miércoles, 29 de abril de 2015

Nepal bajo los escombros



                                                         
 ¡Dios de mi vida, pobre gente!

Sé que el llanto de Dios es más grande que el nuestro, pero la naturaleza en su libertad hace lo que debe. Es la tierra la que de esa manera se construye sin miramientos, es la vida y a veces la muerte del hombre. Es su manera de existir en el universo.  

… Hoy Katmandú en las zonas más altas de la tierra.  Nadie tiene la culpa.  Sus dioses, miles, no les ha protegido porque son de “madera”… Pero no, no es por eso; la evolución de la tierra nada tiene que ver con sus dioses, sino exclusivamente con la física del planeta creada por Dios.

Dios clama desde la profundidad de los escombros a los hombres de buena voluntad. Sois parte de Él y de su cielo: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. Pobreza, humildad y sufrimiento son el Curriculum  Vitae de la eternidad prometida por Jesús.

¡Dios mío, cuántas almas en unos segundos!, ¡cuántas lágrimas de Dios!  Yo también estoy con Él y lo paso fatal… Pero me iluminan su misericordia y sus promesas, aunque me aterre pensar en los que no han sabido entender el Amor…   

Yo deseo que ni uno de mis hermanos nepalíes haya quedado sin cielo. Que ni uno de ellos haya rezado a la diosa Laksmi… Dios no es riqueza terrenal ni suerte. Dios es apoyo, consuelo y fuerza ante el dolor humano.

¡Dios, llévate a todos por favor! Y explícales que solo había un Dios y que no eres de madera sino hecho de Amor, con una Madre que elegiste para el mundo y un Hijo en tu esencia: Jesús.

Miles de besos a los que habéis partido hacia la Casa de Dios.

Rezad por mí. 
       

     
  Emma Díez Lobo

martes, 28 de abril de 2015

Cuando nos equivocamos de pastor

Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.
Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa
Jn 10, 11-12




Los hombres tendemos a equivocarnos de pastor. Confundimos la sombra bajo la que queremos vivir, deslumbrados por una visión corta e infantil de la vida.
Nuestra mente y nuestro corazón, incapaces tantas veces de elegir, apuestan por el ajuste inmediato a lo que sacia nuestros deseos y nuestro ser más primario.

Una de las primeras cosas que nos enseñas es a disfrutar de la verdadera libertad de caminar tras tus pasos. Cuando tu luz nos muestra ese camino, invisible para los ciegos de corazón, descubrimos una vida que nada tiene que ver con la colección de bagatelas que , previamente llenaba nuestro alma.

A partir de ese momento, buscamos con insistencia sentir de nuevo ese aire que penetra hasta lo profundo del corazón y oxigena nuestro alma.

Tú, Pastor bueno, capturas nuestro ser para liberarnos, nos ofreces tanto, a cambio de nada, a pesar, incluso de saber, que somos incapaces, tras esta experiencia incomparable, de renunciar a la vida que teníamos y que no nos daba nada.

El otro, el Pastor asalariado, vive en nosotros a diario, puebla muchas de nuestras acciones ,de nuestras palabras, de nuestros sentimientos.
Nos regala el oído y trata de convencernos.

Nos ofrece un mundo que se desvanece ante nosotros en segundos, entregándonos a la soledad y a la amargura más absoluta, pero lo hace atrayendo nuestra naturaleza, apegada al instante.

Nos esclaviza y seca nuestro corazón, nos engaña y nos cobra su tributo, nos entrega la satisfacción del momento, y, a cambio captura nuestra alma y la sume en la desesperación

Por eso, concédeme, Señor, caminar a tu lado cada día. Súbeme a tus hombros y arranca mi alma, mi alma tantas veces cansada y maltratada, de los lugares donde se oye su voz.

Graba el brillo de tu transparencia en mi alma, para que esté atenta  y no confunda tu camino con el suyo, tu luz con su engaño.

El Señor es mi pastor, nada me falta
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre

Salmo 22, 1

Olga Alonso

lunes, 27 de abril de 2015

La capacidad de…


                                             
No sé cómo hablarte del odio pero sé que es un sentimiento de rechazo absoluto. No es fácil que desaparezca cuando nos han causado un daño infranqueable.  

