jueves, 31 de marzo de 2016

Sacramento de Amor


La presencia de Cristo, muerto, resucitado y sentado glorioso a la derecha del Padre donde estaba siempre, y estará para el siempre nuestro, es la presencia en la Eucaristía.

Tú sabes, luminoso Señor, lo que cada uno percibimos y sentimos sobre esta luz tuya, en la presencia que se hace sacramento, porque eso es lo que somos cada uno en la Iglesia, lo que sabemos de ti, y amamos por tu gracia. Todos nos ponemos delante de tu sacramento, participamos, leemos o escuchamos Palabra, pero cada uno tiene su identidad y su luz para ti, para sí mismo y para los otros, porque la tesitura de luces que da el Padre y enriquecen tu Cuerpo es infinita, y se complementan.

Con la misma presencia estás en el Sagrario, como reserva silenciosa que nos llama a trenzarnos contigo, imbricados en el catolicismo, en la totalidad.

Recuerdo que algunos sacerdotes nos empujaban de niños, como acto piadoso de reconocimiento, a tocar y besar el Sagrario, decir alguna frase cariñosa y de alabanza, y desde luego –en las nutrientes visitas al Santísimo–, estar sentado un rato en la presencia. Alguno más entendido, nos enseñaba que ni siquiera había que decir nada, solo estar allí en silencio interior y exterior. Como en la playa, cuando nos tendíamos al sol en la arena, y acabábamos tostados por sus rayos. Y en verdad es que algunas veces uno sentía ese 'algo' especial que eres tú, Señor de los silencios en la sala íntima del alma.

Hay otra presencia que no hemos aprendido muy bien, al menos yo, a tenerla como fuente de oración. También los hombres que sufren y los que gozan contigo, son una especie de sacramento de tu presencia eterna. Tan presencia son, que el hombre cercano que sufre, al que puedo tocar y le llega mi voz, el prójimo, será la medida y ley de mi juicio final. Lo dijiste tú, Juez eterno, "tuve hambre, y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo o en la cárcel, y me visitaste...". (Mt 25)

Una cumbre de tu presencia sacramental es el matrimonio. ¿Pero toco y acaricio y hablo a mi esposa como hacía con aquel sagrario? ¿Tengo la seguridad de fe de que tú estás haciéndote presente en el amor del matrimonio con todo lo que tiene? No solo estás presente para mí, sino que como en la Eucaristía, esa presencia creída y cuidada, trasciende a todo el universo. Parece un exageración, pero en la fe, es la realidad misma de tu encarnación.

La luz de tu presencia enorme, vivo, resucitado y sentado en tu trono del cielo, no se multiplica en tus sacramentos, porque es la misma en todos, aunque en unos alimente, en otros limpie del pecado y reconcilie, o colabore con el Padre y contigo a completar el número de hombres que formamos tu cuerpo en plenitud.

Y en esa tesitura, hay una presencia que debería ser el colmo o cumbre de presencias, y es cuando al Sacramento del matrimonio, se le une en la misma persona cercana, la gracia que los pobres tienen para nosotros. Cuando mi esposa está enferma, tiene hambre o sed, sufre por las cosas que sufrimos los hombres, por los hijos, por la familia, por la vejez de todos los dolores... entonces la caricia y el consuelo se hacen un tesoro del amor, un depósito de oro a plazo fijo, cuya devolución de principal y réditos son seguros en el día final de tu Reino. El Misterio Pascual de cada día, es también el matrimonio cada día con su noche, como el pan nuestro, el perdón y reconciliación, la acción de gracias, con tu muerte y tu resurrección.
¡El Reino está más cerca de lo que parece! A veces solo basta con estar en silencio, sufriendo juntos, en la esperanza de que vengas Tú, Señor de todo nuestro gozo, y nos digas ¡Entrad, benditos de mi Padre!

Manuel Requena.



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