sábado, 12 de octubre de 2013

Con Cristo en la Cruz




“Caminemos juntos hacia la Cruz del Señor, pues con ella ha comenzado una nueva era en la historia del hombre. Este es un tiempo de gracia y salvación. A través de la Cruz el hombre puede comprender el sentido de su propia suerte, de su propia existencia sobre la tierra. Ha descubierto cuanto le ha amado Dios. Ha descubierto, y descubre continuamente, a la luz de la fe, cuán grande es su propio valor. Ha aprendido a medir la propia dignidad con el metro de aquel sacrificio que Dios ha ofrecido en su Hijo para su salvación.” [S.S. Juan Pablo II - Magno]

Ha quedado claro, Padre, que la Cruz, sostenerse en la Cruz de Cristo, es lo único que un cristiano puede hacer, por lo que supone y por lo que es. Pero, sobre todo, el sentido que de la cruz tiene cada cual (pues cada uno tiene una que llevar) no puede ser olvidado porque de hacerlo así, y de ser cristianos, bien podemos decir que, en realidad, no lo somos.
No es sufrir lo que dignifica a la persona, sino la manera de sufrir. En muy numerosas ocasiones, cuando  los dolores se hacían y se hacen dueños de  mi cuerpo,  recordaba a Santa Teresa de Jesús:

 “En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo”
Quien huye de la Cruz de Cristo y de la cruz propia, huye de la salvación. La cruz no se busca, pero antes o después sale a tu encuentro. Es lógico que si al mismísimo Señor le costó lágrimas de sangre aceptarla, a nosotros no nos sea fácil asumir nuestras propias cruces, pero de nuestros labios y nuestro corazón han de salir también las palabras "no se haga mi voluntad sino la tuya". Y la gracia nos capacita para ello.

Dios está clavado en la cruz, bien alto para verle bien. Con los pies enclavados para esperarnos. Con los brazos abiertos para acogernos y las manos llagadas para acariciarnos.
Misterio profundo de una providencia que ha permitido llagas divinas y llagas humanas, para que el hombre pudiera ser injertado en Dios. Los injertos se hacen así; por las heridas. Misterio de la cruz. La  cruz en el cuerpo atormenta, en el corazón da vida. Sucede como con las espinas; más sufre el que las pisa que el que las besa.

No debemos parecer pobres cirineos que comparten de mala gana la cruz del Señor, porque, como expresa gráficamente Pierre Charles, “hay dos maneras de llevar un yugo; una que parece muy razonable y es completamente absurda, otra que parece absurda y es enteramente razonable”. El Señor ha dicho: Tomad sobre vosotros mi yugo. Suave yugo y carga ligera (Mt 11,30).

El seguimiento de la cruz no es una devoción privada, para apacibles embelesos interiores, es seguir las huellas del Crucificado, salir de sí mismo, crucificar el propio yo, existir para los demás hasta fatigarse.

Comprendo tu sufrir
sereno y callado,
cuando yo sufro
y Tú estás a mi lado.

Comparto tu dolor
reciamente humano,
cuando yo también me quejo
y Tú me tiendes la mano.

Y venero tu silencio
tan elocuente y tan santo,
porque también yo me callo
ante el horror y el espanto.

Te comprendo, y lo comparto,
aun siendo frágil mi barro,
pues en la fiera tormenta
sólo a tu cruz yo me agarro.
Mas no comprendo, Señor,
que tu mirada bendita
siga clavando en mis ojos
Misericordia infinita.


 Recuerda: Ofrecerse y darse, he ahí así de simple, más gloria para Dios, más felicidad para el prójimo, más gozo interior para uno mismo. Todo esto sí que importa de verdad, yo me siento inmensamente feliz y, si estamos en lo que hay que estar ¿Por qué no entrenamos ya ,en serio, desde ahora?.
Vivir con optimismo y hacer nuestros días fecundos resulta una experiencia enriquecedora. La persona necesita raíces donde apoyarse y metas claras a las que aspirar y como mi testimonio no tiene límites, cuanto escriba seria poco, me contentaré con deciros que Dios os bendiga, adelante, salid a SU encuentro y alabanza y gracias sean dadas al Padre.

Miguel Iborra

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