sábado, 27 de septiembre de 2014

Dios toca tu corazón




Hay un episodio en el Libro de los Reyes, concretamente en el capítulo 19 que profetiza lo que después en diversos episodios evangélicos podríamos llamar como “el paso de Yahvé”.

Sucede que el profeta Elías ha matado a los cuatrocientos cincuenta Baales y es perseguido por el ejército de la reina Jezabel para matarlo. Él ha dado testimonio público de que el verdadero Dios es Yahvé, y se ha ganado el odio y la persecución de todo un pueblo. Elías sale huyendo y se refugia en  Berseba de Judá, como nos narra el versículo 3: “…anduvo por el desierto una jornada de camino hasta llegar y sentarse bajo una retama…”. Se recostó y quedó dormido, pero un ángel le tocó y le dijo:”…Levántate y come…”Miró a su cabecera y vio una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. El ángel de Yahvé volvió por segunda vez, le tocó y dijo: “…Levántate y come pues el camino ante ti es muy largo…”. Se levantó, comió y bebió y con la fuerza de aquella comida caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.

Elías se sienta bajo una retama; es la imagen del que está vencido, derrotado, no tiene fuerzas para continuar. Son tan graves los acontecimientos que le esperan que se desea la muerte y no puede seguir. La imagen de “sentarse” ya nos indica que es un perdedor, se identifica con la muerte que intuye le espera, y está como el ciego de Jericó, al borde del camino, aceptando su mala suerte y el abandono de Yahvé.

Quizá a veces nos encontremos en esos momentos  ante una determinada situación de nuestra vida. Probablemente en los tiempos actuales nadie nos persigue para matarnos, pero los problemas del día a día se nos hacen tan pesados y la solución, si existe, es tan lejana, que  deseamos “apartar de nosotros ese cáliz amargo”. Nos recuerda algo ¿verdad? Hasta el mismo Jesucristo tuvo que pasar por este trance para redimirnos.

Aparece en la escena el ángel de Yahvé, que le toca. Lo dice dos veces. Y le pide levantarse y comer. Por decirlo de otra forma, le exige “ponerse en pie”. Es decir, tomar la postura del Resucitado, el estar en pie. Y le ordena comer para coger fuerzas. No un alimento cualquiera, le presenta una torta-suponemos de pan- y un jarro de agua.
Con este alimento se alimentaban tradicionalmente los presos a quienes se les mantenía a pan y agua para que no muriesen en la cárcel. “A pan y agua”.

En este texto hay algo mucho más fuerte: Este pan y esta agua son los alimentos que el Señor Jesús nos da como alimento cuando nos dice YO SOY EL PAN VIVO, YO SOY EL AGUA VIVA.

Es pues una imagen preciosa que ya profetiza lo que ha de ser para nosotros el alimento para el camino de nuestra vida, camino muy largo, como nos indica el texto.
En la Escritura vemos que no sobra ni falta ni una sola palabra. Ya decía Jesús: “…mientras duren el cielo y la tierra no dejará de estar vigente ni una i ni una tilde de la Ley…”(Mt 5,18).
 Y el ángel de Yahvé- que no es sino el mismo Dios-le toca.

Entrando en una ciudad, se presentó un leproso que, al ver a Jesús, se echó en tierra, y le rogó diciendo: “…si quieres puedes limpiarme…”Él extendió la mano, le tocó, y dijo: “Quiero, queda limpio”(Lc 5,12-26) Y al instante quedó curado.
Veamos ahora la curación de dos ciegos que narra Mateo en (Mt 9, 20-29):
“…Cuando Jesús se iba de allí, le siguieron dos ciegos gritando :¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David! Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: ¿creéis que puedo hacer eso? Dícenle: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos diciendo: Hágase en vosotros según vuestra fe. Y se abrieron los ojos.

Son  impresionantes las palabras de Jesús. Aunque el interés de esta catequesis es reflexionar cómo Dios toca al hombre en el paso de Dios por su vida, no puedo por menos de detenerme en el cuadro que nos pinta el Señor.
Los ciegos le piden a Jesús su curación, y da la impresión de que Él no les hace caso, puesto que le siguen hasta casa. No les cura inmediatamente. Nosotros, dentro de este “cuadro” también estaríamos solicitando urgentemente el milagro. ¡Cuántas veces pedimos sin saber!

Dios sabe lo que nos hace falta, y nos lo da por añadidura cuando pedimos lo que Él quiere darnos. (Mt 6, 25-34): “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura”. Y esta justicia no es tanto la justicia distributiva como la entendemos nosotros, de dar a cada uno la recompensa que corresponde, sino la forma de “ajustarnos” a Dios, como una mano se entrelaza o ajusta a la otra. Así hemos de ajustarnos a Él buscando su justicia.

