martes, 11 de febrero de 2014

Mar abierto

 Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí” (Mt 14,22-23)




Nos llama la atención la forma de cómo san Mateo introduce este texto evangélico. Vemos en él palabras fuertes que no son normales en Jesús: “obligó a los discípulos a subir a la barca”. Hemos de preguntarnos qué es lo que ha pasado, qué acontecimiento ha sucedido para que Jesucristo tome esta determinación con respecto a los apóstoles. Y también hemos de preguntarnos qué nos quiere decir esto respecto a nuestro camino de fe.
Vamos a intentar comprender este gesto de Jesús dentro del contexto en el que surge. Jesucristo acaba de hacer el milagro de la multiplicación de los panes y ha saciado a una muchedumbre. El evangelio de Juan, que también nos ofrece el mismo milagro, añade un dato

catequético en el que hace constar que la muchedumbre, al ver la señal que había realizado, gritó enfervorizada: ¡Éste es el profeta que estábamos esperando! “Jesús, dándose cuenta de que intentaban tomarlo por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn 6,15). A continuación, Juan dice que Jesús fue al encuentro de sus discípulos caminando sobre el mar en medio de la tempestad. Lo mismo que vamos a ver a lo largo del libro siguiendo el texto de Mateo.
En el texto de Juan es interesante observar detenidamente la reacción de los judíos ante el milagro de Jesús, reacción que ya sabemos. Vieron en él al Profeta que Israel estaba esperando y que los profetas, sucesivamente, habían anunciado. Visto lo cual decidieron hacerle rey.
¿Por qué los judíos, ante el milagro de la multiplicación de los panes, reconocen en Jesucristo al Profeta que estaban esperando? Israel, a lo largo de la espiritualidad que había alimentado por medio de los profetas, tenía la percepción clarísima de que el Mesías sería reconocido por unos signos muy concretos. Sería alguien que haría presente las antiguas maravillas que Yahvé realizó en favor de su pueblo; por ejemplo, como cuando fue alimentado en el desierto con el pan que bajaba del cielo.
También forma parte de la historia de la salvación de Israel la multiplicación de los panes efectuada por Eliseo, sucesor del profeta Elías: “Vino un hombre de Baal Salisa y llevó a Eliseo veinte panes de cebada y grano  fresco en espiga… Su servidor dijo: ¿cómo voy a dar esto a cien hombres? Él dijo: dáselo a la gente para que coma, porque así dice Yahvé: comerán y sobrará. Se lo dio, comieron y dejaron de sobra, según la palabra de Yahvé” (2Re 4,42-44).
Israel, iluminado por los profetas, tiene conciencia de que Dios prepara para él un nuevo Éxodo, una nueva liberación por medio del Mesías, y éste sería reconocible por signo liberadores concretos como, por ejemplo, multiplicar los panes. Ven en Jesucristo este signo y aparece el mismo problema de siempre: la mentira permanentemente incubada en el corazón del hombre. Recordemos que Jesucristo llama a Satanás mentiroso y padre de la mentira (Jn 8,44).
El problema que se presenta entonces es que la esperanza mesiánica está viciada por la mentira. Ésta se manifiesta en el hecho de que desean hacerle rey, incluso le fuerzan hasta el punto de que Jesús tuvo que huir. Que Yahvé haya enviado a su  Hijo-Mesías en orden a la conversión del pueblo, en orden a un cambio de corazón, como bien habían anunciado los profetas, les importa poco o nada. Quieren hacerle rey porque ven en él una realización de sus pretensiones de grandeza. Ven en él al caudillo liberador del poder romano al que estaban sometidos. Sueñan con una vuelta a la supremacía sobre las naciones como en los épicos tiempos de David y Salomón.
                 Sin embargo, vuelvo a insistir en que los profetas anunciaron al Mesías como el Pastor que devolverá al rebaño de Israel la fidelidad perdida; le anunciaron como el Agua viva que habría de cambiar el corazón idólatra del pueblo.
Jesús camina sobre las aguas       
 A. Pavia.  Editorial Buena Nueva


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