miércoles, 26 de febrero de 2014

Perdonar, un bello regalo





El aroma que deja la flor cuando es pisada se parece a lo que sentimos cuando hemos perdonado de corazón. ¡ qué gran satisfacción  en nuestro interior !.




sábado, 22 de febrero de 2014

Las “Buenafortunas celestiales” Lc. 6,2 -20

                             
 


Sííííííííííí ya sé, se llaman las Bienaventuranzas, pero yo lo digo así para que aquél que nada sepa ¡Qué los hay! Y han oído campanas sin saber dónde, lo entienda desde el principio. 
Jesús miró a sus discípulos y les dijo en alto (siempre a su estilo), para que después nos lo dijeran a nosotros, si no… ¿Cómo iba yo a escribirlo si no tengo 2014 años (pero casi, casi… jajaja) y no estaba allí? Pues eso, supongo que está claro:
“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”. ¡Hala! Todo el Reino “pa” ellos… Es como tocarles fijo “el gordo” dentro de un tiempo. Genial, se lo merecen.
“Bienaventurados los que tenéis hambre porque seréis hartos”. Yo, perdona mi Dios pero tampoco me gustaría ser una “mesa camilla celestial”… ¡Bueno Tú sabrás que es mejor, si ir rodando por el cielo o volar como una sílfide!
“Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis”. Esto sí que me gusta cantidad, porque tengo los ojos arrugados de tanto llorar, pero gracias Jesús, también me rio un poco cuando escribo. Es que el Espíritu Santo tiene un sentido del humor… 
“Dichosos seréis si os odian, si os insultan… Y proscriben vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre”. ¡Esto me anima un montón! Por ti Jesús lo que haga falta ¡Ya sabes! Me da igual lo que me llamen y si me odian peor para ellos, porque el odio no deja vivir y se les pone una cara de berenjena en vinagre….
“¡Alegraos…! Porque vuestra recompensa será grade en el cielo (no aquí ¡ojo!). Así trataban sus padres a los profetas”. Jesús ¡Es que no se libra ni uno!!! Ya decía yo que ser CRISTIANO con mayúsculas, oír a los profetas  y seguirte era algo gordo, pero que muy muy gordo. 

Bien, entonces ¡Alégrate y vive tranquilo pases el hambre que pases, llores por lo que llores y sobre todo si te dan la espalda por Él! La recompensa será el AMOR como cuando estuviste enamorado por primera vez y eras tan feliz (bueno, algo parecido pero a lo bestia y sin “rupturas”).   