El Señor les pide fe; sólo eso, que crean en Él. Igual te pide a ti y a mí. Tener fe, que nos fiemos de Él; sabemos que todo lo puede, nos fiamos de su Bondad y Misericordia en grado tal, que sabemos que nos dará lo que pedimos si lo hacemos con fe y con la seguridad de que ya lo hemos conseguido. “…Cualquier cosa que pidáis al Padre en mi Nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo…” (Jn, 14,13)
Al ver la fe de los dos ciegos, les tocó los ojos diciendo, como hemos visto: Hágase en vosotros según vuestra fe

Entre los innumerables textos del Evangelio en que Jesús toca a la gente, me detengo en el conocido de la curación de la hemorroisa, según relata Marcos en  (Mc 5, 21-43). Y dice así: “…Una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el manto diciendo: si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré…”La sangre, en el contexto del pueblo de Israel, representa la vida; esta mujer perdía su vida sin poderla contener. Y llevaba doce años padeciendo este problema. Y nos podemos preguntar: ¿importa tanto que sean doce, o diez o siete? Los números, en la espiritualidad del pueblo de Israel, tiene significado. El número doce es el número de la plenitud: Las doce tribus de Israel, los doce Apóstoles, los doce años de padecimientos de la hemorroísa perdiendo su vida…

En este caso es el ser humano representado en la hemorroisa la que se acerca a Jesús para tocar su manto. El manto, en la espiritualidad bíblica representa el espíritu o la personalidad del que lo lleva. Recordemos las palabras del profeta Eliseo cuando le pide su manto a Elías antes de ser éste arrebatado a los cielos. (2R 2, 1-18) Y observad sobre todo el versículo 13, en el que el manto de Elías se parte en dos, quedándose Eliseo con una parte.

Jesús, entre las apreturas del momento, se siente “tocado “de una manera especial; tanto que pregunta a su alrededor: ¿quién me ha tocado? La hemorroisa confiesa su acercamiento y Jesús, al ver su fe, le dice: “Hija tu fe te ha salvado, vete en paz”. Y quedó curada la hemorroisa.

¿Cuántas veces nos toca Jesucristo? No nos damos cuenta. Él tiene infinita paciencia, nos espera hasta el fin. Nos toca o nos llama a la conversión, sigue enviando profetas a la tierra; profetas-anunciadores de su Palabra. Ahí estamos nosotros, los que le buscamos, los que queremos ser sus discípulos. Somos por el Bautismo un reino de SACERDOTES, PROFETAS Y REYES, y esa gracia que Dios nos ha concedido gratuitamente, no la podemos enterrar como el siervo perezoso que enterró sus talentos. Hemos de hacerla producir, a la manera de Dios, contando a los demás sus maravillas, las que hace en cada uno de nosotros cada día. La hemos de contar con palabras y con hechos, con lágrimas y con sonrisas, llorando con los que lloran y riendo con los que ríen (Rom 12,15). Llevando la cruz de cada día al hombro, no arrastrándola.

Mi yugo (la Cruz) es suave y mi carga ligera (Mt 11,30).El yugo lo llevan los animales enlazados entre dos; así unen sus fuerzas y, avanzando, les cuesta menos.

Jesús toma este ejemplo para indicarnos que en nuestra vida, con nuestro yugo, (nuestra cruz, pero la llama yugo), al otro lado, Él nos acompaña y tira con nosotros. ¿Te imaginas a Jesús a tu lado acompañándote en todos tus problemas? Si lo pensamos así, como nos lo ha prometido, ¡qué liviana se nos convierte nuestra carga!

Si un día, cuando te levantes por la mañana para los quehaceres de cada día, recibes una llamada que te dice: ¡no te preocupes por el pago de tu hipoteca! O te llama el Banco para decirte. ¡Tu deuda la han pagado, no me debes nada! Primero no te lo creerías, y después saltarías de gozo.

El Señor Jesús pagó con su sangre y su muerte la deuda que teníamos contraída clavándola en la Cruz. Él pagó por nosotros. ¿Hay AMOR más grande? Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo (Jn 3,16).

¿Alguien te amó así alguna vez? Este es Jesús de Nazaret, nuestro Dios, Jesucristo el Hijo único del Padre.

Que sea Él quien en este día haya tocado tu corazón, como tocó el mío, cuando, en mi pobreza, me inspiró estas reflexiones.

