viernes, 30 de septiembre de 2016

La Humanidad encorvada




Hay un bellísimo texto en la Biblia que nos narra el “sacrificio en el Monte Carmelo”. Sucede que el rey Ajab dispone de más cuatrocientos profetas de Baal que le auxilian en sus augurios, a los que cree a pies juntillas, y desprecia las profecías del profeta Elías. Ajab cree que las desgracias que le vienen a su pueblo son debidas al influjo de Elías, y éste le recrimina su proceder al haberse apartado del verdadero Dios Yahvé. Elías se acerca al pueblo y le dice: “¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? Si Yahvé es el Dios, ¡seguidlo|; si Baal lo es, seguid a Baal” (1 Reyes, 18, 21)

Elías les propone un trato para saber quién es el verdadero Dios: se cogerán dos novillos, se despedazaran, y no se les prenderá fuego, sino que éste llegará del cielo a las oraciones de ambos profetas; por un lado los cuatrocientos profetas de Baal, y por otro, Elías. “…Clamaréis invocando el nombre de vuestro dios. Yo clamaré invocando el Nombre de Yahvé”.

El texto es largo; sucede que el dios de los israelitas invocado por los Baales, no consigue el objetivo de enviar fuego del cielo para el holocausto, y, sin embargo, ante la oración de Elías: “…cayó el fuego de Yahvé, que devoró el holocausto y la leña, y lamió el agua de las zanjas…”   (1 R. 18, 37-40)

Llama la atención del párrafo anterior, la frase de Elías recriminado al pueblo que siguen cojeando con dos muletas. Los números, en la Escritura, tiene significado; como hemos dicho tantas veces; ni una sola de las palabras pueden pasar desapercibidas. Aquí aparece el número dos. Dice Jesucristo: “No podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero”. (Mt 6,24). Y en otro lugar, Jesús envía a predicar a sus discípulos de dos en dos (Lc 10,1)

Por el dinero entró el mal en el mundo. El dinero es necesario para vivir, hacer obras de caridad, etc; pero no podemos hacer cualquier cosa por dinero. “Donde está tu tesoro ahí está tu corazón (Mt 6,21)”.No podemos ir con dos muletas por la vida, queriendo “poner una vela a Dios y otra al diablo”; esas muletas nos impiden andar, estamos encorvados, como los israelitas que denuncia Elías, buscando un dios que no puede curar las heridas que el desgaste de la vida deja en el hombre.

En el Evangelio de Jesucristo según san Lucas, Jesús se encuentra con una mujer que padecía una enfermedad que le mantenía encorvada sin poder enderezarse. Dice así: “…Había allí una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada y no podía enderezarse en modo alguno. Al verla Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de la enfermedad”. Le impuso las manos, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios “(Lc13, 10-14)

Jesús le llama “mujer”. Es la misma expresión con que se dirige a su Madre en las Bodas de Caná. Es la misma expresión con la que entrega a Juan –en representación de todos nosotros-, en el sacrificio supremo de la Cruz. En esta expresión Cristo se dirige a toda la Humanidad. Toda la Humanidad está encorvada por su idolatría, por el seguimiento de sus ídolos, como nos recuerda el salmista:

“Los ídolos de los gentiles son oro y plata, hechura de manos humanas: tiene ojos y no ven; tienen oídos y no oyen tienen boca y no hablan, tienen manos y no tocan, tiene pies y no andan…” (Sal 135,15). Solo Dios- Jesucristo, Hijo Único del Padre, puede salvar al hombre de sus angustias, puede enderezar el camino tortuoso elegido por el hombre, puede enderezar a la Humanidad encorvada.

Jesús, al ver a la mujer encorvada, le llama. No espera que ella le pida su curación. Lleva dieciocho años con su enfermedad y tiene asumido su estado deplorable. No ocurre como otras veces que el necesitado recurre a la curación. Este tema es más grave. La mujer, la Humanidad, está insensibilizada con su destino. Se acostumbra a él. Se podrá quejar de su mala suerte; incluso clamará al Cielo para reprocharle su desdicha. Pero no hará nada por salir de ahí.

Por eso Jesús le llama. No espera al grito de Isaías: “… ¡Ah, si rompieses los cielos y descendieses!...” (Is 63, 19). Y, ante este clamor, el Padre envió a su Hijo Jesucristo para librar a la Humanidad  caída del espíritu que la mantiene encorvada.