Pero has de saber que para algo está Dios cuando uno sólo no puede… Es cierto que el odio es un rasgo del maligno y que acecha con más frecuencia de la deseada, pero piensa esto: Dios no está solo en ti sino también en la esencia del otro. 

¡Cuántas veces sucumbimos a la manipulación del maligno!, (pegado a nosotros en nuestra libertad), creando el mal por doquier para ahuyentarnos de Dios. Lo importante es saberlo y darnos cuenta de su maldito juego:

Si tu odias, estarás “odiando” el amor que es Dios…
Si tu “amas” estarás amando el amor, a Dios…  

-“Lo que hagáis con el prójimo, me lo estáis haciendo a mí”. 

No dudemos de que las personas de fe son un reto a conseguir y, por tanto atacados ferozmente para crear cadenas de almas especiales en su nuevo botín… Pero en nosotros está romper ese eslabón de amargura y de rechazo también a Dios; no podemos dejarnos esclavizar por el monstruo. 

Un católico tiene grandes armas para combatir ese sentimiento que jamás tuvo Jesús: Tenemos la Eucaristía, donde el trigo ácimo se convierte en el Corazón vivo y latente de Jesús, para que Dios haga en ti lo que tú no puedes hacer sólo.
Ser Cristiano es una lucha difícil y constante pero en una empresa maravillosa; nos hace saber cuando el mal se instala en nosotros, pero nunca nos deja solos ante el combate: “Siempre estaré con vosotros”, lo dijo antes de morir.  

Pide fuerza para perdonar y Él te perdonará. Comulga mientras más veces mejor, que jamás se aparte de tu lado y que en tu nombre (tiene hasta tus pelos contados) borre de ti ese sentimiento. 

“Pedid y se os dará”, no lo olvides.  

Tampoco olvides que murió por tus pecados y sin odio; haz algo por ti aunque sea por lo mucho que te quiso: “Hasta el extremo”.  Te creó para llevarte con Él, ponte en sus manos, rejuvenece tu espíritu y no sucumbas al odio. No sabes cuánto te queda…  

Yo tampoco y por eso quiero estar con Él desde YA. Hazlo tú también y seremos parte de esa otra cadena de perdón y fraternidad hacia Él. 

Todo saldrá bien, al estilo de Dios, lo verás.
Un abrazo,  


 Emma Díez Lobo

viernes, 24 de abril de 2015

El buscador de la mentira



No nos equivoquemos, el matrimonio no está pensado para la felicidad tal como usualmente la entendemos y las relaciones de pareja son muy difíciles, porque en realidad no es una relación de dos, Tú y Yo. Más bien es una relación de seis o más, a saber:

La que Tú eres, (A) la que Yo creo que Tú eres, (B) la que Tú crees que eres, (C) con el que Yo soy, (D) El que Yo creo que soy, (E) El que Tú crees que soy, (F) sin tener en cuenta que las creencias y forma de pensar de cada uno varían con el tiempo, lo cual serían combinaciones de muchos elementos en grupos de dos, o sea, un auténtico enredo. ¿Cómo es posible entenderse en este maremágnum?

Por ejemplo, desde mi punto de vista, cuando el que Yo creo que soy (E), se relaciona con la que Yo creo que Tú eres, (B), tú piensas que el que Tú crees que yo soy (F) se relaciona con la que tú crees que tú eres(C).
Donde yo veo una relación de E con B, tú ves una relación de F con C, es decir cada uno vive en su mundo particular, y al final ambos mundos son mentira, pues son basados en los egos que cada uno inventa para sí mismo y para los otros.

El matrimonio hace muy patente esta mentira que cada uno vive de forma particular, lo cual siempre resulta doloroso sobre todo si ambos miembros no están comprometidos con un camino de crecimiento personal, religioso o del tipo que sea, donde estén dispuestos a intentar rendir su ego.

Pues al final día a día mientras no seamos santos, se vive una relación de egos que luchan por tener el mando del televisor, y eso no le hace feliz a nadie, en el sentido más simple de entender la felicidad.

Y por eso cuando el sacerdote une en matrimonio a una pareja, no dice “Y seréis felices a partir de ahora”, nada de eso, pues te tocará rendir el ego, y eso siempre es doloroso, sobre todo cuando no se quiere rendir.

Los egos son variables, porque no fueron creados por Dios, y la interacción, mental o física entre egos, produce cambio en estos, y esto es porque el ego es solo una idea, una mentira y no es un hecho cierto.

Tu matrimonio será feliz en la medida que sepas valorar como ayudará a ver y a rendir tu ego, tu propia mentira, algo así como un despertador, que siempre es incómodo, pero, necesario para levantarse por la mañana.

Mucha gente se declara “buscador de la verdad”, pero yo prefiero declararme “buscador de la mentira”, pues sin encontrar primero la mentira que forja cada día nuestro ego, nuestros mundos personales y nuestras percepciones erróneas, nunca será posible percibir la realidad, la verdad.

Una vez pregunté a una persona que consideraba de gran discernimiento, ¿Qué es la verdad?, y él me contesto, “la verdad es, lo que es”.

A mí personalmente me pareció una respuesta muy acertada, sobre todo porque cuando Dios se apareció a Moisés en la zarza ardiente y dijo su nombre, dijo, “Yo soy el que soy”. Deduzco entonces que lo que es, es verdad y lo que no es verdad, es que no es.
Lo que es lo mismo que decir que solo existe la verdad.

Nosotros la mayor parte del tiempo solo vemos la mentira y la confundimos con la verdad, nuestro mundo limitado de ideas y pensamientos inventado, con nuestro ego como protagonista absoluto, el cual puesto en funcionamiento, usurpa las atribuciones del verdadero Ser y toma el mando, de modo que nos comportamos como si ese conjunto limitado de ideas y pensamientos que se han hecho con el poder fuera nuestra propia naturaleza.

Todas las enseñanzas que llamamos espirituales, no son para el espíritu, son para el ego, es el ego el que necesita paciencia, humildad, templanza etc., y finalmente rendición total, por tanto el ego percibirá las enseñanzas espirituales como algo aterrador, la misma muerte.
Pero por suerte, si el ego muere solo moriría la mentira.

Afortunadamente nuestra valía no la establecemos nosotros ni va en función de nuestro ego, la estableció Dios cuando nos creó y nos hizo hijos suyos y nos dio un Espíritu puro y además, nos brindó su perdón y su amor incondicional por si nos quedaran dudas.


J.J. Prieto Bonilla.

jueves, 23 de abril de 2015

Amo intensamente




Amo intensamente esta nueva vida que tú me has regalado.

Soy inmensamente feliz invadida de este amor.

Solo tengo miedo a que me lo quites.


Me has hecho nacer en otro lugar donde no conozco nada y tengo que aprenderlo todo.

Siento el temor de quien camina por un lugar que desconoce, sin referencias y , algunos ratos, echo el pie hacia atrás, como hacía Pedro sobre el mar.

Pero, ya no sirve.

Atrás no hay nada que yo quiera ya.

¿Cómo, después de haber sido invadida por este amor “totalitario” pueden volver a mirar mis ojos al mundo que yo vivía?

¿Cómo puedo rogarte que me regales tu cielo, cada día?

¿Cómo puedo hacer para que me admitas en tu reino?

¿Cómo lograr quedarme hospedada siempre en tu casa, Señor?


Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?
El que procede honradamente y práctica la justicia,
el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua,
el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor,
el que no retracta lo que juró aún en daño propio,
el que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.
Salmo 14

Nuestro auxilio es el nombre del Señor
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.
Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello
Salmo 123

 Olga Alonso 

domingo, 19 de abril de 2015

¿Pueden las tinieblas bendecir al Señor?





Meditando el libro del profeta Daniel, aparece un cántico en el capítulo 3 que es conocido como “El Cántico de los tres jóvenes”; es un cántico de gloria a Dios que les ha salvado del martirio del horno a donde les había enviado la cólera de Nabucodonosor. Los tres jóvenes- Ananías, Azarías y Misael- se habían negado a adorar una estatua que el mismo rey se había hecho erigir para su gloria, de tal forma, que, si no le adoraban sus súbditos, eran reos de muerte. Y en ese contexto, y dado que estos jóvenes se negaron, fueron introducidos en un horno ardiendo hasta que murieran. Pero el ángel de Yahvé se metió con ellos y les salvó de la muerte.

Tal es así, que aún dentro del horno, el rey Nabucodonosor llamó a sus consejeros y les preguntó: “¿No hemos arrojado al fuego a tres hombres atados?” Ellos respondieron: “Así es majestad”. El rey repuso: “Pues yo estoy viendo cuatro hombres desatados que caminan entre el fuego sin sufrir daño, y el cuarto parece un Ser Divino” (Dn 3, 25-26)

Este Ser Divino, el ángel de Yahvé, no es sino imagen del mismo Jesucristo que libró de la muerte a sus discípulos.

Entonces los tres jóvenes entonan ese cántico maravilloso de alabanza a Dios por haberles librado de una muerte terrible. Y van apareciendo peticiones de alabanza para que toda la Creación alabe al Señor: Sol y Luna, cetáceos y peces, fieras y ganados…en perfecta armonía de contraposición del fuerte y el débil, el bravo y el manso, abarcando así todo lo creado.

Pero en el versículo 72 dice: “…Luz y tinieblas bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos…”. Y ahí viene la meditación: ¿Pueden las tinieblas bendecir al Señor?

Cuando el Escritura hay algo que llama la atención, que parece que rompe la armonía del texto, que se sale de la lógica humana, es necesario detenerse a meditar, refugiándose “bajo las alas de Dios”, bajo la Luz que es Jesucristo, al suave aroma del Evangelio, implorando como los tres jóvenes al Espíritu para que envíe ese Agua purificadora que aclare nuestros pensamientos y contradicciones humanas.

Es necesario que existan las tinieblas como oposición a la Luz que es Jesucristo vivo y resucitado, como es necesario que coexistan el trigo y la cizaña.
Le preguntan al dueño de unas tierras donde aparecieron juntos trigo y cizaña: “Quieres que vayamos a cortar la cizaña? Él respondió: “No, no sea que al recogerla arranquéis a la vez el trigo” (Mt13, 29)

En el Evangelio de Jesús según san Mateo, Jesucristo anuncia la entrega de Judas, el traidor, con estas palabras: “El Hijo del Hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!” (Mt 26,24)

Por último, para encontrar episodios donde el pensamiento humano se contrapone con el pensamiento divino, meditemos sobre la subida de Jesús a Jerusalén: Jesucristo solicita Juan y Santiago que se adelanten  en terreno de Samaría a pedir posada para pasar la noche; pero los samaritanos no aceptan darles posada, y los dos discípulos llenos rabia, le dicen al Señor:” ¿Quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?

No es de extrañar que Jesús les llamara “hijos del trueno”. Jesús les reprende. El Evangelio no dice cómo. Pero podemos asegurar, que el Manso por excelencia, no vino  a enseñarnos así. Se entregó como Cordero al matadero

Era, pues, necesaria la traición de Judas, para que se cumplieran las Escrituras-designios de Dios-. Igualmente era necesario que creciesen juntos el trigo y la cizaña, era necesaria la reprimenda de Jesús, y es necesario que existan las tinieblas en contraposición a la  Luz que es Jesucristo. Esta forma singular de maldición, el hecho de ser tinieblas, se convierte en bendición para los que buscamos su Luz.


Alabado sea Jesucristo.

Tomás Cremades

sábado, 18 de abril de 2015

Una cadena hacia Dios





Perdonad la expresión pero yo “flipo”… ¿Os habéis dado cuenta de la cantidad de personas que se nos van al día y no por causas naturales? Si no es por guerras, es por terrorismo de cualquier marca; por los “ex” vengativos; por gente rara amantes del “yo seré conocido”; por los inventos “transportiles” y los Drones que ya llegan; a lo que debemos añadir, drogas, bandas asesinas… Es imparable la desgracia y la muerte.