Alabado sea Jesucristo

Tomás Cremades 

martes, 23 de septiembre de 2014

El rincón de mi oración:





No olvides, Señor

         En el amanecer de cada día pronunciar mí nombre,   enviarme, como si fuera la primera vez, a sembrar ilusiones en los senderos espinosos a llevar esperanza, donde gime el hombre perdido.   
   
No me olvides, Señor

Y, si no te escucho manda el aliento de tu Santo Espíritu para que, ajustándome con salario divino - ser feliz haciendo lo que hago- y nunca me canse de trabajar con el arado de mis manos la divina hacienda o tierra que me confías.

No me olvides, Señor

¡Tengo tanto miedo de  no ser tu asalariado!
¡Tengo tanto temor de que no cuentes conmigo!                         
¡Tengo tantas dudas de si estoy trabajando en tu viña!                     O si, por el contrario, estoy trabajando mi terreno.

 No me olvides, Señor        

No pases de largo y si me ves reticente empújame con el auxilio de tu Gracia. Sorpréndeme con nuevos proyectos e ilusiones. Levántame cuando, bajo las cepas de tu viña, vea que no producen o verdean el fruto deseado.

No me olvides, Señor

Y, si no acierto a la hora de podar tu viña; perdóname. Y, si exijo algo que no es mío; que recupere la paz Y, si las tormentas se desatan, dame un poco de calma.

¡NO ME OLVIDES SEÑOR!

Que más que nunca, quiero ir a tu viña. Porque entre otras cosas, trabajando para Ti y  contigo,  es el mejor salario que jamás haya recibido a lo dicho; Señor…   No pases de largo…    
                                                                                                     
Quiero trabajar contigo.


                                               Pedro Pablo Crespo Escudero

viernes, 19 de septiembre de 2014

Inevitable Dios



Mucha gente nos hemos sentido heridos por palabras o sentencias que nos han ofendido y sufrimos por ello.

También ciertos actos realizados por otras personas con relación hacia nosotros nos causan o nos causaron sufrimiento.

Y digo sufrimiento y no digo dolor, porque pretendo diferenciar el aspecto físico del aspecto mental y emocional, es decir:
Las terminaciones nerviosas del cuerpo, cuando son dañadas, nos producen dolor, pero no es obligatorio que ese dolor tenga que transformarse en sufrimiento; de hecho, yo puedo pellizcarme a mí mismo y causarme dolor durante mucho tiempo, pero esto no implica que me haga sufrir necesariamente, pues el sufrimiento siempre implica una actitud mental.

Algunas técnicas utilizadas en oriente intentan diferenciar bien este hecho como técnica de crecimiento personal, así ocurre con los famosos faquires capaces de caminar sobre brasas o dormir sobre clavos soportando el dolor sin sufrimiento mental, transcendiendo con ello el aspecto físico de su ser.

Y es que el problema no es que alguien te llame idiota el problema es lo que tú te dices a ti mismo cuando alguien te llama idiota.

El cuerpo puede experimentar o no experimentar dolor pero el sufrimiento siempre está en el mundo mental o emocional y generalmente causado por lo que nosotros mismos nos decimos a causa de los acontecimientos que hemos experimentado.

Deberíamos ver los acontecimientos como neutros, ya que la cuestión no está en lo que nos ocurre sino en cómo vivimos en nuestra mente y corazón lo que nos ocurre, y la realidad es que todo acontecimiento por muy doloroso que parezca es un regalo para descubrir nuestro verdadero ser.

Necesitamos abandonarnos a la voluntad de Dios para dejar de sufrir.
El médico y escritor Americano, Andrew Weil, sugirió que mientras las personas paranoicas perciben el mundo como una conspiración contra ellos, los místicos ven el mundo como una conspiración arreglada en su beneficio. Así que cada acontecimiento que ocurre se ve como proveniente de lo Universal para ayudarnos a descubrir el obsequio más grande de todos: nuestra naturaleza verdadera como hijos de Dios.

Otro efecto de este punto de vista es una disminución de los sentimientos de culpa, tanto propios como de los otros. Cuando nosotros distribuimos las culpas, malinterpretamos la experiencia y el drama de la vida.

Así que considerar cada acontecimiento como un obsequio del Cielo, es una manera de aprender a cambiar el punto de vista que tenemos de los fenómenos desde una perspectiva limitada del ego a otra correspondiente a nuestro ser verdadero.

Desde pequeños en la escuela deberían de enseñar a los niños a dejar esa actitud tan común de “me lo deben y no me lo pagan” ya que encontramos muchas personas que se quejan mucho en nuestros días por las cosas que les ocurren.

