sábado, 4 de julio de 2015

Historia de Abrahán, nuestro padre en la fe




Abrahán es un árabe nacido en Ur de Caldea, en los territorios que hoy en día son Irak. Un día recibe una llamada de Dios que le dice: “Sal de tu tierra y ve al monte  que Yo te indicaré”.

Abrahán  es un hombre rico, tiene ganados y riquezas; es un trashumante, va con sus ganados a los mejores pastos. Pero tiene un grave problema: su mujer es estéril. Si nos situamos en esos tiempos, con la mentalidad de entonces, podremos comprender mejor este problema. En aquellos tiempos, los hombres querían tener muchos hijos varones que pudieran defenderlos de los ataques vecinos que pudieran robarles sus riquezas, sus esposas, sus posesiones.

Él no tiene esa posibilidad. No tiene un futuro garantizado para cuando sea viejo. Ha implorado a muchos dioses, sin ningún éxito.

Pero un día, recibe una visita inesperada: la de tres misteriosos personajes. La hospitalidad árabe, tantas veces comentada aún hoy en la actualidad, le lleva a invitarles a su tienda, donde reciben la bienvenida de su esposa Saray, que les colma de alimentos y agasajos. Ellos, agradecidos, le cuentan que el próximo año, a su vuelta, ella esperará un hijo. Es lo que se conoce con el nombre de la Teofanía de Mambré recogida en el libro del Génesis (Gn 18). Los Santos Padres de la Iglesia han interpretado esta Teofanía (manifestación de Dios) como un anuncio de la Trinidad.

¿Cómo es posible esto? Se pregunta Abrahán. Yo soy mayor, mi mujer estéril…imposible. De hecho, Saray al escucharlo suelta una enorme carcajada. Tanto, que, el hijo de sus entrañas, se llamará después, Isaac que significa “hará reir”

Efectivamente, Saray queda embarazada, y da  a luz un hijo, al que ponen por nombre Isaac.

Tan grande era el amor de Abrahán por su hijo, que llegaba a idolatrarle. Pero Yahvé, Dios celoso, no permite que el hijo de sus entrañas ocupe el lugar reservado para Él en el corazón de Abrahán. Se le aparece y le pide que sacrifique a este hijo, para probar su fe.

Hay que imaginar el dolor de este padre. No le quedan más esperanzas de tener otro hijo, pues otro milagro ya no se va a producir. Por otro lado está su Dios. Su sufrimiento es infinito, pero la esperanza en Yahvé es aún mayor; sabe que no le puede abandonar en esta situación. Él ha abandonado la tierra de sus padres, le ha servido conforme a la ley… y ahora?
Decide al fin tomar a su hijo, cargarle con la leña del sacrificio, y encaminarse al “Monte que Yo te indicaré”. (Gn,22)

De camino Isaac le pregunta: “Padre, llevamos la leña para el sacrificio, pero ¿dónde está el cordero a sacrificar?” “Dios proveerá, hijo, Dios proveerá” contesta Abrahán.

A mitad de camino, Abrahán indica a los cridados que no le sigan hasta que vuelvan del sacrificio. “Esperad aquí”. Abrahán no sabe cómo se van a  producir los siguientes acontecimientos, pero lo que sí sabe es que su Dios-Yahvé no le va a abandonar. Por ello les dice: ¡esperad hasta nuestra vuelta!
Al fin llegan al monte indicado por el Señor, y Abrahán ata a su hijo para el sacrificio. Isaac no se resiste, acepta como “cordero manso” la voluntad de “su padre”.

Lo que sucede a continuación es sobradamente conocido; incluso por las personas menos versadas en el conocimiento bíblico. Abrahán no descarga el cuchillo sobre Isaac, al oír la Voz de Yahvé : “No mates a tu hijo”
En este bellísimo relato del Génesis, hay un paralelismo enorme con la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Le dice Yahvé a Moisés, como hemos visto, “vete al monte que yo te indicaré”. Jesucristo fue llevado también al Monte que el Padre indicó: el Monte Calvario, el Gólgota.

Ya estaba profetizado en el libro del Éxodo, cuando dice:

Lo introduces y lo plantas
en el monte de tu heredad
lugar que preparaste para tu morada, Yahvé
Santuario Adonay, que fundaron tus manos (Ex 15,17)

Efectivamente, Jesucristo fue plantado en su Cruz en el Monte de la heredad de los hijos de Dios.

 Continuamos con nuestro relato: Isaac, de camino, va preguntando a su padre por el futuro que le espera; carga con la leña, y como cordero manso, acepta la muerte sin rechistar.

Jesucristo entrega su vida al Padre por nosotros, y la da voluntariamente (Jn 10,18), carga con la Cruz –representada en la leña para el sacrificio-.

Jesucristo, como buen judío, conocía los Salmos, y sabía que todos ellos hablaban y profetizaban su pasión y muerte.

 Solo que en este caso, Dios Yahvé, permite la muerte de su Hijo en reparación por los pecados del mundo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo” (Jn 3,16)

 Pues meditemos sobre este episodio tan bello de la vida de Abrahán e Isaac, que es imagen de Jesucristo, y pensemos cuál hubiera sido nuestra actitud si la orden de Yahvé de matar a su hijo, nos la hubieran dado ahora a nosotros.

Alabado sea Jesucristo


 Tomas Cremades

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