miércoles, 30 de noviembre de 2016

Dedicación e inmediatez




        Señor, en la elección de tus primeros apóstoles solo les pones una condición: “Venid y seguidme”.

        Estas palabras me indican que lo único que nos pides a los cristianos es disponibilidad. No nos haces una entrevista, no nos pides un curriculum, no nos pides unos avales, nada en absoluto, solo dedicación plena. Quieres que te acompañemos, que nos olvidemos del resto de las personas y cosas que nos han acompañado hasta ese momento y que nos dediquemos en cuerpo y alma a tu causa.

        Ahora bien, no pretendes que rompamos los lazos con los que nos rodean. Precisamente el encargo que nos haces es atender al resto de seres. Quieres que nuestro tiempo y acciones las pongamos al servicio de los demás, pero no que abandonemos nuestros quehaceres, sino que esos quehaceres sean los otros: “…os haré pescadores de hombres”.

Esos primeros discípulos eran pescadores y van a seguir siéndolo, van a seguir en su profesión, pero dignificándola, elevándola un escalón en el escalafón. Ahora lo que tienen que pescar no son peces para alimentar la vida física de los demás, sino atraerlos junto a Ti. Enseñar a los demás que por encima del alimento físico hay otro, de superior categoría, al que hay que atender con preferencia. Nos encomiendas que hagamos caer en la cuenta que por encima del alimento del cuerpo está el del espíritu.

Para esa dedicación no es necesario, en principio, retirarse a lugares extraños ni hacer acciones rarísimas. Es seguir en el mismo ambiente, pero hacerlo todo con cariño, actuando por el bien del otro y no por el propio, siendo generoso y no egoísta, compartiendo lo mío para igualar las carencias de mis semejantes. Compartiendo mi tiempo y dedicárselo a los que me necesiten porque están solos en la vida o están en un hospital o ya, por causa de las deficiencias de la edad, no pueden salir de casa. Aconsejar a los que veamos que van por caminos erráticos. Animar y alentar a los decaídos y desalentados. Creo, Señor, que esta es nuestra labor como pescadores de hombre.

“Inmediatamente dejaron las redes y los siguieron”. Su respuesta fue pronta, sin dudas, sin medias tintas. También la nuestra tiene que ser inmediata, prontos cuando alguien nos necesite o solicite. Es lo único que nos pides: dedicación plena e inmediatez.

Pedro José Martínez Caparrós



lunes, 28 de noviembre de 2016

Empezamos el Adviento



Con el Adviento, empezamos la preparación de la Navidad. Nos preparamos para que Dios venga a nuestro mundo y a nuestro corazón.

A pesar de los problemas y de los miedos; a pesar de que estemos cansados de tantas promesas incumplidas, y de los desengaños de cada día, a pesar de todo, vamos a intentar vivir una nueva Navidad, porque siempre necesitamos de la visita de nuestro Dios, a nuestra vida.

Nuestro corazón ya no es de carne, sino de cemento y hierro. ¡Qué fría es nuestra sangre, qué forzados nuestros saludos, qué cortos nuestros encuentros y qué mezquinos nuestros dones!. Cada uno vamos a lo nuestro y dejamos sólo las migajas para otros. Todo nos parece ya normal. Nos parece normal que muchos mueran de hambre; que se asesine a los niños antes de nacer, cuando tienen todo el derecho a la vida.

Por eso necesitamos una gran esperanza. De lo contrario, se nos secaría el corazón. Una persona sin esperanza es como un peregrino que camina sin rumbo, a ninguna parte. Es como un parado que no tiene nada que hacer y se limita a dejar pasar los días y los años en la desesperación.

Vamos a intentar, a pesar de todo, vivir con esperanza. Los cristianos no esperamos cualquier cosa. Esperamos nada menos que la visita de Dios y esa visita puede cambiar muchas cosas.

Empecemos, pues, el Adviento con la misma ilusión con la que un estudiante espera las vacaciones; con la misma emoción con la que una madre espera a su hijo. Con el mismo amor que se tienen una pareja de jóvenes enamorados locamente.

Cuando trabajamos para la Paz y la Justicia, estamos sembrando el mundo de esperanza.


Cuando sabemos sufrir con paciencia, es Adviento.

Cuando esperamos y nos esforzamos por hacer un mundo más justo y más humano, estamos preparando la venida del Señor.

Cuando buscamos a Dios, pronto será Navidad.

