jueves, 20 de marzo de 2014

El sentido alegórico del Antiguo Testamento




En el Evangelio de la Transfiguración
Mt 17,1-9 (léase)
 
El Evangelio de La Transfiguración lo podemos tomar como una invitación a leer la Sagrada Escritura durante el tiempo de cuaresma. Lo dice el mismo Padre: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”. Y una de las mejores maneras de escuchar a Jesús es leer los Evangelios donde están sus palabras, y leer el resto del Nuevo Testamento que nos explica los Evangelios, y el Antiguo Testamento que prepara todo el misterio de Jesús. Además nos indica cómo se debe leer la Sagrada Escritura, sobre todo Antiguo Testamento. Se le debe leer a la luz de Jesús, que es la única Palabra del Padre.
Jesús toma a tres discípulos aparte: Pedro, Santiago y Juan; el Evangelio lo cuenta así no por menosprecio de los demás, sino por dar idea de la intimidad con que debemos leer la Biblia, como dialogando personalmente con el Padre. Y leerla en grupos pequeños donde todos podamos hablar para ayudarnos a entenderla, sin caer en el peligro de la ociosa habladu­ría; “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, dice Jesús.
Y los lleva a un monte alto, cerca de la casa del Padre, y allí Jesús se transforma todo en luz, Jesús es todo palabra, todo mensaje. En esto, aparecen Moisés y Elías, Moisés represen­tando la Ley y Elías representando los profetas; entre los dos representan todo el Antiguo Testamento, preparando el mensaje de Jesús. Es que el Antiguo Testamento es preparación para el Nuevo.
Pedro se entusiasma al ver a los dos personajes, y se queda satisfecho, se siente a gusto con el Antiguo Testamento, quiere perpetuarlo sin avanzar, “Hagamos tres tiendas” dice, como indicando, “Quedémonos aquí para siempre”. Pero en este momento viene una nube que simboliza la presencia del Padre, y declara que al que hay que escuchar es a Jesús; el Padre no dice que escuchen a Moisés, a Elías y a Jesús, sino sólo a Jesús. Y en este momento Moisés y Elías desaparecen porque ya han cumplido su misión de presentar a Jesús. Desde este mo­mento el Antiguo Testamento ha cambiado radicalmente, Moisés y Elías tienen un valor relativo, hay que leer el Antiguo Testamento de una manera distinta y nueva, iluminado por la luz del Evangelio de Jesús.
No es que ya no debamos leer el Antiguo Testamento; el Antiguo Testamento es muy importante, su autor es Dios, pero ya no debemos contentarnos con su sentido literal, hemos de esforzamos por entender el sentido alegórico de cada pasaje. El sentido alegórico es el que todo lo refiere a Jesús.
¿En qué se distinguen el sentido literal y el sentido alegórico?
 
Un Ejemplo lo explicará. En el libro de Isaías (63,1-6) tenemos un poema de gran inspiración, aunque bastante brutal si se entiende en sentido literal. Está escrito en forma de diálogo entre Dios y el profeta. El profeta ve que se le acerca alguien con los vestidos todo salpicados de sangre y pregunta:
Profeta: ¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con ropaje todo rojo escarlata?

¿Ése del vestido esplendoroso y de andar tan esforzado?
DiosSoy yo que hablo con justicia, un gran libertador.
Profeta: Y, ¿Por qué está todo de color rojo tu vestido y tu ropaje todo salpicado como el de uno que ha estado pisoteando racimos de uvas en el lagar?
Dios: El lagar lo he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo. Los pisé con ira, los pisé con furia, y salpicó su sangre mis vestidos, y toda mi vestimenta ha manchado ¡Era el día de la venganza que tenía pensada! Miré bien a un lado y a otro y no había auxiliador; me asombré de que no hubiera quien me apoyase. Así que me salvó mi propio brazo, y fue mi furor el que me sostuvo. Pisoteé a pueblos en mi ira, los pisé con furia e hice correr por tierra su sangre.
Este pasaje hay dos maneras de leerlo: en sentido literal y en sentido alegórico.
 
En sentido literal es como lo entendía el propio Isaías que lo escribió, y como lo entendían las personas del Antiguo Testamento que lo leían, cuando todavía no se conocía a Jesús, cuando Elías y Moisés eran los grandes maestros. Por desgracia esta es la manera como todavía hoy lo entienden algunos.
Edom era una nación vecina y enemiga de Israel, el pueblo escogido, y una de sus grandes ciudades era Bosra. Cuando los Israelitas fueron deportados a Babilonia, los Edomitas se alegraron mucho de su desgracia y participaron en el saqueo de la ciudad de Jerusalén. Ahora los Israelitas están deseando venganza contra Edom, y se imaginan que Dios está tomando venganza en su lugar. Con un lirismo estupendo, el lector ve a Dios que regresa de la batalla todo cubierto de sangre, igual que uno que vuelve del lagar de pisotear las uvas para sacar el mosto viene todo manchado de vino. Lo ha hecho todo Dios, sin ayuda de nadie. Él ha aplastado con ira a los edomitas en Bosra, de ahí que venga todo salpicado de sangre. Y lo mismo hará con los demás enemigos de su pueblo escogido.
Para la mentalidad primitiva de entonces, la idea tiene su hermosura: no debemos vengamos personalmente, debemos dejar la venganza para Dios. Pero nosotros ya no lo podemos entender así. Una persona del Nuevo Testamento que ha escuchado a Jesús, sabe que ya no hay naciones enemigas, y que las palabras “ira” y “venganza” ya no están en nuestro vocabulario. Dios es todo amor.
 
Entonces el pasaje de Isaías tenemos que entenderlo en sentido alegórico, refiriéndolo a Jesús. Edom y Bosra ya no son nación y ciudad enemigas sino que son nuestros pecados, nuestras mentiras, nuestra soberbia, nuestras faltas de caridad, y nuestras pasiones e inclinaciones al mal; éstos son nuestros peores enemigos. El que viene todo teñido en sangre es Jesús, teñido, no en sangre de enemigos humanos, sino en su propia sangre que derramó en la cruz. La ira de Jesús es su determinación de limpiamos en su sangre de todo pecado. El lagar es la cruz donde derrotó el pecado; él sólo sufrió en la cruz, librándonos a todos del castigo merecido.
El mirar a un lado y a otro a ver si había alguien con él, es un deseo de Jesús de le acompañemos. Es una invitación personal para cada uno de nosotros; nos está diciendo: salta al lagar conmigo, y abraza la cruz para que del todo no me falte compañía, “Si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Mt 16,24).
              
Santiago Alonso

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