su correspondencia. No es un binomio acuñado por ningún exegeta o estudioso de la Biblia, sino por el mismo Hijo de Dios. Él es quien proclama solemnemente que todo aquel que cree en Él, cree en el Padre, y que quien le ve a Él, ve al Padre: “Jesús gritó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado” (Jn 12,44-45).





         
       

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