jueves, 2 de agosto de 2012

Dios llama a muchos




Contaba un sacerdote español:
«Cada vez que veo estudiantes rebosando salud; chicos guapísimos con el cabello partido en crenchas muy galanas; jóvenes esbeltos que parecen cincelados por el buril del mismísimo Fidias; al pensar luego que o no son católicos, o si lo son, no aspiran más que a terminar una carrera que les facilite trabajar a la sombra, cobrar un sueldo ramplón, criar media docena de hijos y llegar luego a viejos sentados en alguna butaca con compadres tan canos y calvos como ellos, se me subleva la sangre y me viene tentación de agarrarlos por las solapas y decirles con acento lastimero:
– Pero, hombre, ¿no ves que estás perdiendo la ocasión de poderte cubrir de gloria con tus fatigas, con tus dolores, con tus esfuerzos, con sufrimientos de todo género llevados alegremente por amor de Dios para convertir un sinnúmero de almas que glorifiquen eternamente contigo a Jesucristo?
Nos sobran ya abogados, ingenieros y médicos. Lo que nos hace falta con urgencia son chicos como tú que vayan hoy mismo a los noviciados y marchen luego a conquistar el mundo para Cristo, bien desde la soledad de sus claustros, bien con el fuego de su predicación. Si me dices que Dios no te llama, vete a la iglesia; arrodíllate ante el sagrario; di a la Santísima Virgen que presente ella tu petición a su divino Hijo. Diles que tú quieres ir de voluntario. Veremos luego si te llama Dios o no te llama.
Dios llama a muchos; pero son pocos los que se dan por aludidos. Se excusan con que si la novia, si la madre viuda, si la salud, si me comerán vivo los indios, si el suelo patrio, y en estas excusas se les pasa la juventud. Entre tanto Jesucristo sigue dando toquecitos a otros corazones jóvenes. “Mañana te abriremos –le responden–, para lo mismo responder mañana”.
Total, que lo único de que dispone Dios para convertir a las gentes, son grupitos de almas temblorosas que van a ser la simiente de la gran cosecha venidera» (Cuarenta años en el círculo polar, pp. 339-340).
¿Cuál es el fondo de toda vocación? ¿Cómo se explica una vocación? No hay otra causa sino la preferencia voluntariamente querida de Alguien, y ese alguien es Cristo. El querer ser como Él, el querer prolongar su vida, llenar el mundo de su amor, y hacer su nombre conocido y amado. Cristo está en el origen y en la fuerza de cada vocación. Nada fuera de esto puede dar una explicación del por qué jóvenes generosos, llenos de cualidades, se deciden a dejarlo todo por una vida que conscientemente saben es dura, durísima, y la abrazan precisamente porque es dura. La vocación de Benito, de Bruno, de Tomás de Aquino, gente de gran condición social, que renunciaban a todo lo hermoso que el mundo podía ofrecerles. Miremos alrededor nuestro, ¿por qué ése y ése... dejó el mundo que se lo ofrecía todo? Quia amo Christum (puesto que amo a Cristo) es la respuesta común. ¿Qué ha hecho Cristo por mí? ¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué puedo hacer por Cristo?, es la pregunta que ellos se hacen. Pues en el origen de cada vocación está el amor a Cristo, amor fecundado por el Espíritu Santo: eso es lo que explica toda vocación religiosa.
Y al ver el mundo moderno caer en la impiedad... Al ver que hay miles de parroquias vacantes... que hay lugares en que no hay un solo sacerdote que absuelva; que los colegios arrojan una juventud sin Dios; que los obreros que controla el comunismo crecen de día en día... ¡La juventud debiera plantearse el problema, y unirse a la milicia de Cristo!
Muchos no quieren pensar, no quieren oír hablar del problema y, ya lo sabemos, no hay peor sordo que el que no quiere oír. Teniendo oídos para oír no oyen, ojos para ver no ven... ¡Ay de ti Jerusalén! porque si en Tiro y Sidón... ¡Qué bien se pueden aplicar esas palabras a quienes son tan sordos a la voz de Dios!
Muchos otros, rectos, puros, de alma bien intencionada, siguen a aquel joven judío que nos describe el Evangelio. Quisieran seguir siendo buenos, aún más, quisieran hacer algo por Cristo, pero cuando llegan a conocer la realidad de la perfección evangélica, los sacrificios que impone… si quieres ser perfecto... (cf. Mt 19,16-22), vuelven las espaldas y tristes acuden a sumirse en su vulgaridad. ¡Cuántas veces se repite el triste caso! Mandamos una carta, una de tantas: Padre, soy uno de esos. He conocido el camino, he oído la voz, pero me encuentro sin fuerzas... ¡Qué triste debe ser comenzar la vida habiendo conocido cuán bueno y cuán bello es el Señor, cuánto ha hecho por mí, y negarle conscientemente el primer sacrificio que me regala hacer! Cristo, si acudo a Él, seguirá siendo mi padre; pero quien no ha querido mirarlo de frente, ¿tendrá la confianza para seguir acudiendo a Él?
Otros, en cambio, quieren hacer el uso más bello de su vida, comprenden que lo que salvará al mundo, más que grandes estadistas, y grandes guerreros... es una generación de santos, y se deciden a serlo en el camino que refleja más la vida de Cristo, en aquella vida que es una copia, la más exacta y la más completa de la vida del Maestro, la que retiene más notas de la acción interior y exterior de Jesús. Abrazan generosamente la vida religiosa. ¡Qué vidas tan bellas, tan plenas!