J. Jáuregui

domingo, 27 de noviembre de 2016

La pequeña esperanza


La forma como vive el mundo contrasta con el tiempo de Adviento que comienza hoy. El mundo va deprisa, no espera, lo quiere todo rápido, ya y ahora. Pero el Adviento es una pausa, una espera, un tiempo de prepararnos para recibir a Aquel que habrá de llegar.

Charles Péguy, llamado el poeta de la esperanza, tiene un hermoso poema que habla de las tres virtudes teologales, pero en especial de la pequeña esperanza. Comparto y os invito a dedicar este Adviento a cultivar esta hermosa e importante virtud.
Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes.
La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña muy pequeña.
Yo soy, dice Dios, el Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que se estira por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se extiende por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es un soldado, es un capitán que defiende una fortaleza.
Una ciudad del rey,
en las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
La Caridad es un médico, una hermanita de los pobres,
que cuida a los enfermos, que cuida a los heridos,
a los pobres del rey,
en las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
Pero mi pequeña esperanza es
la que saluda al pobre y al huérfano.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo de Francia.
La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo.
Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que vela por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que vela por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se acuesta todas las noches
y se levanta todas las mañanas
y duerme realmente tranquila.
Yo soy, dice Dios, el Señor de esa Virtud.
Mi pequeña esperanza
es la que se duerme todas las noches,
en su cama de niña, después de rezar sus oraciones,
y la que todas las mañanas se despierta
y se levanta y reza sus oraciones con una mirada nueva.
Yo soy, dice Dios, Señor de las Tres Virtudes.
La Fe es un gran árbol, un roble arraigado en el corazón de Francia.
Y bajo las alas de ese árbol, la Caridad,
mi hija la Caridad ampara todos los infortunios del mundo.
Y mi pequeña esperanza no es nada más
que esa pequeña promesa de brote
que se anuncia justo al principio de abril.


jueves, 24 de noviembre de 2016

I Domingo de Adviento




la esperanza cristiana

       El cristiano debe vivir los misterios de la Historia de la salvación, entre los que ocupa un lugar importante la esperanza de la plena salvación. La esperanza está presente en esta Historia desde el primer momento. De cara al futuro Dios promete a Abraham que en él serían bendecidas todas las familias de la tierra  (Gen 12,3) y todos sus descendientes vivieron esperando el cumplimiento de esta promesa que, en el decurso del tiempo, se fue concretando en el Mesías (1ª lectura). Pero cuando llegó el cumplimiento, no todos estaban preparados y supieron reconocer el Salvador enviado por Dios.

       Al celebrar el nacimiento de Jesús, la Iglesia invita a compartir esta vivencia de la esperanza, pero lo hace en un contexto histórico y real. El Esperado, vino, dio su testimonio entre nosotros, murió, resucitó y sigue presente entre nosotros hasta que su presencia salvadora llegue a su plenitud en la Parusía. El cristiano es el hombre que espera esta plenitud salvadora de Jesús y lo hace sabiéndose acompañado ya de su presencia, convirtiendo la vida en un esperar su venida en todos los acontecimientos, en un recibir constantemente al Salvador hasta que transforme nuestra personalidad. Ante esto tiene que vivir vigilando  (2ª lectura y Evangelio):  Mira que estoy a la puerta llamando; si uno oyere mi voz y abriere la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo (Apoc 3,20). La Iglesia primitiva expresó muy bien esta faceta de su esperanza con la invocación aramea maranatha, que admite dos lecturas según como se divida la expresión en dos palabras: maran atha (presente indicativo): nuestro Señor “viene”, está viniendo o  marana tha  (imperativo), Señor nuestro, “ven”. Confesamos que el Señor sale a nuestro encuentro en todo acontecimiento y deseamos la plenitud de su venida.

       En este contexto la vivencia de la virtud teologal de la esperanza es básica en la vida cristiana. Es una esperanza que se apoya en la fe y se traduce y alimenta la caridad. Si en el plano meramente humano la esperanza es el motor que mueve a las personas, igualmente en la vida cristiana. Por eso en este tiempo la Iglesia nos invita a fortalecer la vivencia de la esperanza teologal.

       Esperamos como Iglesia la plenitud de la salvación personal y de la humanidad compartiendo la felicidad trinitaria, en comunión con todos los hombres que han recibido la salvación: Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios prepara para los que le aman (Is 64,4; 52,15; 1 Cor 2,9). El fundamento de esta esperanza es la fe en las promesas de Dios, que ciertamente se cumplirán. Ya han comenzado a cumplirse parcialmente con la muerte y resurrección de Jesús, lo que refuerza nuestra fe y esperanza, pero todavía no han llegado a su plenitud, que  llegará  con su Parusía. Por esto la Iglesia invita a leer estas promesas y nos las recuerda en este tiempo en las primeras lecturas de la misa.