Alabado sea Jesucristo

Tomas Cremades Moreno


jueves, 29 de septiembre de 2016

El matrimonio es cosa de tres


Cualquiera que lea esta afirmación en clave que no sea la Fe de Nuestro Señor Jesucristo, pensaría que hablamos de adulterio. Efectivamente, el matrimonio es cosa de tres cuando Jesús está en medio. Así, de esta manera, las discusiones en la pareja, muchas veces inevitables, se convierten en intercambio positivo de opinión. Y así, los rencores desaparecen, el perdón se hace fuerte y vamos los tres de la mano. Incluso los problemas de la vida, que los hay, ¡vaya si los hay!, se hacen más livianos. Dice Jesús: “… mi yugo es suave y mi carga ligera…”  (Mt 11, 28-30). Y así es: el yugo que une las yuntas de bueyes y que los hace tirar del arado repartiendo las cargas por igual, pues si no, se perdería la alineación de los surcos, lo podemos imaginar cómo los problemas que cada día nos sorprenden en nuestro camino, apretados a nuestro cuello, impidiendo levantar la cabeza…Pero si pensamos que el que está al lado tirando con nosotros es Jesús, seguro que la carga se nos vuelve ligera y se cumplen sus Palabras.

Dice el Salmo 126: “…Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles…” En la casa que comenzamos a construir cuando tuvimos uso de razón, quizá no tuviéramos proyectado una habitación para Dios. No se nos olvidaría el salón, grande, ni la habitación de invitados, ni una hermosa cocina que tuviera ventanas al jardín…El cuarto de baño sería tan espacioso que se podría bailar en él, y tendría todos los aparatos que nos pudieran dar placer y relax…Eso no se nos habría olvidado.

Quizá en la madurez de la fe, nos hemos dado cuenta que no tenemos una habitación para el Señor. O quizá la habitación para Él es en un lugar donde no nos moleste su “música”; donde no oigamos su “ruido”. A lo peor, lo tenemos lleno de devociones-que por otro lado no está mal si nos llevan a Dios-, pero puede ser que nos falte el Evangelio, Palabra de Dios por excelencia. Y es que el Evangelio te pone frente a tu realidad, frente a tu pecado. El Evangelio te denuncia a ti mismo en lo más íntimo de tu corazón. Por eso, quizá, es mejor llenarme de otras cosas que adormezcan mis sentidos…Hemos construido una casa con sudores y fatigas propios de la vida, y nos hemos cansado en balde, en vano, dice el Salmo. Porque el Señor no estaba allí con nosotros eligiendo nuestro cuarto de relax, nuestro pequeño santuario, nuestro lugar de encuentro con Él: nuestra “Tienda del encuentro”, donde, al igual que Moisés, pudiéramos ver al Señor cara a cara, como un amigo habla con su amigo (Ex 33,11)

 Hoy el Señor nos invita a construir con Él nuestra casa, a reconstruir quizá, nuestro matrimonio; a entender mejor a nuestros hijos, a aprender a amar a nuestros hermanos, a perdonar a los que nos hacen sufrir. Y entonces podremos decir como el Salmo: “…los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares, al ir iba llorando llevando la semilla, al volver vuelve cantando trayendo las gavillas” (Sal 125)

Sembramos con sudores e incomprensiones la Palabra cada día, son nuestras lágrimas, lloramos mientras llevamos la semilla; al volver - volver es igual a convertirse - , volvemos cantando himnos de alabanza a Dios, pues, como dice san Pablo: “…ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que lo aman…” (1 Cor. 2-9) 

Alabado sea Jesucristo

Tomas Cremades


miércoles, 28 de septiembre de 2016

Allí estaba Él

                                             
Sentada en un banco de madera y cumpliendo con el día de Dios, levanté los ojos para observar la gran cruz con la imagen del Cristo elevado sobre el Altar. No era una escultura muerta y sin vida, tampoco era un perfecto adorno místico de la Iglesia…

Le vi Crucificado y Muerto por mi causa, sentí su amor y su enorme tristeza ¡Miserable de mí!

No, no me encontraba tan sólo en un templo católico, sino en Su Casa de la tierra,  acogiéndome con los brazos extendidos. Me dijo:

-Sí, he muerto y resucitado por ti para abrirte el cielo. Eres tan importante para Mí, que el Calvario que sufrí y los miles de años que pasé en el infierno penando por tu salvación, mereció la pena. (Un día es como mil años).

