jueves, 19 de marzo de 2015

Día del Seminario





Como todos los años, llegado este día, Señor, siempre me acuerdo del maravilloso y fructífero tiempo que estuve en aquella bendita casa de Almería.

Nunca te daré suficientes gracias por tanto beneficio, de todo tipo, como me proporcionaste al encauzar mis pasos hacia el Seminario.

Gracias, Señor, por la formación espiritual conseguida. Si no hubiera ido al seminario no hubiera alcanzado una mínima vida espiritual. En el pueblo no habría tenido la ocasión, con toda probabilidad, de haberte conocido tan profundamente, allí quién me habría hablado de ti. Miro a mis paisanos coetáneos, veo su pobreza espiritual y me doy cuenta de la gran suerte que tuve al escuchar tu llamada. Claro que esto me lleva a tener que darte cuentas del aprovechamiento de este don y a veces pienso que no he sido lo suficientemente generoso al devolverte mi entrega; espero que, como padre y amigo que eres, no me juzgues muy severamente porque con toda seguridad no alcanzaré aquel cien por cien que exigías por tus talentos entregados.

Gracias, Señor, por la educación, formación, principios y valores adquiridos en aquellos años de mi paso por el seminario. Qué orgulloso estoy de lo aprendido en los siete años más fructíferos de mi vida. Adquirí una sólida base en la que fundamentar mi futura vida: educación en el sentido más amplio de la palabra; formación intelectual; principios y valores éticos, morales y sociales; espíritu de sacrificio, pero no el sacrificio por el sacrificio sino para doblegar la mala voluntad; saber priorizar; haber adquirido el valor del orden no solo material, sino intelectual y el ser metódico en la actuación.

Todo ello, Señor, fue gracias a que pusiste a mi servicio una serie de personas que se volcaron, dentro de lo que eran aquellos tiempos y de la preparación que ellos tenían, en enseñarme a ser un ser íntegro. Fueron muy generosos y desprendidos en favor nuestro; sacrificados hasta el máximo y sin reserva personal; ejemplarizantes con su vida.

Gracias, Señor, por la pléyade de amigos que aún conservo desde entonces. Amigos de verdad, en los que puedo confiar sin miedo a ser traicionado, a los que puedo pedir consejo o los favores necesarios, amigos generosos y entregados. Amistad que el tiempo la ha convertido en fraternidad.

Gracias, Señor, por todo lo dicho y lo pasado por alto para no hacer una lista interminable.

Perdón, Señor, por haber fracasado en el intento, por no haber correspondido a tu generosidad. Perdón, Señor, perdón.

Pedro José

1 comentario: