sábado, 30 de mayo de 2015

La desconfianza de Israel


                  
            La historia que Dios hace con el pueblo de Israel es un espejo de la historia de nuestra fe. También nosotros enfrentamos situaciones de peligro, angustia, carencia de todo tipo. Hay etapas de nuestra vida en que estamos sobrecogidos por crisis profundas. En estas situaciones es fácil abrazar la salida engañosa. Es tal la pesadez que nos abruma que no nos preguntamos absolutamente nada, actuamos sin ningún discernimiento ni planteamiento de fe. Esta actitud nos revela algo que nos pone en la verdad: nuestra increencia o, dicho con otras palabras, nuestra falta de confianza, es decir, constatamos nuestra fe infantil; nos sentimos golpeados por vientos que nos tambalean existencialmente.

Vayamos a algunos textos de los profetas que nos indican esta tentación y caída del pueblo de Israel. Veremos situaciones en las que su propia forma de pensar, su prudencia, son más creíbles y más eficaces que las promesas de Dios. Empezamos por Isaías: "¡Ay de los hijos rebeldes que ejecutan planes que no son míos y hacen libaciones de alianza que no son a mi aire, amontonando pecado sobre pecado! Los que bajan a Egipto sin consultar a mi boca para buscar apoyo en la fuerza del Faraón y ampararse a la sombra de Egipto. La fuerza del Faraón se os convertirá en vergüenza… Todos llevaron presentes a un pueblo que les será inútil, a un pueblo que no sirve de ayuda ni de utilidad sino de vergüenza y de oprobio” (Is 30,1-5).

Recordemos que Dios había sido la protección de su pueblo a lo largo del desierto. Su sombra, que le acompañaba por medio de la nube, indicaba su presencia. Israel se olvida de todo esto; tiene la persuasión de que el Dios que protegió a sus padres no tiene que ver nada con ellos. Por eso deciden apoyarse en la fuerza del Faraón, ampararse bajo la sombra de Egipto.

El mismo Isaías, un poco más adelante, continúa exhortando a su pueblo: “¡Ay, los que bajan a Egipto por ayuda! En la caballería se apoyan y confían en los carros porque abundan y en los jinetes porque son muchos; mas no han puesto su mirada en el Santo de Israel, ni a Yahvé han buscado.”(Is 31,1).

Estas exhortaciones del profeta a su pueblo para que no se apoye en la fuerza de Egipto, en los jinetes, en la caballería, etc., las va a pronunciar con toda solemnidad el mismo Señor Jesús: “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Jn 6, 63). El Señor Jesús está anunciando con autoridad que, ante una situación que puede llegar a ser caótica, la carne, es decir, el apoyo que no tiene  nada que ver con Él, es inútil para sostener nuestra vida.

También Jeremías se expresa en la misma dirección: “¿Es un esclavo de Israel, o nació siervo? Pues ¿cómo es que ha servido de botín? Contra él rugieron leoncillos, dieron voces y dejaron su país hecho una desolación, sus ciudades incendiadas, sin habitantes” (Jr 2,14). Lo que el profeta está viniendo a decir es que Israel, hijo libre de las entrañas de Dios, ha pasado a ser el hazmerreír de las naciones vecinas por no haberse apoyado en las promesas que había recibido de Él.

Continúa el profeta su exhortación: “Yo te había plantado de la cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues ¿cómo te has mudado en sarmiento de vid bastarda?... ¡Cuánta ligereza la tuya para cambiar de dirección! También de Egipto te avergonzarás como te avergonzaste de Asur. También de ésta saldrás con las manos en la cabeza…” (Jr 2,21 y 36-37).

Nos hemos acercado a estos textos para ver cómo Dios, en el camino de fe que hace con cada hombre-mujer, permite acontecimientos que nos empujan y nos sitúan en un abismo de inseguridad. Uno mira a todos los lados posibles y no encuentra muelle alguno donde poner a buen recaudo la barca de su vida.

Todos, en general, tenemos la experiencia de haber -al menos en algunas etapas de nuestra existencia- sacado jugo a la vida. De hecho todo se correspondía según habíamos planeado. De pronto, y sin necesidad de que nos golpeen acontecimientos extraordinarios, nos sentimos cansados. Incluso en el éxito, en el ver coronados nuestros esfuerzos, no sabemos cómo se apodera de nosotros una especie de vacío existencial reacio a ser colmado. Nos falta algo, y muchas veces no sabemos ni siquiera definir esa carencia. Esto nos acontece a todos, también a los que viven religiosamente.

En esta situación, el hombre acude al bazar de las novedades intentando, por medio de nuevas experiencias y proyectos, encubrir la herida provocada por la carencia y que no deja de gritar en lo profundo de nuestro ser.

Jesús camina sobre las aguas       
 A. Pavia.  Editorial Buena Nueva



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