Emma Díez Lobo



miércoles, 19 de febrero de 2014

No saben lo que hacen




La justificación que Jesús hizo para nosotros frente al Padre pidiendo nuestro perdón está compuesta de unas palabras que se me antojan sorprendentemente adecuadas, a saber:
“Porque no saben lo que hacen”
Deduzco que, si los que matan al Hijo de Dios no saben lo que hacen, los que matan a otros hijos de Dios, tampoco lo saben.
Si el mayor Pecado tiene su justificación en no saber lo que se hace, los pecados de menor escala, no tienen un motivo diferente.
Cuando uno juzga, condena y critica a un hermano, realmente “no sabe lo que hace”.
“No sabe lo que hace” el que comete una falta y “no sabe lo que hace” el que le critica y condena.
No sabemos que criticar y condenar a un hermano, es criticar y condenar a un hijo de Dios, a un igual.
No sabemos que criticar a un hermano pretendiendo que es algo que nosotros no queremos ser es criticarnos a nosotros mismos, por lo que potencialmente podríamos ser en sus mismas circunstancias. Y por medio de ésta y otras prácticas similares el hombre se siente impuro pensando que él y sus hermanos merecen castigo y a veces no sabe porqué, y entonces busca y ruega para que Dios le limpie.
Pero lo único impuro que hay en el hombre es “no saber lo que hace”.
Los hombres buscamos la felicidad porque somos felicidad; buscamos la inmortalidad porque somos almas inmortales; buscamos conocer porque somos el conocimiento divino a imagen de Dios. Pero no sabemos lo que somos, no sabemos lo que hacemos y entonces buscamos la felicidad en cosas que no nos la proporcionaran. La inmortalidad la confundimos con el éxito y la sabiduría con la información.
Y así el hombre nunca encuentra lo que realmente busca porque “no sabe lo que hace”, se siente frustrado en sus aspiraciones, y se menosprecia por ello. Antes o después se dará cuenta que sus pretendidos logros de felicidad son nada.
Acusará al mundo, (que “no sabe lo que hace”, e incluso al mismo Dios), pretendiendo que le han forzado a ser como cree que es. Sin embargo, una vez más “no sabe lo que hace”.
“Perdónalos porque no saben lo que hacen” va dirigido a todos completamente, no solo a unos pocos. Pensar de otra manera es pensar que podemos estar excluidos de dicho perdón y, por tanto, es pensar que algunos no merecemos dicho perdón.
¿Qué interés puede tener alguien en pensar que él u otros están excluidos de dicho perdón?, ¿Acaso dicho propósito no va en realidad dirigido contra sí mismo?
No aceptar el perdón de Dios no es sino una forma simple y tosca de pretender ser diferente y distinguido de los demás, de perpetuar el ego, para que Dios mismo se fije en él aunque sea para ser castigado. Como el niño que se especializa en cometer trastadas, sólo para reclamar la atención de sus padres.
Pero esto también Dios nos lo perdona porque “no sabemos lo que hacemos”.
No puedes ofender a Dios, porque “no sabes lo que haces” y pensar de otra manera es muy pretencioso, como pretencioso es no aceptar su perdón. Jesús lo dejó bien claro cuando instauró la Eucaristía.
Pero si aceptamos completamente su perdón para uno mismo y para todos,… …¿qué sería de nuestro ego?... …ya no tendría a qué o a quién juzgar y simplemente moriría.
Ése es nuestro miedo: pensamos que perderíamos la vida en vez de ganarla y una vez más porque “no sabemos lo que hacemos”.
El ego siempre plantea la misma estúpida cuestión: Si Dios me perdona todo, ¿puedo robar y matar a mi antojo? La respuesta es muy sencilla: Si uno realmente aceptara el perdón de Dios para sí mismo y para todos, no se plantearía robar ni matar ni nada por el estilo, ya que vería que es felicidad, que lo tiene todo pues tendría a Dios en su corazón y ya no acusaría ni juzgaría a nadie, ya que aceptar el perdón para uno mismo es aceptarlo para todos y sin exclusión.
Se me antoja después de estas letras una sencilla oración:
“Señor, cuídanos mientras vivimos dormidos y enséñanos a aceptar tu perdón y olvidar así nuestros pecados porque ya sabes que “no sabemos lo que hacemos”.
Amén.


J.J. Prieto Bonilla.

martes, 11 de febrero de 2014

Mar abierto

 Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí” (Mt 14,22-23)




Nos llama la atención la forma de cómo san Mateo introduce este texto evangélico. Vemos en él palabras fuertes que no son normales en Jesús: “obligó a los discípulos a subir a la barca”. Hemos de preguntarnos qué es lo que ha pasado, qué acontecimiento ha sucedido para que Jesucristo tome esta determinación con respecto a los apóstoles. Y también hemos de preguntarnos qué nos quiere decir esto respecto a nuestro camino de fe.
Vamos a intentar comprender este gesto de Jesús dentro del contexto en el que surge. Jesucristo acaba de hacer el milagro de la multiplicación de los panes y ha saciado a una muchedumbre. El evangelio de Juan, que también nos ofrece el mismo milagro, añade un dato