       Esto distingue radicalmente la esperanza cristiana de las expectativas humanas. La expectativa  humana se fundamenta en la naturaleza o situación de la persona o cosa: “con esta cantidad se puede comprar razonablemente esto y esto”. La esperanza se funda en la promesa divina, cuyas palabras no pasarán (Mc 13,31 par). Es importante esta distinción para evitar el pesimismo ante la situación actual de la Iglesia o de la humanidad, negativa desde el punto de vista de las expectativas humanas, pero positiva desde el de la esperanza.

       Vivir la esperanza implica vigilar (2ª lectura y Evangelio), primero estando atentos para recibir a Jesús que constantemente viene a nuestro encuentro de distintas formas, en la Eucaristía, en los pobres y necesitados, en todos los hombres... Por otra parte, luchando contra dos peligros: rebajar las promesas de Dios y poner imposibles en nuestra vida, ante nuestras experiencias negativas o fracasos personales.

       La Eucaristía celebra muy bien el momento presente: Ya está aquí la salvación con la muerte y resurrección de Jesús, pero todavía no ha llegado la plenitud, para la que el mismo Jesús nos acompaña y alimenta.

Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona


miércoles, 23 de noviembre de 2016

Carta de Adviento




Querido creyente:

Vamos a abrir la puerta del Adviento. Así quedará inaugurado el Año Litúrgico. Y la abrimos cuando civilmente queda más de un mes para estrenar año. Como ves, la Liturgia y la Iglesia marcan paso diferente en la sociedad.

Y esto es lo novedoso: la Palabra nos invita a poner una estrella en la noche cerrada de la humanidad, una palabra de espera en las desesperanzas; nos invita a mirar a lo alto, hasta ver caer (y apresurar!) la bendición de Dios, mientras otros sólo esperan de la tierra el premio a sus sudores. La verdad es que «arriba y abajo» son categorías que quizás no están bien empleadas. No sabemos dónde está el cielo ni dónde el infierno. Pero hemos convenido en hablar espacialmente del cielo como un arriba y del infierno como un abajo. Parece que Dios está en el cielo, en lo alto. Después nos lo encontramos en una cueva el día 25 de diciembre (¿podía estar el cielo más abajo y más escondido?). Como vayamos por la vida mirando a las nubes… nos quedaremos sin posibilidad de reconocer a Dios…, nos quedaremos sin Dios.

Donde lo pasamos bien, donde lo pasamos mal, donde nos encontramos con gente que es «un cielo» y con gente que es «un infierno» es en las plazas y en los lugares de trabajo, en la familia y entre los vecinos… Nuestra vida «se cuece aquí», se hace aquí “pan bueno” que alimenta y «semilla buena» que se trasplanta al jardín donde el Señor de la Vida cuida para siempre de nuestras vidas.
Te confieso que el Adviento es un tiempo que me atrae y me hace comunicativo.

Los que creemos en Dios tenemos un camino muy largo que recorrer: Vamos hacia una tierra que se nos mostrará… Así de sencillo. La verdad es que no tenemos que caminar hacia Dios. Ese camino es tan inmenso que no merece la pena ni plantearlo. Es falso. No vamos nosotros a Dios, es Dios el que viene a nosotros. Dios nos ahorra el ser caminantes hacia Él. Se hace caminante hacia nosotros. Prefiere que seamos caminantes con Él. El problema surge de esta manera de ser libres que se nos ha dado. Ser libres es un bonito lío… Podemos estar en presencia de Dios sin ser capaces de reconocerlo…
El hecho de que el Señor venga no significa que sea recibido. En nuestra vida existen los «plantones»: «Me ha dejado plantado», «Hemos ido a su casa y no estaba», «Eres un mal-queda». Esta realidad la palpamos en nuestra existencia cotidiana. Dios también la palpa con hombres y mujeres, con nosotros. Viene, pero los suyos no le reciben.
Porque no están en casa…, no se habitaban, o no dejaban sitio para el
Otro… El camino que tenemos que recorrer es una larga caminata: entrar en nuestra casa, entrar en nuestro adentro. Como decía san Bernardo, no se trata de atravesar mares, de escalar el cielo, de traspasar las nubes, de cruzar valles o de escalar montañas. Es hacia ti mismo hacia donde debes caminar; habitarle y no ser casa. vacía o llena de espíritus que no son tu espíritu, tú mismo. Está dentro de ti el camino que tienes que recorrer; hacia lo más profundo tuyo; es allí donde Dios te espera y desea encontrarse contigo, hacer Navidad.
Una vez escuché a una amiga que trabajó muchos años en París con los emigrantes españoles, contar una anécdota de una jubilada. Vivía sola. Salía por la mañana de su casa. Pasaba el día fuera del hogar: Si le ocurría que volvía pronto a casa, solía mirar hacia las ventanas de su apartamento y se decía: «¿Para qué voy a subir si no me espera nadie ?». y seguía deambulando por la calle hasta que el sueño le indicaba que ya le esperaba la cama.
Me parece una historia preciosa que habla por sí sola y que nos refleja a muchos. Si no sentimos que dentro de nosotros mismos Alguien nos está esperando, Alguien está ansiando nuestra vuelta a casa, preferiremos la superficialidad, el vagar por todas parles. Un día Alguien llamará a la puerta y no tendrá respuesta: no estábamos en casa.
A lo largo del Adviento, la Palabra de Dios nos irá encaminando hacia la meta con sugerencias sencillas. Los pasos los tenemos que dar nosotros, pero el camino se nos marca. Nadie va a Dios por los caminos que él mismo se traza. A Dios sólo llegan los caminos que Dios traza. Y para cada persona tiene uno original.