Después de aquél día en que te dejé, te regalé algo que no debes olvidar jamás; está en mi Casa y en boca de mis ministros: Mi infinita Misericordia,  perdonándote una y otra vez; por tanto,  escucha antes  mi perdón, perdona a quien te hirió y reconcíliate con aquel a quien ofendiste.

En la Eucaristía se unió a mí, aún sabiendo que volvería a caer, pero esperando que los días que me queden por vivir, los utilice con humildad, fe  y honestidad.

Le dije hasta pronto y me alejé de su Casa, plena de Él, sentida y teniendo cuidado de mi alma...    


  Emma Díez Lobo

sábado, 24 de septiembre de 2016

Domingo 26 del Tiempo Ordinario




endiosar los bienes los convierte en alienantes e impiden el reino de dios.

       Dios Padre, el único salvador, ofrece por medio de Jesús la plena felicidad y los medios que nos ayudan en el “buen combate de la conquista de la vida eterna” (2ª lectura). Los bienes materiales son buenos, porque han sido creados por Dios: “Y vió Dios que todo era muy bueno” (Gén 1,31), pero el hombre tiende a conseguir ya aquí la plena seguridad y felicidad, dando un valor absoluto a los bienes, especialmente al dinero, a costa de lo que sea, incluso por medios injustos. La palabra de Dios denuncia esta tendencia engañosa, alienante y contraria a conseguir la seguridad y felicidad plena, porque impiden el Reino de Dios, que exige justicia y defiende a los pobres y desposeídos (1ª lectura y salmo responsorial). La parábola del rico y el pobre lo aclara; tiene dos partes. La primera se centra en la llamada “ley de Abraham”: se presenta un rico que actúa como rico y un pobre que sufre las consecuencias de su situación. No se alude a sus comportamientos éticos. Muere el rico y se condena, constata que sufre y que ha perdido todo su poder; muere el pobre y se salva. La razón la da Abraham: uno gozó en esta vida y le toca sufrir en la futura; el otro sufrió y le toca gozar, es decir, en la muerte se cambian las tornas de ricos y pobres.

Hasta aquí todo parece un poco mecánico: ¿dónde queda la vida moral? ¿Todo rico se condena y todo pobre se salva? Realmente esta “ley de Abraham” sólo quiere ser expresión de una constatación: a más bienes, menos religiosidad, pero no explica la razón.

La segunda parte lo aclara: la palabra de Dios tiene poder para iluminar la vida del hombre y para ayudarle a caminar de acuerdo con el plan de Dios, pero los bienes ciegan y ensordecen a las personas, alienan y engañan y por eso “no creerán aunque resucite un muerto y se les aparezca”.

       El cristiano vive en un ambiente que da valor absoluto a los bienes; por otra parte, sufre carencias si quiere ser fiel a sus convicciones cristianas, incompatibles con los medios injustos para obtener bienes. Por eso la palabra de Dios lo invita a saber relativizar todos los bienes, “lo ajeno”, y a vivir austeramente, con lo necesario para vivir, y a compartir con el necesitado, la mejor inversión para tener un tesoro en el cielo; y junto a esto a luchar contra toda injusticia, defendiendo el derecho de los pobres.

Pero relativizar bienes no es despreciarlos ni dejarlos inactivos: hay que utilizarlos de forma correcta como medio para las necesidades del propietario y de los demás, poniéndolos así al servicio de un mundo mejor.

       Compartir la Eucaristía, único bien absoluto que nos regala el Padre, adelanto y garantía de  la seguridad y felicidad plena del Reino de Dios futuro, exige relativizar los bienes, vivir austeramente, compartir con los necesitados y sostenerlos en sus reivindicaciones.


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

domingo, 18 de septiembre de 2016

El resto de Israel pastará y se tenderá sin sobresaltos



Yo soy el buen Pastor. Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con su cuerpo y su sangre. -dice el Apóstol-, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

Pero ya que Cristo, por una parte, afirma que el pastor entra por la puerta y, en otro lugar, dice que él es la puerta, y aquí añade que él es el pastor, debe concluirse, de todo ello, que Cristo entra por sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo, y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él, pues es por él que alcanzamos la felicidad.
Pero, fíjate bien: nadie que no sea él es puerta, porque, nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación:

No era él -es decir, Juan Bautista- la luz, sino testigo de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Por ello, de nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros: por ello, Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores todos los buenos obispos. Os daré -dice la Escritura-pastores a mi gusto. Pero, aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el Señor dice en singular: Yo soy el buen Pastor; con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor, si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor.