Cuando rezo ya no sé ni por quien, ni por cuantos. Se me acumulan las peticiones, me aturrullo y me duermo de tanto enumerar, y esto tiene que cambiar, Dios, así no se puede, son demasiados al día…

Cada mañana pregunto en casa a quien lee la prensa “on line”: ¿Qué ha sucedido hoy? Pues nada especial, me dice… “Que han muerto un porrón en Siria, que ha explotado un fanático islamista llevándose a tropecientos por delante, que han tirado por la borda de una patera a cristianos… Y ¡venga noticias agradables!

Yo es que no puedo más, es abrumador oír tanta desgracia. Pero escucho una voz:

- A ver, hija: El desarrollo y conocimiento, es lo que Yo he regalado a la inteligencia del hombre para un mundo mejor… ¡Claro que tiene un precio! Su mal uso.  
    
Por eso hoy me necesitáis más que nunca y os he dado  a manos llenas todas las armas para prepararos ante la “muerte” inesperada.  

Siempre respondo al hombre. Diles de mi parte aquí y ahora que mi oído es más fino que el aire y mi voz más alta que el trueno; que vayan a mi Casa donde les espero en Cuerpo y Alma y de corazón me digan: “Señor, haz de mí un apóstol de tu Nuevo Testamento”.  Si todos los que  me conocen vinieran…    
- Pero eso es imposible Padre y lo sabes.

- Pues ahí estás tú y miles como tú, haciendo la labor de una cadena. Si uno pone una letra, otro como tú pondrá la siguiente…  Y entre todos, confiad en Mí, haréis el mundo que yo deseé para vosotros; no olvidéis que en mis Parábolas os lo dije…

- Lo sé Padre, ya nos avisaste de todo.   


 Emma  Díez Lobo


miércoles, 15 de abril de 2015

Nigeria: “Padre nuestro que estás…”




                      
Se me agolpan las lágrimas ¡Nigeria, Nigeria! La ley del terror y el fanatismo de Boko Haram a los ojos del inocente mundo africano en nombre del Islam… ¡Por Dios cuánta ignominia! 3000 mujeres y niñas secuestradas;  5.500 civiles masacrados, torturados o quemados vivos en nombre del Islam… ¡Por Dios, qué masacre!

Sólo han bastado tres años para eliminar de un pedazo de la tierra, la vida, la esperanza, la juventud y la ilusión de nuestros hermanos alejados del Islam… ¡Por Dios, qué crueldad!    

Señor ¿Tanto poder diste a Satán? Les ha arrebatado la conciencia y la bondad para asesinar sin piedad en nombre del Islam… ¡Por Dios, qué sin razón!

¿Dime Señor, en el Islam reina el mal? Ya sé, yo también reconozco los sacrificios acaecidos en nuestros reinos en nombre de la fe cristiana, lo sé… ¡Por Dios, cuanta ignorancia sobre Ti!
¡Pobre Padre! Tú enviando a tu Hijo para que nada de esto sucediera y la historia se repite una y otra vez…  No entiendo nada, Señor.

Algo se nos pasa en favor de la libertad religiosa ¿No crees? 

- Reza y ora por los que tienen el hacha en alto y están en poder de la ignorancia, que de los inocentes me encargo yo para darles la VIDA que en la Cruz prometí..  

Reza conmigo: “Padre nuestro que estás en los cielos…”

Ora conmigo: “Padre perdónales porque no saben lo que hacen”.
      



Emma Diez Lobo


domingo, 12 de abril de 2015

¡El color de la fe!: Kenya






                                                                 
 ¡Señor, refréscame la mente porque esto no hay quien lo digiera!!!

Por ser cristiano te quitan de en medio… ¿Porque vino un Hombre hace dos mil años para salvar el alma de estos islamistas de Al Shabaab y de toda la humanidad? Pues sí…

¡Por Dios que me he vuelto espesa por demás! Pero no, es otra “historia”… Es la grandeza del Cristiano lo que le hace diferente, es la belleza de su alma lo que le hace semejante a Dios… Y entonces te liquidan para que no seas rey, príncipe o infante de la bondad, el conocimiento y la Verdad.

¡Jesús!, ¿somos la “créme de la créme”? Parece ser… A tu Palabra y tu insignia, la bala y la muerte. ¡Venga mártires por doquier!, no pasan de nosotros ni en sueños…

¡Arriba pues, universitarios de Dios!, ¡arriba Universidad de Garissa por encima de todas las Universidades del mundo!!!  Llegando a Dios en esta Semana Santa nos habéis anunciado a Jesús, Cátedra del alma.