J. Jáuregui

martes, 22 de noviembre de 2016

Atrévete a ser tú mismo



Algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús dijo: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: Todo será destruido”. (Lc 21,5-11)

Este Evangelio nos invita a mirar al interior, a lo profundo, más allá de lo que se ve.

El principito de Antoine de Saint-Exupery decía: «Lo esencial es invisible a los ojos». Jesús critica la mirada superficial. No le parece mal que alaben la belleza del templo, lo que critica es que miren solo la belleza por fuera. Jesús dice que eso pasará, que se destruirá. Que esa belleza no tiene importancia porque es caduca.

La verdadera belleza del templo no se ve, está escondida, como todo lo importante. Jesús nos llama a mirar la belleza escondida en el corazón, en el nuestro y en el de los otros.

Las obras de los hombres pasan y mueren, acaban siendo olvidadas cuando ellos ya no están. Aunque sean grandes templos y catedrales construidas a lo largo de muchos años. Obras magníficas con fecha de caducidad.

Jesús es consciente de los valores que viven sus mismos discípulos.
No viven de lo de dentro del templo.
No viven desde la esencia y de la verdad del templo.
Sino que viven de exterioridades.
Y vivir de lo de fuera es vivir de lo secundario.
Pues lo exterior y secundario está condenado de desaparecer.
Lo que permanece es lo que llevamos dentro.
Por eso no somos sino que aparentamos.
Hay Iglesias con mucha luz por fuera.
Pero con poca luz por dentro.
Hay Iglesias que brillan por fuera.
Pero oscuras por dentro.
Hay Iglesias muy bellas exteriormente.

Pero con poca vida dentro.
Hay hogares muy bellos por fuera.
Pero muy fríos por dentro.
Hay hogares espectaculares por fuera.
Pero sin calor humano por dentro.
Hay casas muy bonitas por fuera.
Pero sin vida por dentro.
Vivir por dentro es vivir de la belleza de la propia vida. Me duele leer lo que escribe Martín Descalzo, por más que diga una gran verdad:
“Es asombroso pensar que Dios fabrica las almas una a una, dándole a cada cual una personalidad propiamente suya e intransferible y que, a la vuelta de unos pocos años, el mundo ha conseguido ya uniformar a la mayoría, de modo que parezcamos más una serie de borregos que una comunidad de hermanos, todos diferentes.” (J.L.M. Descalzo)
Por el contrario, me encantan esos que se atreven a ser ellos mismos. Y mi mejor deseo para ti hoy, es que demuestres qué eres y cómo eres, pero por dentro.
Sí, demuéstrate a ti mismo que tú eres importante. No esperes a que lo digan los demás. Sería como si te hablasen de descubrimientos de riquezas muy lejanas a ti. Tú eres el mejor explorador de ti mismo.
Demuéstrate a ti mismo que sabes valorarte, que sabes apreciarte, que sabes mirarte. ¿No crees que te estás devaluando demasiado de tanto cuidarte por fuera? ¿Crees que los otros valen más que tú? Para quien murió por ti, parece que tú vales lo mismo que todo el mundo.
Demuéstrale a Dios que bien valió la pena regalarte la vida. Porque cada día la aprecias más, la valoras más y la haces florecer más. El mejor agradecimiento que le puedes hacer a Dios por la vida es vivirla a gusto y con gusto.
Demuéstrale a Dios que bien valió la pena que se encarnase y se hiciese hombre por ti. Porque desde entonces, tú mismo sabes valorar tu condición humana y la condición humana de los demás. Que tú amas mucho el cielo, pero a la vez estás enamorado de la humanidad.
Demuéstrale a Dios que bien valió la pena que muriese por ti. Porque desde entonces crees más en el amor de Dios, aún en medio de tus flaquezas y debilidades sigues fiándote de Él. Y desde entonces, cada hombre que se te cruza en el camino, te merece el respeto mismo que te merece su muerte en la Cruz.