El deber del buen pastor es la caridad; por eso dice: El buen pastor da la vida por las ovejas. Conviene, pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas, en cambio, el mal pastor es el que persigue su propio bien.

A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el Señor: El buen pastor da la vida -la vida del cuerpo- por las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.

De este proceder Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

(comentario de santo Tomás de Aquino)


viernes, 16 de septiembre de 2016

Domingo 25 del Tiempo Ordinario.





Invertir sabiamente

No sabemos si el hecho que narra el Evangelio fue inventado por Jesús  o fue un acontecimiento real. Posiblemente lo segundo:

- ¿Te has enterado, Maestro?
- ¿De qué? ¿Qué ha pasado?
- Dicen que fulano se ha enterado de que le van a quitar la administración...
- ¡Qué hombre más listo! ¡Aprended vosotros a usar lo que ahora tenéis de cara al futuro!

        Para entender bien el episodio, hay que tener en cuenta que en aquella época había en Galilea grandes latifundios, cuyos propietarios residían en las grandes ciudades helenistas de la Decápolis y que administraban la finca por medio de administradores. El arrendantario debía pagar una cantidad que era el resultado del alquiler de la finca más la cantidad que debía pagar al administrador. En este caso, lo que hace el administrador es renunciar a su parte, cobrando solo la parte del dueño, lo que explica que el dueño alabe su conducta.

        Tomando pie de este caso, Jesús nos invita a usar lo que tenemos como buenos administradores de cara al futuro. Es curioso que llame lo que tenemos: “dinero injusto” (dos veces), “lo menudo””, “lo ajeno”. Todos necesitamos de medios para poder vivir, representados aquí por el dinero, el medio por excelencia. Pero son solamente eso, medios, “lo menudo”, “lo ajeno”, contrapuesto a lo importante o “lo que vale de veras” y a lo “nuestro”. En el plan de Dios hay bienes que son los “nuestros”. Lo nuestro es la participación plena, perfecta y gozosa de la filiación divina, que el Padre nos ha destinado para siempre, pues nos ha predestinado a ser sus hijos por medio de Jesús (Rom 8,29). Es la plena participación del amor de Dios.

        Pero esta participación requiere que el hombre libremente la acepte, pues no se puede amar por real decreto. Por eso el Padre pone en nuestras manos ahora bienes para que hagamos prácticas de amor, utilizándolos correctamente en nuestro servicio y en el de los demás, pues todos los bienes tienen una hipoteca social. Ya Jesús nos enseñó que al final seremos examinados de amor (Mt 25,31-46). El que lo hace así, invierte correctamente de cara al mundo de Dios. Esto vale para todo tipo de bienes que ahora poseemos, dinero, posesiones, pero también cultura y otros.
        Nacemos sin nada, sólo con la vida, que tampoco es nuestra, pues nos la ha dado Dios por medio de nuestros padres. Nacemos sin dinero, cultura, cargo, poder... Y todo esto lo dejaremos aquí al morir. Por eso es fundamental saber invertir todo lo que tenemos de “ajeno” de cara a lo “nuestro” y permanente, que Dios padre quiere para todos los hombres (2ª lectura).

        Jesús llama al dinero injusto, vil. Realmente merece esta calificación por su gran poder esclavizador y alienante del hombre, que lo busca y acumula creyendo encontrar en él la seguridad y salvación y, por ello, comete injusticias (1ª lectura). Hasta el dinero ganado honradamente tienen una gotita de sangre. ¡Si un billete pudiera hablar y contar su historia, diciendo para qué ha sido utilizado!...

        Esto nos dice el Padre en la Eucaristía de hoy, a la vez que nos entrega a su Hijo, el que mejor supo invertir su vida, consagrándola al servicio de los demás y consiguiendo así que los hombres, sus hermanos, tengamos posibilidad de tener “lo nuestro”. Compartir la Eucaristía es ratificar en nuestra vida la inversión que hizo Jesús con todo lo “ajeno” que poseemos.