Hoy estudiáis en los recintos de la Sabiduría Omnipotente creando seguidores por toda la  tierra, no sois indiferentes al mundo ¡Por Dios, que no! Y aunque vuestras familias os echan de menos, como más de medio mundo, nuestros corazones están repletos de vuestra  juventud y frescura de Cristo.

No es lucha de religiones como he oído decir, sino la incapacidad de muchos por reconocer la verdad del Hijo del Hombre: Un estilo de vida. Ya decía yo que éramos especiales, tan pequeños y necesarios, como para formar la Sangre de Cristo.    

Mamás, papás, no lloréis más, ya estáis con ellos pues donde han ido, no hay tiempo de años, días u horas, sino un presente eterno en la Universidad “Cum Laude” del cielo, plena de amor por los cuatro costados.     

No les hizo falta estudiar en el Seminario, testigos predilectos de Dios, pues les quitaron la vida por su fe cristiana; ejemplo y almas convertidas en enseñas de Dios. ¡Qué grande es vuestra bandera!


 Emma Díez Lobo

sábado, 11 de abril de 2015

Yo estaba allí



                                             
 Yo estaba con Juan en el Jordán y ¿Sabes por qué?, porque a mí me bautizaron con agua Santa y renové mis votos, consciente de Espíritu Santo.

Yo era uno de la multitud que escuchaba a Jesús, con otra faz y otros vestidos, pero al fin y al cabo como uno de ellos y ¿Sabes por qué? Porque sus Palabras hicieron mella en mí.

Yo era una de los 5000 en la pradera de Tabgha y ¿Sabes por qué? Porque hizo milagros en mí que me saciaron, al fin y al cabo, comí pan y pescado como ellos.

Yo estaba en Getsemaní  y ¿Sabes por qué? Porque me dormí ante el sufrimiento ajeno, estaba cansada y no acompañé a mi hermano…

Yo estaba en la Vía Dolorosa y ¿Sabes por qué? Porque he sentido un atisbo del dolor de sus caídas, más con su fuerza y la cruz a mi medida, me he levantado.

Yo estaba en aquella colina de nombre Gólgota y ¿Sabes por qué? Porque cuando Él murió por mí en aquél monte y Santo día, me dije: Dame la grandeza de tu amor para morir por Ti: Mandamiento y privilegio de Santos…   

Yo estaba con Él caminando hacia Emaús y ¿Sabes por qué? Porque en el sendero de mi vida he sentido su presencia, he saboreado su comprensión y he oído su voz.

Gracias por darme ahora un hueco cerca de Ti y mañana, una morada en el cielo.

¿Qué más podría pedir?

Sí, que el misterio del Purgatorio sea “blandito”, pues conozco la ansiedad del amor terrenal y es tal angustia... Que me imagino quererte tanto como tan grande es el universo que ya me estoy muriendo de no poder acercarme a Ti, hasta que brille más que la luz del sol.

¡Pues no me queda nada, Madre de Dios!!!   
  

 Emma D. Lobo

viernes, 10 de abril de 2015

¡Sólo soy un muchacho…!


Y dice el Señor a Jeremías: (Jr 1,4-8):
“Antes de haberte formado Yo en el vientre te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado: Yo,  Profeta de las naciones, te tenía consagrado”
Yo dije: “¡Ah, Señor Yahvé, mira que no sé expresarme, que soy un muchacho!
Y me dijo Yahvé: “No digas soy un muchacho, pues adonde quiera que Yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás, no tengas miedo que contigo estoy para salvarte.
Entonces alargó Yahvé su Mano y tocó mi boca. Y me dijo: “Mira que he puesto mis palabras en tu boca”

En parecidos términos contesta Moisés a Yahvé, cuando éste le anuncia la misión de hablar con el faraón para sacar a los israelitas de Egipto. Moisés dijo a Dios: “¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?