catequético en el que hace constar que la muchedumbre, al ver la señal que había realizado, gritó enfervorizada: ¡Éste es el profeta que estábamos esperando! “Jesús, dándose cuenta de que intentaban tomarlo por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn 6,15). A continuación, Juan dice que Jesús fue al encuentro de sus discípulos caminando sobre el mar en medio de la tempestad. Lo mismo que vamos a ver a lo largo del libro siguiendo el texto de Mateo.
En el texto de Juan es interesante observar detenidamente la reacción de los judíos ante el milagro de Jesús, reacción que ya sabemos. Vieron en él al Profeta que Israel estaba esperando y que los profetas, sucesivamente, habían anunciado. Visto lo cual decidieron hacerle rey.
¿Por qué los judíos, ante el milagro de la multiplicación de los panes, reconocen en Jesucristo al Profeta que estaban esperando? Israel, a lo largo de la espiritualidad que había alimentado por medio de los profetas, tenía la percepción clarísima de que el Mesías sería reconocido por unos signos muy concretos. Sería alguien que haría presente las antiguas maravillas que Yahvé realizó en favor de su pueblo; por ejemplo, como cuando fue alimentado en el desierto con el pan que bajaba del cielo.
También forma parte de la historia de la salvación de Israel la multiplicación de los panes efectuada por Eliseo, sucesor del profeta Elías: “Vino un hombre de Baal Salisa y llevó a Eliseo veinte panes de cebada y grano  fresco en espiga… Su servidor dijo: ¿cómo voy a dar esto a cien hombres? Él dijo: dáselo a la gente para que coma, porque así dice Yahvé: comerán y sobrará. Se lo dio, comieron y dejaron de sobra, según la palabra de Yahvé” (2Re 4,42-44).
Israel, iluminado por los profetas, tiene conciencia de que Dios prepara para él un nuevo Éxodo, una nueva liberación por medio del Mesías, y éste sería reconocible por signo liberadores concretos como, por ejemplo, multiplicar los panes. Ven en Jesucristo este signo y aparece el mismo problema de siempre: la mentira permanentemente incubada en el corazón del hombre. Recordemos que Jesucristo llama a Satanás mentiroso y padre de la mentira (Jn 8,44).
El problema que se presenta entonces es que la esperanza mesiánica está viciada por la mentira. Ésta se manifiesta en el hecho de que desean hacerle rey, incluso le fuerzan hasta el punto de que Jesús tuvo que huir. Que Yahvé haya enviado a su  Hijo-Mesías en orden a la conversión del pueblo, en orden a un cambio de corazón, como bien habían anunciado los profetas, les importa poco o nada. Quieren hacerle rey porque ven en él una realización de sus pretensiones de grandeza. Ven en él al caudillo liberador del poder romano al que estaban sometidos. Sueñan con una vuelta a la supremacía sobre las naciones como en los épicos tiempos de David y Salomón.
                 Sin embargo, vuelvo a insistir en que los profetas anunciaron al Mesías como el Pastor que devolverá al rebaño de Israel la fidelidad perdida; le anunciaron como el Agua viva que habría de cambiar el corazón idólatra del pueblo.
Jesús camina sobre las aguas       
 A. Pavia.  Editorial Buena Nueva


viernes, 7 de febrero de 2014

Un tipo elegante




Resulta muy curioso observar cómo muchos jóvenes se visten igual y sin embargo todos piensan que visten diferente y son originales. Realmente creen que van distintos entre sí. La moda es un claro ejemplo del funcionamiento de la mente común, pero eso es lo de menos: lo que resulta chocante es cuando alguien trata de llamar la atención de los demás con su forma de vestir, expresarse, etc.
La primera pregunta que yo haría es:
¿Acaso tiene derecho a reclamar la atención de los demás?... …Bien, supongamos que sí, que tiene derecho. Entonces el problema es nuestro si nos escandalizamos o nos incomodamos.
La realidad es que en el fondo todo el mundo intuye que si alguien llama la atención con su imagen, es porque algo quiere de los demás, porque algo quiere demostrar o manifestar, y eso suele hacer que los demás tomen una actitud de cautela ante quien muestra esa imagen que reclama atención.
Desgraciadamente en la TV cada vez se ven más personas que visten y hablan de forma extravagante buscando así la atención de los demás; parece que a algunos realizadores o directores se les están acabando las ideas.
El lema que tiende a imponerse hoy en día es “viste como quieras, se tú mismo”, como si sólo en la imagen física estuviera la verdadera identidad de una persona. Y aunque eso no es verdad, lo cierto es que la imagen física casi siempre refleja otro aspecto más sutil o mental del individuo.
Un cristiano consecuente no debería vestirse para sí mismo, sino para los demás, para aquellos a los que muestra su imagen.
Esto mismo se lo dije hace años a un compañero becario que pusieron a mi servicio en la oficina y cuya forma de vestir llamaba la atención, y todavía hoy me recuerda mis propias palabras “vístete para los demás”, cuando alguien le dice que está elegante.
La palabra elegancia, tiene el mismo origen que elegir, y elegir no implica sólo la vestimenta, se elige constantemente, esa es una ley. Elegancia sería la cualidad de elegir bien.
Jesucristo dijo que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo encerraba el conocimiento de la  Ley y los profetas.
Y desde estas letras invito a comprobar a que elijas la vestimenta, los libros que lees, la música que escuchas, las palabras que utilizas, las compañías que frecuentas y el trabajo y la decisión que has de realizar en cada momento, pensando en estas palabras de Jesús, es decir, por amor a Dios y a los demás.
Verás que haciéndolo de esta forma, estarás del lado de la Ley y que necesariamente elegirás bien sin incomodar a ningún hombre justo, y entonces, sin lugar a dudas, simplemente todo el mundo reconocerá que eres:… …“Un tipo elegante”.