Y es que hemos caído en el vicio de pensar que las cosas deben ser mejores de lo que son para nosotros,… … “por nuestros méritos y facultades”. Y todo por contarnos a nosotros mismos ideas de lo que es mejor y de lo que es ideal, como si fuéramos nuestros propios creadores.

Sin darnos cuenta que “todo acontece para el bien de aquellos que aman a Dios”.

Albert Einstein una vez dijo que la pregunta más importante que nosotros podemos hacernos es: “¿Es el universo un lugar amistoso?”. Es esta creencia fundamental lo que determina cómo respondemos ante la vida.

Y responderemos bien si vemos la mano de Dios detrás de los acontecimientos. El “Sí”, el “Hágase en mi Tu voluntad” de la Virgen María no viene sino a enseñarnos esto de una forma sencilla preciosa y misteriosa.

Y con este “Sí” en nuestros labios, veremos que Dios no es un objetivo lejano, al que uno solamente puede conocer después de muchos años de grandes y penosos esfuerzos. No es algo que solamente conoceremos cuando estamos en un estado más propicio o cuando la vida se nos arregle como nosotros queremos. No es algo en lo que tengas o no que creer, y lo sepas o no lo sepas, Dios es algo imposible de evitar, presente siempre en cada aspecto de la vida que vives.

Esto no es un cuento o una historia agradable. Simplemente es cierto nos guste o no. Y si nos abandonamos a Dios en la vida diaria, dejaremos de sufrir a pesar de todo y algunas veces sin duda Lo veremos.



J.J. Prieto Bonilla.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

María ¿las recoges?







- Me han dicho que las oraciones de la tierra las recogen los ángeles en cestos de plata y te las llevan a ti… Me han dicho que tú las repartes entre las almas del purgatorio refrescando su ansiedad… Me han dicho que esas almas agradecidas, te pedirán por la mía…

¿Las recoges tú, María?

- Alma querida, todo es verdad… Como lluvia fina reparto el consuelo que vosotros enviáis a vuestros hermanos, aquellos que sufren la ausencia de Dios. Sí, es verdad que cada día espero esos cestos de amor llenos de oraciones para ellos.

¿Sabes hija?, cuando se presentaron ante mi Hijo en el andén del cielo, sus equipajes fueron abiertos y entre lágrimas vimos que llegaban vacíos de caridad y ternura…  No pensaron más allá de sí mismos mientras llorabais suplicándole a Dios y a mí que os ayudaran…

Sí, ahora se han dado cuenta de que tuvieron toda una vida para hacerlo pero os convirtieron en luz de gas; ellos no creyeron en que todos erais hermanos “de sangre”, en que yo era la madre del mundo. Lo dijo Jesús antes de morir en la cruz “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, pero las palabras se las llevó el viento… Les dimos tantas oportunidades, tantas como lágrimas hoy salen de sus ojos arrepentidos.

- Madre, me dan pena, son hermanos míos ausentes, estuvieron viendo la misma tierra que yo, la misma pobreza que yo, los mismos pájaros que yo… Y me angustian tanto como a los que veo hoy a mí alrededor o en la TV cuando me enseñan a los que no conozco o están lejos de mí… 

- Hija querida, ayúdales en lo que puedas tanto a unos como a otros, son tus hermanos y Jesús, vuestro “Hermano mayor”, murió por quereros hasta el extremo, esperando algún día estar todos juntos… No lo olvides nunca. 

- Entiendo pues Madre mía, que cada día y cada noche me presentas el cesto de plata para que yo lo rellene por los que marcharon y los que aún viven conmigo.  
- En cada rostro que pase por tu lado has de ver el amor de vuestro Jesús por él, a Él mismo.

 - ¡Claro! Madre, lo haré. Te imagino espolvoreando con oraciones de lluvia, las almas sufrientes para mitigar su dolor, salir de la oscuridad y encontrarnos al fin en el hogar de amor del que una vez salimos todos para conocer la tierra… Pero para volver y contar y contar... 


- Así es Emma, así sea. 

    
Emma Díez Lobo

jueves, 11 de septiembre de 2014

¡ Y que difícil es este camino !





El ser humano es un ser en camino  y en una marcha continua que impregna por completo la vida humana y que vive orientado hacia el futuro más que ligado al presente. Por el presente se  limita a transitar.  Lo que define al caminante es su proyección hacia una meta, es su esperanza del futuro.