J. Jáuregui

lunes, 21 de noviembre de 2016

Bienaventuranzas del Adviento



Felices quienes siguen confiando, a pesar de que hay mil razones para desconfiar.

Felices los que con su vida y trabajo allanan los caminos torcidos y buscan la paz y facilitan hacer las paces.

Felices los que trabajan por hacer de esta tierra una convivencia que sea «un cielo».

Felices los que perforan el silencio y saben escuchar los gemidos de los hombres y las mujeres de hoy.

Felices los que acallan y callan y en el silencio encuentran la Palabra de Dios en las palabras y situaciones que la gente vive.

Felices los que en la escucha encuentran la palabra que es profecía, denuncia, grito de los que no tienen palabra.

Felices los que no solo rellenan los baches sino que roturan y trazan caminos nuevos para que transiten los descaminados.

Felices los que en el frío dan calor; los que en la noche ponen luz; los que en la soledad son compañía; los que salen de su ensimismamiento y acampan, como Dios, aliado de los heridos, malheridos y marginados.

Felices los que sueñan, como nuestro Dios sueña, un mundo mejor.

Felices los que han encontrado a Dios y se convierten en camino para que otros vayan a Dios.

Felices los que viven guardando lo que no entienden y esperan en Dios para entenderlo todo.

Felices los que no se desaniman porque saben que la tierra está habitada por Dios y su fuerza es más fuerte que el mal.


J. Jáuregui

viernes, 18 de noviembre de 2016

Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo



venga tu reino

        El final del año litúrgico evoca a la Iglesia el final de la Historia de la salvación, que culminará con la plenitud del reinado de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo.

En la Antigua Alianza Dios puso al frente de su pueblo reyes, primero a Saúl y después a David para que en su nombre gobernaran a su pueblo, cuidando especialmente la justicia y los derechos de los pobres. Para ello se les “ungía” para significar que Dios los capacitaba para actuar en su nombre (1ª lectura). El segundo de ellos, David, quiso construir un templo a Dios, pero Dios no aceptó este propósito porque sus manos estaban manchadas de sangre; ante su buen deseo le  prometió un trono perpetuo (1 Sam 7). Sus descendientes lo hicieron mal, por lo que el pueblo empezó a esperar un hijo de David ideal que de verdad reinara en nombre de Dios. Era una esperanza del sentido religioso nacionalista, que asignaba a este hijo de David la tarea de establecer un gran imperio con centro en Jerusalén.

Pero los planes de Dios iban por otro camino. Si reinar es ejercer un poder, lo propio del mandar de Dios padre es ejercer un influjo paternal, cuyo fruto necesario es convertir al hombre en hijo suyo en un contexto de amor, y a la humanidad en una gran fraternidad en que reine la paz, la justicia y la felicidad, sin dolor ni muerte.

        Al servicio de esta tarea  está la misión del Hijo, Jesucristo, que es rey al servicio del reino del Padre (Evangelio). Se hizo hombre para hacerse solidario de todos los hombres y convertirse en su representante ante Dios padre. Desde ahora todo lo que él haga vale para él y para todos los hombres. Su vida fue un sacrificio existencial consistente en hacer la voluntad del Padre por amor, que se tradujo en proclamar el plan del Padre y hacerlo posible con su entrega hasta la muerte. El Padre aceptó esta ofrenda, glorificándole a él y a todos lo que representaba, a toda la humanidad.

Así ha adquirido  para todos los hombres el derecho de ser hijos de Dios y miembros de la nueva familia. El Padre nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación… El principio, el primogénito de entre los muertos para que sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud y reconciliar por él y para él todas las cosas (2ª lectura). Jesús hace realidad el reino de Dios perdonando los pecados y transformando el corazón del hombre, que debe colaborar en un proceso que culminará en su resurrección.