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

jueves, 15 de septiembre de 2016

La Cruz de cada día


1.- No vivas recordando las cruces de tu pasado. Algunos se pasan la vida recordando lo triste que ha sido su vida, como si así cambiasen el pasado. Esas cruces ya las has vivido. Vive ahora las del presente. Así no tendrás que revivirlas mañana. Porque las cruces que se aceptan con generosidad se viven y se olvidan. No vuelven a doler más.

2.- Tampoco vivas imaginando las cruces del mañana. ¿Sabes cuáles van a ser? Además, Dios no te ha garantizado fuerzas para llevar las cruces de hoy y las de mañana juntas. Dios da las fuerzas necesarias para las cruces de cada día. Para las de mañana, tendrás que esperar a mañana. Vivir hoy las cruces del mañana es llevar exceso de peso hoy. Y eso hay que pagarlo.
3.- Vive las cruces reales. No las imaginarias. Muchos tienen más cruces en la cabeza que sobre sus hombros. Pero como no saben ver la luz, siempre se están imaginando y soñando cosas. De las cruces de hoy podrás culpar a alguien. De las cruces imaginarias, tú serás el único culpable. ¿No crees que ya son suficientes las cruces de verdad, sin necesidad inventarte otras nuevas?
4.- Las cruces son para ser llevadas a hombros. Pero mejor si las llevas en el corazón. Te lo aseguro, Las cruces cuando se llevan con el corazón pesan mucho menos. El corazón tiene más resistencias que tus hombros, por muy forzudos que los tengas.
5.- Algo importante. No soluciones el problema de tus cruces echándolas encima de los hombros de los demás. Las cruces se llevan o te llevan. Pero tus cruces solo valen para ti. No están hechas a medida de los demás. Si estás de mal humor, ¿por qué tienen que pagar los demás? Si estás con rabia y furioso porque las cosas te salieron mal, ¿qué culpa tienen los tuyos? Aguántate.
6.- Ah, un consejo. Las cruces no se miden ni se pesan. ¿Cómo sabes tú que tus cruces pesan menos que las del vecino? ¿Cómo sabes tú que las cruces de tu vecino son más llevaderas que las tuyas? ¿Por qué él camina feliz bajo su peso? Eso no es problema de la madera de la cruz que parece más liviana. Es que posiblemente él le ha puesto más ilusión, más esperanza, más corazón.
7.- Y otra cosa. No culpes a Dios de que te envió ésta o aquella cruz y luego te pones a rezarle para que te la quite o cambie. Porque eso es como decirle que se equivocó contigo y que se corrija. Hay muchos que primero hacen a Dios culpable de sus cruces y luego cuando le rezan, lo hacen dudando. ¿Me hará caso? Bueno, si Dios me manda las cruces y luego me las quita pareciera estar jugando con migo. Y Dios es muy serio.
J. Jáuregui


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Cristo del Quejío





EVANGELIO,(=buena-nueva). El QUEJÌO es un neologismo, una palabra nueva que no está aún en el Diccionario de la RAE, pero que todo el mundo de Andalucía, y en especial el gitano sabe lo que significa.

No es una queja, ni una protesta, -aunque también-, sino el sonido que sale del fondo del alma en los momentos supremos, de entrega total, y que lleva la clave de la vida.

El ambiente de personas en que ha surgido la obra es uno de esos milagros que Dios hace cuando quiere hacer iglesia. Con un motivo tan simple como una imagen de la gesta gigante de Cristo, su muerte en Cruz, nos hemos conocido, nos hemos presentado como hermanos creyentes en El... Y hablando de Él, hemos hecho Iglesia de Belén, Iglesia de Él, que empieza con un nacimiento, un encuentro, y acaba en una Cruz.

Hemos compartido para vosotros, como si estuviésemos haciendo una paella gigante para la Chanca, con ingredientes de ilusión, fantasía, seguridades, arte, comunicación, Evangelio.... Todo lo que sabíamos en oración y entrega, os lo simbolizamos en esta imagen.

Aquí está la realidad doliente y trágica de lo humano que nos narra San Marcos “Y dando un fuerte grito expiró”, reclamando nuestra atención a la vez que la esperanza que nos arranca de nuestra condición limitada en la búsqueda del descanso en Dios.