Para mí la esperanza en Dios prolonga mi esperanza terrenal, que es un trayecto más bien corto. La verdad que existe una categoría especial de personas, dignas de ser admiradas por la seriedad del esfuerzo, por la virtud de la fortaleza y por la humilde paciencia. Hay otras que sistemáticamente se dirigen a Dios por el camino más largo, más difícil, más tortuoso, el camino más indirecto, el más laborioso y el más inadecuado.

Una labor difícil, sin duda, pero lo que unifica a unos y a otros, lo que les iguala es el amor de Dios.

Caminar, caminar y caminar hacia la relación humana con Dios.

Hay otros que se deciden ir por el camino de Jesucristo “ Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida, dice el Señor, nadie va al Padre, sino por mí. (Jn 14,6).

Ese camino tan enrevesado que las personas acostumbramos a recorrer hasta  llegar a Dios, es un camino jalonado de dificultades y espejismos, camino del que arrancan innumerables desvíos, senderos que nos llevan al consumismo, al derroche, al poder, a acumular muchas cosas para poder ser ricos y hay que ser ricos para poder adquirir más cosas, abandonar el tú y llenarnos del yo.

Miguel de Unamuno mientras estaba contemplando el escaparate de unos grandes almacenes manifestó:“ Hay que ver cuántas cosas no necesito”.

Cuando el viajero ya no puede seguir adelante porque todas sus rutas han quedado bloqueadas, es necesario cambiar de nivel y seguir caminando. Caminar no es permanecer a la espera, exige ponerse de pie y empezar a caminar y seguir caminando sin desmayo. A menudo supone  enfrentarse al vendaval, nadar contra corriente y vencer la tendencia a la pasividad.

Escribía San Buenaventura: “Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.

Querida Comunidad, queridos hermanos, queridos lectores, queridas ovejas y queridos pastores: buen camino y que estemos en todo momento orientados hacia Dios, y que el amor fraterno sea la brújula que nos lleve a Él.
                                                                Por todo y por todos ¡gracias Señor!

Miguel

viernes, 5 de septiembre de 2014

Espejos del Dios vivo




El hecho asombroso es que tanto el discipulado con su pastoreo como la fe y la comunión interpersonal comparten líneas maestras. Nuevamente nos servimos de una libertad interpretativa para poner en la boca de Juan estas palabras que encontramos en los primeros versículos de la carta anteriormente citada: “Os anunciamos lo que hemos visto, oído, contemplado y palpado acerca de la Palabra de la vida, os lo anunciamos para que nuestra comunión sea fruto de Ella, la Palabra de Vida. Comunión que es también fruto de vuestra libertad: de que creáis, veáis, oigáis, palpéis y contempléis la Palabra de Vida que os anunciamos.

Esta comunión es creación de Dios; no nuestra por muchos libros que devoremos, cursillos de personalización que hagamos, así como  simposios, etc. Todo pasa menos la Palabra que por siempre permanece. “La hierba se seca, la flor se marchita, más la Palabra de nuestro Dios permanece por siempre” (Is 40,8).

Atados unos a otros indisolublemente por el Amor que fluye del Dios vivo, la comunidad entera comparte misión, la de su Señor; son pastores en el Pastor, y corazones para el mundo desde el Corazón. Por si fuera poco, Juan, al abrir nuestro espíritu hacia lo Infinito y Eterno, al mostrarnos la comunión interpersonal como don de Dios, pone lo que podríamos llamar el broche de oro al decirnos “…y nosotros estamos en comunión con Dios” (1Jn 1,3b).

El Emmanuel, Dios con –en comunión con- nosotros, nos ha puesto en comunión con el Padre. Por eso y sólo por eso nos atrevemos a ser pastores, sus pastores, según su Corazón, tal y como fue prometido y profetizado por Dios como don suyo para los tiempos mesiánicos. Él, el Mesías, su Hijo, es quien llevó y lleva a cabo la promesa del Padre.

El apóstol Pablo, en la misma línea de Juan, nos dirá que la Vida mana del Evangelio del Señor Jesús. Así se lo hace saber con su propio y peculiar estilo a Timoteo, su compañero de fatigas en el ministerio de evangelización que comparten: “Se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio…” (2Tm 1,10).

Al hilo de lo expuesto hasta ahora, podemos afirmar que pastores según el corazón de Dios son aquellos a quienes Él se manifiesta, se revela; son hombres que predican al Dios que ven, palpan, oyen y contemplan, que todo esto es lo que significa la palabra revelar en la espiritualidad bíblica. Al revelarse así, Dios forma el corazón de sus amigos, que lo son porque le buscan. El libro de la Sabiduría, recordemos que este término comparte significado con la Palabra, lo expresa así: “Entrando –la Sabiduría- en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas” (Sb 7,27).