        Al servicio de su obra, Jesús ha creado la Iglesia, integrada por todos los que ya viven en la esfera del reino y la ha enviado con la misión de invitar a toda la humanidad a integrarse. La Iglesia primitiva lo entendió muy bien al aplicar a la resurrección de Jesús el salmo 110,1: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies. Jesús ya tiene todo poder salvador  y ahora lo está ofreciendo a todos los hombres hasta que llegue el momento de su parusía en que culminará esta tarea con la salvación plena de todos los que han aceptado la realeza de Dios, viviendo como hijos suyos. Es el momento que celebra hoy la Iglesia.

        La fiesta de hoy, por una parte, invita a echar una mirada optimista sobre la historia; a pesar de todos los males presentes, el mundo camina hacia una meta de salvación. Por otra parte, urge a renovar el compromiso de vida filial y fraternal para mantenerse dentro del Reino, pues al final seremos examinados precisamente de vida filial y fraternal, de amor (Mt 25,31-46) y, junto a esto, urge a vivir como testigos, ofreciendo la salvación y trabajando por un mundo más fraternal y solidario, que sea reflejo del mundo futuro.

        La Eucaristía nos sitúa en el momento presente, recordando su muerte y resurrección y esperando su venida gloriosa (anáfora III). El Señor resucitado sigue ofreciendo su cosecha salvadora para que la acojamos y llevemos a los demás, y nos alimenta para ello, mientras llega el momento de su manifestación gloriosa. Acogiendo la invitación de Pablo, damos gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.


Rvdo don Antonio Rodríguez Carmona

miércoles, 16 de noviembre de 2016

“Pobre si, esclavo no” : Francisco a los “sin techo”



Francisco recibió a los participantes en el Jubileo de las personas socialmente excluidas.

“¡Pobre, sí, esclavo no! La pobreza está en el corazón del Evangelio, para ser vivida”.” ¡La esclavitud no está en el Evangelio para ser vivida, sino para ser liberada! Necesitamos paz en el mundo. Necesitamos paz en la Iglesia, todas las Iglesias necesitan paz, todas las religiones necesitan crecer en la paz”.

“Pido perdón por las personas de la Iglesia que no los han visto, que se dan la vuelta a otro lado”: así fue como el Papa Francisco se dirigió a los participantes en el Jubileo de los socialmente excluidos. Varios miles de personas de muchos países europeos (Francia, Alemania, Portugal, Inglaterra, España, Polonia, Italia), que han vivido o viven en las calles, se reunieron en un evento promovido por la asociación francesa “Fratello“.

Antes del discurso, improvisado, del Papa, saludos y testimonios, como los de Cristiano y Robert quienes agradecieron a quienes les habían ayudado y hacia Francisco, que siempre tiene a los pobres en su corazón. El Papa respondió diciendo que había tomado nota de algunas palabras acabadas de escuchar. Estas “como seres humanos no nos diferenciamos de los grandes del mundo. Tenemos nuestras pasiones y nuestros sueños, que tratará de alcanzar en pasos pequeños”. La pasión y el sueño: dos palabras, dijo, que pueden ayudar. “No dejen de soñar”. “¡Los que tienen todo no pueden soñar! La gente, los simples, van con Jesús porque soñaban que Él los curaría, los liberaría, les serviría y le seguían, y Él les liberó”.
La vida es hermosa: dignidad
A continuación, una segunda palabra: “La vida es tan hermosa”. Eso significa que la vida es bella, incluso en las peores situaciones, se preguntó el Papa. ¡Significa dignidad! La misma dignidad que llevó Jesús que nació pobre, que vivía pobre. “Yo sé que muchas veces se ha conocido a personas que querían aprovecharse de su pobreza … pero también sé que este sentimiento al ver que la vida es hermosa, este sentimiento, esta dignidad, los ha salvado de ser esclavos. ¡Pobre sí, esclavo no! La pobreza está en el corazón del Evangelio, para ser vivida. La esclavitud no está en el Evangelio para ser vivida, sino para ser liberado “. Siempre cumple con los más pobres de nosotros, continuaba el Papa, y la capacidad de ser solidarios es uno de los frutos que nos da la pobreza: “gracias por este ejemplo que dan. ¡Enseñen solidaridad al mundo!”.
La guerra la hacen los ricos
Francisco dijo de nuevo que fue golpeado, entonces, al escuchar hablar de la paz. La mayor pobreza es la guerra, la guerra destruye. “La paz que, para nosotros los cristianos, comenzó a ser en un establo, de una familia marginada, la paz que Dios quiere para cada uno de sus hijos. Y que, desde su pobreza, su situación, puede ser constructores de la paz. La guerra se hace entre los ricos, por tener más, tener más territorio, más poder, más dinero. ¡Necesitamos paz en el mundo! Necesitamos paz en la Iglesia, todas las iglesias necesitan paz, todas las religiones necesitan paz para crecer”.
Perdón por el pecado de omisión ante los “sin techo”
Después, el Papa pidió perdón si a veces se sienten ofendidos por sus palabras o por no decir las cosas que tenía que decir. “Les pido perdón por todas las veces que los cristianos frente a una persona pobre o una situación mala miran hacia otro lado. Tu perdón, para hombres y mujeres de la Iglesia, que no quieren ver o no han querido buscar, es agua bendita para nosotros, es limpiador para nosotros, es ayudarnos a volver a creer que en el corazón del Evangelio hay pobreza como un gran mensaje y que nosotros – los católicos, los cristianos, todos – tenemos que construir una Iglesia pobre para los pobres” .