Decía San Alberto Hurtado:

«El problema es de todos los tiempos; y la vocación es una piedra de toque como pocas para discernirlos ¿A quiénes? A los generosos, esforzados, heroicos. No es que todos los que no van por el camino de la vocación no sean generosos. Porque hay muchos generosos que ven que su misión es el mundo, que creen que ése es el campo donde han de ejercer su misión apostólica.
Pero también hay muchos llamados, muchísimos, lo sabemos por la teología y casi diría por la fe. Santo Tomás nos dice que Dios nunca abandona a su Iglesia hasta el punto de abandonarla de ministros idóneos, por tanto, del número suficiente de sacerdotes. Segunda premisa: sabemos por la experiencia, y es regla de teología pastoral, que un sacerdote, por más celoso que sea, no puede alcanzar a más de mil almas. Tercera premisa aplicada a Chile: hay en Chile 1.615 sacerdotes; aptos para el cultivo espiritual, digamos 1.200, por tanto posibilidades de 1.200.000 almas. Somos 5.000.000 ¿Cuántas quedan fuera de toda posibilidad? No lo decimos nosotros, lo dicen nuestros Obispos.
Sigamos con otras dos premisas para quienes piensan: si Dios suscita vocaciones, de ley normal, las suscita entre quienes han recibido una instrucción y una educación cristiana, los ejemplos de vida cristiana, entre quienes están más capacitados para percibir la suave voz de Dios. A.C., jóvenes escolares o vosotros que me escucháis, ¿cuántos hay en Chile que tengan la luz, el conocimiento de Cristo que tú tienes? Al pensar en los jóvenes que terminan sus Humanidades, después de haber recibido una educación cristiana, pienso que en Chile no son millares, sino quizás algunos centenares los que, teniendo su edad, han recibido las mismas luces que ellos. ¿Habrá 300 jóvenes de tu edad que hayan recibido las luces que tú, los ejemplos, cultura cristiana, etc.? Si tienes una inquietud espiritual en orden a la vocación, ¿no comprendes que deberías pensar en ella?» (La búsqueda de Dios, pp. 243-245).


Desde los tiempos evangélicos hasta hoy ha seguido actuando la voluntad fundadora de Cristo, que se manifiesta en esa hermosísima y santísima invitación dirigida a tantas almas: «¡Sígueme!». Debemos cuidar este llamado como el don más grande que hayamos recibido en la vida, porque es una gracia rompible que se puede perder.


Tomado de Schola Veritatis




No hay comentarios:

Publicar un comentario