  
J.J. Prieto Bonilla.


martes, 4 de febrero de 2014

“Me fui”



¡Hola Dios!!!... Ya te sigo, ya… Pero espera un poquico, déjame estar unas horas con mi familia, ¡Mírales, están llorando delante de mí y me dan tanta pena!
- Bueno, pero sólo unas 72 horas ¿Vale?, después vendré a por ti.
Y pasaron las horas ¡Cuánto me costaba despegarme de los míos! Aunque la verdad es que no me hicieron el más puñetero caso, como si ya no fuera nada en absoluto sino un ser querido en un cajón precioso de madera… ¡Manda higos Dios! Y yo, dale que te pego diciendo ¡Estoy aquí- iiiiiiiiiii! (como la niña de poltergeist) Pues que si quieres arroz Catalina, ninguno se daba cuenta de nada.
Y en aquello de “que estoy y de que no me veis”, llegó Dios…
- ¿Ya te has despedido?
- Bueno, ya me hubiera gustado, ni siquiera se enteraron de que andaba entre ellos…
- No te preocupes, cuando me escuchen Hablar en la iglesia o cuando lean El Evangelio en su casa -todos lo tienen- sabrán que estabas allí… No es un problema, mujer, pero ahora ven conmigo…
Si, ya voy… ¡Cuánta luz, Padre!
- Si, hija, esto es único, pero tienes que ver algo antes de llegar al paraíso…
-¿Es que este sitio no es el paraíso?
- Pues no hija ¡Ni parecido! El paraíso lo verás en su momento…  Ahora te pasaré tu vida como en “cinemascope” y verás en que fallaste con los demás, es necesario que lo veas para seguir camino hacia el Edén…
-¡Uy Padre!, tengo manchones de tomate y grasa de pollo hasta en el carnet del alma y ¡Porque no me has mirado bien! Pero… Un hollín en las narices que parece que me ha crecido bigote… 
- Es verdad ¡qué desastre! Pero hay un lugar dónde te podrás lavar y quedarás como los chorros del oro.
- ¿Con qué jabón me quitaré tanta guarrería pegada, Dios?
- Es de la marca “Oración” de las que aquí llegan desde la tierra…
-¡Ahí va! Y si no rezan por mí…
- ¡Qué terca eres, hija! Hay millones de oraciones y misas por los que están en “la lavadora”; tu familia también reza… Tienes esa genial suerte.
- Pues vale, porque yo no quiero ir así de fachosa al paraíso…
- Ni soñando… Además, te daría tanta vergüenza que no darías ni un paso. El “blanco” es impoluto, ya verás los “trajes” que os pondréis, son tan luminosos, tan gloriosos…
- Acepto Padre, aquí me quedo hasta volver a verte… ¡Mira que tuviste misericordia conmigo! Y yo en la inopia, pero sé que Tú sabes que yo siempre lo intentaba y… ¡Ni flores! Otra vez a meter la pata, cosas terrestres Dios… Lo importante es que me perdonabas siempre y siempre volvía con más manchas que un dálmata…   
- Pues ¡Hala! a pasar la última prueba de “lavado” que te espero, te esperan, “¡te               queremos Emma!!!” - como en las terapias americanas-.
- ¡A la “orden” Padre y hasta luego! Que no se te olvide decir a María, que no deje de visitarme que la necesito como a mi madre la del mundo…
- Irá hija, está deseando estar contigo…
Y en la tierra rezaban y rezaban por los que nos teníamos que “centrifugar”. Ya decía yo que las misas por los que se iban eran tan importantes…
¡Qué suerte! Aún no me he ido… Llenaré mi agenda de misas y por otro lado, mientras menos “lamparones” menos centrifugados… ¡A ver si soy capaz! 


Emma Díez Lobo