viernes, 21 de junio de 2013

DESPUÉS DEL ATRACÓN-Marcos 6, 45-52-

  Señor Jesús: Dame tu mano y entremos juntos en tu Evangelio; sólo así podré encontrar el tesoro (Mt 13,44) que tú mismo escondiste entre sus páginas. Tesoro y Misterio: ¿Es posible vivir sin ellos? Tú sabes que no, por eso viniste.



 
 

Jesús mientras despedía (en masa, supongo) a los 5000 hombres con el estómago a punto de explotar, dijo a sus apóstoles que se marcharan a Betsaida, que Él iría más tarde. Se quedó a orar en el monte para dar gracias a su Padre.

¡A buena hora se marcharon sus amigos en la barca! Con viento de cara en las aguas del lago… Los pobres no podían ni remar. -Creo que estaba todo “preparado”, pues cuando “no puedes más”, Jesús siempre aparece-.

Y aquí apareció, andando sobre las aguas turbulentas… ¡Las cosas de Jesús, jolín! Pues al verle, los apóstoles aterrados pensaron que era un fantasma nocturno, de esos que te quitan la respiración (yo no he visto ninguno, pero fantasmones…) Y encima hizo el ademán de pasar de ellos… -Siempre lo hace para ver si tú te acercas en libertad- Pero Jesús para evitarles la taquicardia, se paró y les dijo: “Ánimo soy yo, no tengáis miedo”… ¡No, qué va, menudo “yuyu”!

 Juan pablo II también se acordó de aquella frase de Jesús en el lago, cuando nos dijo en Madrid: “No tengáis miedo”, fue genial. Yo no tengo miedo de Ti, por eso, no te separes de mí, pase lo que pase…     

Entonces Jesús entró en la barca con ellos y amainó el viento -entró en tu corazón y calmó tu angustia-. Los pobriños, estaban tan asustados y perplejos, después de los Panes, el andar sobre las aguas y dejar el lago “plano”, que no sabían ni qué pensar. Señor, reconoce que das cada susto…     

No podían entender, pero no por zoquetes (como dice Marcos), Jesús sabe muy bien que no somos tan membrillos no, es que nos hizo humanos por los cuatro costados y aquellas cosas sobrepasaban al más inteligente. Pegaban cada salto… Después sabrían que no había otra manera en el poco tiempo que tuvo, de demostrar que era Dios. Pero también tenía una paciencia extraordinaria… La misma que ahora, por cierto. Él no ha cambiado en nada. Y si no fuera por esa gran virtud, ¡A Pedro no le dejan abrir las puertas del cielo, ni “pa tras”!   

Y es que en este mundo en el que vivimos tan “a la carrera” y con tanto desgaste, más nos valdría sentarnos en un banco a descansar y aprender algo de Él; de su caridad con el hambriento; de su fe para allanar tormentas y echar una mano al que está en apuros; de su paciencia infinita. Y sobre todo de sus silencios cuando le atacaban, esto es más difícil… Yo no sé como lo hacía y ¿Tú?

¡Ay, Jesús, Jesús, qué complicado nos lo has puesto! Se me olvida que la puerta del cielo es estrecha… Pero me darás empujones para entrar a la fuerza, como en el metro ¿verdad?, tengo al confesor más harto… 
 
Emma Diez Lobo
 
 
 
 
 
    

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