Dijo Dios a Moisés: “Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que Yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en este monte” (Ex 3,11)

Más adelante, Moisés replica al Señor: “¡Por favor, Señor! Yo nunca he sido hombre de palabra fácil, ni aún después de haber hablado tú con tu siervo; sino que soy torpe de boca y de lengua”. Yahvé le respondió: “¿Quién ha dado la boca al hombre? ¿Quién hace al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy Yo Yahvé? Así, pues, vete, que Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que debes decir” (Ex 4, 10-12)

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: “Ananías”. Él respondió: “Aquí estoy, Señor”. Y el Señor: “Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos y recobraba la vista”. Respondió Ananías: “Señor he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que aquí tiene poderes de los Sumos Sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu Nombre”. El Señor le respondió: “Vete, pues éste me es un instrumento elegido para llevar mi Nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré cuanto tiene que padecer por mi Nombre” (Hch, 9,10-17)

Estos tres relatos me recuerdan cuántas veces  habré hablado así cuando el Señor me inspiraba su Palabra para llevarla a un hermano: no sé hablar, me da vergüenza, dirán que soy un ñoño, para eso están los curas… ¡Siempre disculpas!, ¡siempre mirar a otro lado!
Pero el Señor tiene paciencia, “…considerad que la paciencia del Señor es la garantía de nuestra salvación…”. Él espera, ama sin límites como dice Pablo a los Corintios, espera sin límite, ama sin límite…

Pero el Señor toca mi boca y tu boca. La Palabra de Dios, el Evangelio, no pueden quedarse en nosotros como algo para nosotros solo. Es un sentimiento egoísta. Dios da el pan de cada día, el pan tierno de cada día que es su Evangelio. NO TÚ EVANGELIO, el suyo. Cuando vas al Evangelio, preséntate como Pablo temeroso, presto a escuchar lo que en ese momento Jesús te dice.

 Comenta Pablo a las Gálatas: “…Porque os hago saber, hermanos que el Evangelio anunciado por mí  no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por Revelación de Jesucristo…”(Ga1,11-13) y “…Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno…” (Ga 1,15-17).

Me llama la atención esta expresión de Pablo, que es la misma con la que he comenzado esta catequesis, parafraseando a Jeremías

Y en la Carta a los Corintios dice: “…Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros,  no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado…” (Cor 2, 1-5)

Por ello hemos de acercarnos a la Palabra con el respeto de estar en la presencia de Dios que nos habla, con la humildad de ser su criatura, con la alegría de ser amados por Él, que se abaja a nosotros como dice Pablo en la Carta a los Filipenses, capítulo 2.:” Cristo, a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos…”

Él nos dice: “¡Sígueme!”. Como le dijo a Mateo el publicano, como invitó al Joven Rico, como elige a sus Apóstoles, como llama a sus discípulos. No pregunta por tu vida anterior, no reprocha tus errores, te ama y me ama como soy, con mis defectos, flaquezas, traiciones…con el Amor más perfecto, más Misericordioso, como sólo Él sabe hacer.

¡Qué diferencia con nosotros! Nosotros sí reprochamos la conducta del hermano, mirando la paja en su ojo, sin ver la viga en el nuestro. Murmuramos su conducta, desconociendo las circunstancias que le llevaron a esa situación. Nosotros perdonamos pero no olvidamos. Ese no es el perdón de Dios, ni lo quiere para nosotros.

¡Qué libertad más grande la de no juzgar! Mirémonos por dentro, metamos como Moisés la mano en el pecho, y saldrá llena de lepra. ¡Sólo Él la puede curar!

Tú estabas dentro de mí, y yo te buscaba fuera, en las criaturas y no en el Creador, nos dirá san Agustín. Y es un “fuego devorador”, como nos dice Jeremías: “…Pero había en mi corazón algo así como un fuego ardiente…” (Jer 20,9).

Por ello, enamorémonos de la Palabra, que te coge y te acoge con Amor, que te devora sin consumirse como el episodio de la “Zarza ardiente de Moisés”, como la llevó la Virgen María en su seno purísimo que también ardió sin consumirse dentro de ella y a lo largo de toda su vida terrenal. Y este enamoramiento no será nunca estático, “salta hasta la Vida Eterna”, le dice Jesús a la Samaritana, y nos impulsa al mandato-Palabra de Jesús:   “Id y anunciad el Evangelio a todo el mundo, bautizando en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo…”.