El Dios de nuestra esperanza, es también el Dios de nuestra limitación.

El escultor de esta talla don Manuel Requena Company, dice que “las manos aparecen como desplegándose de la cruz” .

Hoy sentimos el atisbo de la única Palabra definitiva que rescata el mundo y al hombre. Palabra redentora como parte de su mismo ser y esencia de su espíritu; llevar lo humano hasta Dios sin olvidar la angustia de nuestra condición desterrada, hacer latir lo humano con la palpitación de lo divino.

Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito, para que no perezcan los que creen en Él ( Juan, 3,14).

No debemos olvidar el valor catequético que representa esta talla del Cristo del Quejío, que suponen romances de inspiración gitana y que pueden desplegarse a todos sus estilos y maneras.

Cristo de brava madera
que amigas manos te tallan
mientras sus ojos te besan

¡Ay! Ese el Cristo mío
que está llorando mi alma
por su último quejío.

Que llora y llore mi alma
y mirándome en el Cristo
el corazón se me calma

Planté un Cristo en la Chanca
con su corona calé
entre casas de cal blanca.

Cristo, quejío en la Chanca
de ese pueblo calé
que vive, que llora y canta.

(Miguel Angel Casares López)



Como un gitano más, de esos de pura raza, tratante en tratos honraos, sin faltar a su Palabra, se vuelca el Cristo del Quejío en la Parroquia de Santa María de Belén, en la Chanca de Almería. La Virgen, le está mirando y se le escapan dos lágrimas.



Aquí, donde es perfecta la armonía que busca. Aquí, donde se busca siempre, porque siempre se encuentra. Aquí, cuando María buscaba el sentido de todas las cosas en las cosas de la vida de su hijo guardadas en su corazón, su interior iba creciendo en sabiduría y gracia, ante Dios y ante los hombres, como iba creciendo su hijo, con todas sus cosas. Aquí lo contó Lucas, que hizo Evangelio lo que ya era realidad eterna, lo que era noticia nueva, grande y buena noticia, en el limpio corazón de María.


Cansado de estructuras complejas fabricadas por mí, humectadas en la niebla del conocimiento, vuelvo a la inercia permanente de tus ojos que llaman, y tu boca que todo lo ve en tu palabra clara. Vuelvo a la armonía, que como música, se encuentra en todo lo creado, perfumando el sello de tu nombre que lo autentica todo. En el mundo del Espíritu, tendencia permanente hacia encuentro, empieza el alma a conocer, a darse cuenta de su relación, cuando ver es lo mismo que escuchar, palpar que degustar, oler que descubrir los colores y líneas de tu rostro de luz. Y es que tu Luz, la que nos  hace ver la Luz, contiene todas las noticias de relación que definen el mundo del amor del hombre. La Buena Noticia, tu Evangelio, es un canto que alimenta como el pan y el vino y el aceite de la tierra prometida, porque huele a tu Nombre. ¡Cuándo comenzaremos siquiera, a tener fe en la existencia de tu mundo de luz, que nos rodea y nos perfora! Aquí lo dejo escrito. Aquí y ahora. Como el camino deseable para el resto de vida que me des en este mundo oscuro: buscar tu rostro, que es lo mismo que tu mano, tu corazón o tu pie. "Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro". 

jueves, 8 de septiembre de 2016

Domingo 24 del Tiempo Ordinario






Dios es amor misericordioso que perdona y transforma en hijos.

        El mensaje de Jesús se resume en que Dios es su padre y quiere compartir esta paternidad con todos los hombres, “reinando sobre ellos” por su medio. Si reinar es ejercer un poder, el reinado de Dios como padre es ejercer un poder para que los hombres puedan ser sus hijos. Sólo puede llamarse padre el que tiene hijos. A Dios se le puede llamar padre de la humanidad en cuanto que es su creador y cuida de todas sus criaturas, pero aquí de trata de una relación especial, compartir la filiación de Jesús. Destinataria es la humanidad, toda ella débil y pecadora. Por ello, la primera acción de Dios-rey es ofrecer el perdón de los pecados al hombre libre, para que éste libremente acepte ser hijo suyo, compartiendo su naturaleza de forma especial. Y puesto que Dios es amor, compartir la vida divina es vivir en el amor, situación incompatible con vivir en el pecado, que no es más que las diferentes encarnaciones del egoísmo. Una acción es pecado, no por capricho divino, sino porque destruye o debilita nuestra relación con Dios y los hermanos en el amor.

