miércoles, 21 de octubre de 2015

Toneladas




Sí, así  como lo escribo pesaba la Cruz de Jesús, tanto como el mundo porque a hombros lo llevaba. Y no se quejó.

Yo he llorado toda mi vida por mis cruces  y a veces he creído no poder… Ahora con los años, que son enormemente más “gordas” y voluminosas con sufrimiento incluido, no pido que me las quite, sino que me ayude a llevarlas como a Él le ayudaron.

¿Qué si lloro ahora? Ni te cuento… Pero puedo con ellas y es lo que importa. Dios no quita las desgracias ni los desastres, pero te pide que todo lo compartas con Él para ayudarte y sentirte aliviado. Y así lo hago.

Cuando el pecho me quema de angustia y tristeza, Él me dice: “Ora para hablar conmigo; ora para dormirte; ora para que encuentres la paz”… Y me pongo a orar y rezar como una posesa hasta que me seca las lágrimas; hasta que me duermo; hasta que reconozco mi cruz. 

Las toneladas de Cruz de mi Dios, también me queman ¡No creáis que me olvido! Es algo reciente en mi corazón. ¿Sabéis donde pesan menos? En la Iglesia. Es el lugar de sus fieles, de su Milagro, de su Palabra. Es su Casa. (Aunque se “desdobla” para salir y estar contigo).   

Es genial verse arropada en mitad de los bancos, flanqueada por San José a la izquierda, la Virgen a la derecha y Cristo crucificado (pero paseándose por el púlpito) frente a mí; Y de fondo el “Ave María de Goudnod”… ¡Ufff qué momento tan extraordinario!!!  

Todo se diluye y te quedas absorta ante tanta grandeza de apoyo. Las lágrimas caen de emoción ¡No quiero salir de allí!

Pero he de irme con mis cruces, sabiendo que Él arrastraba toneladas de ellas. No puedo quejarme porque muchas de ellas, eran, son y serán  mías…  


    Emma Díez Lobo

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