martes, 15 de noviembre de 2016

Uno Crece


Imposible atravesar la vida ... sin que un trabajo salga mal hecho, sin que una amistad cause decepción, sin padecer algún quebranto de salud, sin que un amor nos abandone, sin que nadie de la familia fallezca, sin equivocarse en un negocio. Ese es el costo de vivir. Sin embargo lo importante no es lo que suceda, sino, cómo se reacciona. Si te pones a coleccionar heridas eternamente sangrantes, vivirás como un pájaro herido incapaz de volver a volar.

Uno crece... Uno crece cuando no hay vacío de esperanza, ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe.

Uno crece cuando acepta la realidad y tiene aplomo de vivirla. Cuando acepta su destino, pero tiene la voluntad de trabajar para cambiarlo.

Uno crece asimilando lo que deja por detrás, construyendo lo que tiene por delante y proyectando lo que puede ser el porvenir. Crece cuando supera, se valora y sabe dar frutos.

Uno crece cuando abre camino dejando huellas, asimila experiencias...! Y siembra raíces!

Uno crece cuando se impone metas, sin importarle comentarios negativos, ni prejuicios, cuando da ejemplos sin importarle burlas, ni desdenes, cuando cumple con su labor.

Uno crece cuando se es fuerte por carácter, sostenido por formación, sensible por temperamento... ¡Y humano por nacimiento!

Uno crece cuando enfrenta el invierno aunque pierda las hojas, recoge flores aunque tengan espinas y marca camino aunque se levante el polvo.

Uno crece cuando se es capaz de afianzarse con residuos de ilusiones, capaz de perfumarse con residuos de flores... ¡Y de encenderse con residuos de amor!

Uno crece ayudando a sus semejantes, conociéndose a sí mismo y dándole a la vida más de lo que recibe.

Uno crece cuando se planta para no retroceder... cuando se defiende como águila para no dejar de volar... cuando se clava como ancla y se ilumina como estrella. Entonces... Uno Crece.

(Susana Carizza)


lunes, 14 de noviembre de 2016

Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con firmeza...




Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con firmeza; espero en Ti, pero ayúdame a esperar sin desconfianza; te amo, Señor, pero ayúdame a demostrarte que te quiero; estoy arrepentido, pero ayúdame a no volver a ofenderte. 

Te adoro, Señor, porque eres mi creador y te anhelo porque eres mi fin; te alabo, porque no te cansas de hacerme el bien y me refugio en Ti, porque eres mi protector. 

Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu misericordia me consuele y tu poder me defienda. 

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en Ti; te ofrezco mis palabras, ayúdame a hablar de Ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu voluntad; te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por Ti. 

Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres Tú, como Tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras. 

Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento, que fortalezcas mi voluntad, que purifiques mi corazón y santifiques mi espíritu. 

Hazme llorar, Señor, mis pecados, rechazar las tentaciones, vencer mis inclinaciones al mal y cultivar las virtudes. 

Dame tu gracia, Señor, para amarte y olvidarme de mí, para buscar el bien de mi prójimo sin tenerle miedo al mundo. 

Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, comprensivo con mis inferiores, solícito con mis amigos y generoso con mis enemigos. 

Ayúdame, Señor, a superar con austeridad el placer, con generosidad la avaricia, con amabilidad la ira, con fervor la tibieza. 

Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar, valor en los peligros, paciencia en las dificultades, sencillez en los éxitos. 

Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer, responsabilidad en mi trabajo y firmeza en mis propósitos. 