        Ésta es la idea de fondo de la liturgia de la palabra, por la que el Padre nos habla en la Eucaristía de este domingo. Porque quiere ser padre, constantemente nos invita a aceptar su amor transformador, combatiendo en nuestra vida todas las manifestaciones del pecado-egoísmo. En el antiguo Testamento Dios perdona al pueblo que adora un ídolo poco después de comprometerse a servirle en la alianza sinaítica. Es el primer pecado que se nos narra del pueblo y también el comienzo de una indefinida oferta de perdón. En el evangelio Jesús nos recuerda que Dios se alegra y organiza una fiesta siempre que un pecador se arrepiente, pues así consigue su objetivo paternal. Por eso el hombre debe acercarse con confianza a recibir el perdón. San Pablo nos ofrece el motivo del que tenemos que presumir los cristianos: no somos un pueblo de héroes sino de testigos de la misericordia del padre que a todos perdona y capacita como hijos para tareas concretas.

        En su ministerio público Jesús comía con los pecadores, previamente perdonados, para significar el reino que estaba anunciando. Este banquete se renueva ahora en la Eucaristía, en la que nuestro Padre nos invita a compartir como hijos y hermanos. Es siempre el banquete de los perdonados. Por eso el hijo menor lo acepta sin problemas como regalo inmerecido, después de su experiencia negativa. En cambio, el mayor se niega a compartir el banquete organizado para el perdonado, porque se había hecho la ilusión de que con su comportamiento se había ganado otro tipo de banquete como premio. El banquete de los perdonados es el único posible, porque todos somos pecadores. Es verdad que se comportaba bien, pero no tenía conciencia de su debilidad y de que todo lo que había  hecho era gracia de Dios; creer que todo era mérito propio le lleva a creerse superior y especialmente a no compartir las entrañas de misericordia del Padre. A pesar de eso, el padre “se rebaja” y le ruega que entre. Quiere a todos sus hijos en el banquete. ¿Entró o no entró?  Jesús deja abierta la parábola. La respuesta la debemos dar cada uno de nosotros.

 D: Antonio Rodríguez Carmona


domingo, 4 de septiembre de 2016

Teresa de Calcuta ya está inscrita en el Libro de los Santos


La fundadora de las Misioneras de la Caridad ha sido declarada santa por el Papa Francisco:

 “Declaramos y definimos Santa a la Beata Teresa de Calcuta y la inscribimos en el Libro de los Santos, decretando que en toda la Iglesia ella sea venerada  entre los Santos”.

El Amén de la numerosisima asamblea en la Plaza de San Pedro y un intenso aplauso emocionado se elevó al cielo, en acción de gracias a Dios, uniéndose a los corazones llenos de fervor de todo el mundo, cuando el Papa Francisco pronunció la fórmula de canonización en latín e inscribió en el Libro de los Santos a la Madre Teresa de Calcuta. Y el canto gozoso y solemne del Jubilate Deo subrayó el momento en que las reliquias de la nueva Santa se colocaban al lado del altar.

Fórmula de la canonización de Teresa de Calcuta que pronunció el Papa Francisco:

«En honor de la Santísima e Indivisible Trinidad, para exaltación de la Fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la Nuestra, después de la debida reflexión y la oración frecuente implorando la asistencia divina, y después de haber oído el parecer de muchos de nuestros hermanos en el episcopado, declaramos y definimos Santa
a la Beata Teresa de Calcuta
y la inscribimos en el Libro de los Santos, decretando que en toda la Iglesia ella  sea venerada  entre los Santos. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
(Radio Vaticano)


sábado, 3 de septiembre de 2016

XXIII Domingo Tiempo Ordinario



Jesús, primer valor del cristiano

                Estamos en el comienzo de un nuevo curso, una nueva etapa en nuestra vida, y la Iglesia nos invita a preguntarnos a dónde caminamos. No basta con estar caminando, es necesario caminar en la dirección justa para llegar a la meta. Y si la meta es compartir la gloria de Jesús, el camino justo es vivir compartiendo sus valores.