Alabado sea Jesucristo


 Tomas Cremades 

miércoles, 8 de abril de 2015

Me he vuelto loco




¡May Day, May Day, Dios!!! Me he vuelto loco…

Así de extraño se vuelve el hombre cuando se aparta del Altísimo.

 ¡Qué gran oquedad deja en el alma!... Un alma que su ser no sentía y mucho menos su eternidad. Pero ellos, los otros hijos de Dios sentados en sus asientos a 32.000 pies de la tierra… sí la sentían.

No os preocupéis por ellos, en verdad han sido arrastrados contra su voluntad, pero no tienen nada que temer. Dios les evitó el dolor y fueron recogidos por Él en el impacto, como recogió a su Hijo predilecto hace 2015 años. No os preocupéis.

Tampoco temáis, están cubiertos del mayor consuelo que no conocemos. Alumnos de Dios, padres y madres de Dios, abuelos, políticos, profesionales del conocimiento de Dios: Los inocentes… No temáis por ellos.

Pensad que las montañas las puso la naturaleza del Creador -territorio de Dios- y el espacio en que el piloto elegiría para que vuestros amados volaran hacia Él.  

Sólo Dios sabe si el piloto ha “sobrevivido”. No olvidemos su infinito perdón en el último segundo… “¡May Day, May Day, Dios!!! Me he vuelto loco”.

Oremos por sus almas y consigamos la paz con la fuerza de la fe, pues cada  lágrima y corazón roto, es una perla y un Santuario de Dios. Él sufre tanto como tú y más que tú.

Dios no nos falla, pero te falta cuando te apoyas en el hombre y, en esas montañas de muerte ¡Vive Dios!, que su rostro es el de un Dios sufriente recogiendo a manos llenas, ilusiones y años por vivir en este mundo...

Él les dará más amor del que ellos puedan suponer, no os preocupéis, no temáis. Rezad y dadle  gracias por haber nacido aquel día en Nazaret para protegernos del terror del hombre.      


Emma D. Lobo      

lunes, 6 de abril de 2015

SACERDOCIO: "Pastores con olor a oveja y sonrisa de padres"



Homilía del Papa Francisco


Santa Misa Crismal 


Basílica de San Pedro


Jueves Santo 2015


"«Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21).

Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).

Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: “Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21).

Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel no es fácil; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio.

El cansancio de los sacerdotes... ¿Saben cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos ustedes? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo.

Rezo por los que trabajan en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.

Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».

Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación.

Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Vengan a mí cuando estén cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,28).

Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).

Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas y también necesitamos del pastor, que nos ayude. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.

¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo?

¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias – que son suaves y ligeras –, en sus complacencias – a ellos les agrada estar en mi compañía –, en sus intereses y referencias – a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios –?

¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu Santo que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado»(2 Tm 1,12)?

Repasemos un momento, brevemente, las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.

No son tareas fáciles, no son tareas exteriores, como por ejemplo el manejo de cosas – construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... –; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido.

Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones…

Si nosotros tenemos el corazón abierto, esta emoción y tanto afecto, fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido y hasta parece comido por la gente: «Tomen, coman».

Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomen y coman, tomen y beban...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre, siempre cansa.

Quisiera ahora compartir con ustedes algunos cansancios en los que he meditado.

Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, el cansancio de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador – lo dice el evangelio –, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer.

Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium, 11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). iQué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores!

El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es un cansancio sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con la sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97).

Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Vengan a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).

También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallarla o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium, 83).

El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar –es un hábito importante: aprender a neutralizar–: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender.

Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No teman, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y esta palabra nos dará fuerza.

Y por último – último para que esta homilía no los canse demasiado – está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium, 277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a pelear (somos los que cuidamos).

En cambio, este cansancio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón, de ayuda: este pide ayuda y va adelante.

Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual».

Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo.

La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa mal y, a la larga, cansa peor.

La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, Él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano 'smog' untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.

Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270).

El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Y esto es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra Él las besa, la suciedad del trabajo Él la lava.

El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que Él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28,21).

Y por favor, pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero ¡bien cansados!".

Vaticano, 2 de abril de 2015