                La primera lectura recuerda que para conocer los valores de Jesús necesitamos la luz del Espíritu Santo, pues nuestra mente está muy condicionada por nuestras limitaciones personales físicas y morales, y por el ambiente en que vivimos. Como resultado tenemos tendencia a justificar posturas y actitudes que son contrarias al Evangelio. Hay que pedir al Espíritu Santo vivir en la verdad, que normalmente implicará ir contracorriente, tomar la cruz.

                La segunda lectura ofrece un ejemplo concreto de juicio de valores, la visión que tenemos de la persona humana. Onésimo era un esclavo de Filemón, cristiano acomodado de la ciudad de Colosas. Huyó de su dueño y marchó a Éfeso, donde Pablo estaba predicando. Allí oye a Pablo,  se hace cristiano y desea quedarse a su servicio, pero este no lo acepta; quiere que antes arregle su situación y lo envía a su dueño con una carta en que le pide que perdone al huido y lo acoja, no como esclavo sino como hermano en Cristo. Realmente a la luz del Evangelio todos somos iguales, hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Ser cristiano es vivir esta realidad con todas sus consecuencias.

                Finalmente en el Evangelio Jesús invita a su seguimiento. Ser cristiano es una aventura de amor, conocer, amar y seguir a una persona concreta. Es una relación personal en el amor entre Jesús y su seguidor. Pues bien, esta relación exige realismo para no engañarse. Implica vivir con una categoría clara de valores, en la que Jesús es el primero que hay que anteponer a todos los demás, entre los que se nombran los más cercanos al hombre (su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas) y uno mismo, que es lo que más solemos querer. Mantener esta categoría de valores no es fácil, pues son frecuentes las colisiones entre ellos; por ello el resultado es “llevar la cruz en pos de Jesús”.

                Vivimos en un mundo donde reinan los valores de lo “políticamente correcto”, los valores del mercado, las exigencias de la familia y del trabajo ... En este contexto el cristiano tiene que vivir de acuerdo con los valores de Jesús. Por eso los ejemplos del constructor de la torre o del rey que va a la guerra invitan a pararnos y examinar cómo vamos, a dónde caminamos. Y entre todas las dificultades se resalta una, la inquietud por los bienes, lo que explica la invitación de Jesús a renunciar a todos los bienes para ser su discípulo. No se trata de una renuncia efectiva, sino afectiva, como puede verse leyendo todo el evangelio de Lucas. Necesitamos de bienes, que son buenos como creados por Dios, pero como medio y para todos. Una renuncia afectiva implica usarlos de esta forma, como medio y con un uso social.

                El salmo responsorial ayuda a la reflexión a la que se nos invita, subrayando el carácter efímero de nuestra existencia y de los bienes, que a veces queremos poner por delante de Jesús. Todo ello pasará y sólo quedará é: «Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que se renueva; que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato ».

                En la celebración de la Eucaristía  renovamos nuestro compromiso de amistad personal con Jesús dentro de su familia eclesial; en ella le damos gracias por su amistad y le pedimos que él sea nuestro primer valor.


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

jueves, 1 de septiembre de 2016

El amor es nuestro verdadero destino



El amor es nuestro verdadero destino. No encontramos el sentido de la vida por nosotros mismos- lo encontramos con otro-. Nosotros no descubrimos el secreto de nuestras vidas simplemente por el estudio y el cálculo. El sentido de nuestra vida es un secreto que tiene que ser revelado a nosotros en el amor, por la persona que amamos. Y si este amor es irreal, el secreto de mi vida no se encuentra, su significado nunca se revela, su mensaje nunca se descifra. Nunca somos plenamente reales hasta que no nos dejamos caer en el amor…
Mi Señor Dios, no tengo ni idea de hacia dónde voy. No veo el camino frente a mí. No sé con certeza en donde acabará. Ni yo mismo lo conozco, y el hecho de que yo piense que estoy siguiendo tu voluntad no significa que de verdad eso es lo que esté haciendo.
Pero yo creo que el deseo mismo de complacerte te complace. Y yo espero llevar ese deseo en todo lo que hago. Yo espero no realizar nada nunca aparte de ese deseo. Y yo sé que si yo hago esto me dirigirás por el camino recto aunque no lo vea. Por eso confiaré en ti siempre aunque me vea perdido y a la sombre de la muerte.
Nunca temeré porque siempre estás conmigo, y nunca me dejarás que enfrente todos los peligros solo y por mí mismo.

Thomas Merton