Ayúdame a conservar la pureza de alma, a ser modesto en mis actitudes, ejemplar en mi trato con el prójimo y verdaderamente cristiano en mi conducta. 

Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, para fomentar en mí tu vida de gracia, para cumplir tus mandamientos y obtener mi salvación. 

Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, la grandeza de lo divino, la brevedad de esta vida y la eternidad futura. 

Concédeme, Señor, una buena preparación para la muerte y un santo temor al juicio, para librarme del infierno y obtener tu gloria.  

Por Cristo nuestro Señor. Amén. 

(Papa Clemente XI)


viernes, 11 de noviembre de 2016

Domingo 33 Tiempo Ordinario.





El futuro del cristiano

            El ministerio público de Jesús termina ofreciendo a sus discípulos una visión del futuro que les espera, que resume en tres datos: peligro de engaños, persecuciones, juicio de Dios sobre la historia.

            El discípulo debe andar con los ojos bien abiertos ante el peligro de falsos salvadores que ofrecen salvaciones diferentes y contrarias a la de Jesús. Es una realidad que ha tenido amplio cumplimiento en la historia pasada y sigue presente en la actualidad bajo forma de comunismo materialista, materialismo hedonista, capitalismo, rebeliones armadas, sectas, secularismo... andar vigilante implica, por una parte, conocer bien la originalidad del mensaje de Jesús para mantenerse firmes en él, y por otra, espíritu crítico que sepa discernir el trigo de la paja, pues todas las salvaciones alternativas suelen venir envueltas en ropajes positivos y atractivos, como lobos con piel de oveja.

Muchos movimientos y corrientes actuales tienen elementos positivos, pero también otros incompatibles con el cristianismo. El discernimiento evitará rechazo o aceptación total acrítica y ayudará a asimilar lo positivo. Para ayudar en esta tarea están el magisterio autorizado de la Iglesia y los verdaderos profetas que suscita el Espíritu.
            La segunda característica de la vida cristiana es la persecución, que reviste muchas formas: cruenta o simplemente ambiental por medio de prensa, radio y TV, parcial o general... Ante este hecho Jesús enseña, primero, que es una realidad normal de la vida cristiana, por lo que no hay que maravillarse. Si le persiguieron y mataron a él, también lo harán con sus discípulos. Lo que tiene que extrañar al cristiano es el no ser perseguido. Por eso dijo Jesús en las bienaventuranzas: Bienaventurados cuando, aborreciéndoos los hombres, os excomulguen y maldigan... alegraos... pues vuestra recompensa será grande en el cielo...Y al contrario: ¡Ay cuando todos los hombres hablaren bien de vosotros, porque así hicieron sus padres con los falsos profetas (Lc 6,22-23.26).

En segundo lugar enseña que hay que afrontar  esta situación como testigos con la ayuda del Espíritu, siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza, con mansedumbre y respeto y en buena conciencia (1 Pe  3,16). Finalmente nos dice Jesús que esto exige una buena dosis de aguante y paciencia para mantenerse fiel y compartir el triunfo de Cristo.

            Ambas dificultades las presenta Jesús en el contexto del juicio final de Dios sobre la historia (1ª lectura) que se concretará en su parusía, en la que compartirá su gloria con los que han compartido sus dificultades.

            En la Eucaristía nos reunimos con Jesús resucitado, el que vendrá en la parusía, el que nos alimenta para compartir su muerte y poder compartir su resurrección: Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas, y yo dispongo del reino a favor vuestro, como el Padre ha dispuesto de él en favor mío, para que comáis u bebáis a mi mesa y os sentéis sobre doce tronos como jueces de las doce tribus de Israel (Lc 22, 25-26)


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

Ser «lámpara» ante el «sagrario»


  Aquella carta de Agustina —de la que ya os he hablado en alguna ocasión— indicándome cómo deseaba que celebrara sus exequias, me dejó realmente «tocado». Sobre todo el final cuando me decía: “Sabes cuánto hubiera deseado tener un hijo sacerdote… No pudo ser porque Dios me regaló dos hijas. Sin embargo, me ofreció tu amistad para que fueras mi «lámpara» ante el «sagrario»”. Es ella desde el cielo y las cuatro comunidades contemplativas de nuestra Diócesis quienes son mis grandes intercesores ante el Padre. Nunca podré agradecerle cómo aquellas palabras me hicieron entender la función mediadora de mi sacerdocio y de nuestros/as contemplativos/as… como verdaderas «lámparas» ante el «sagrario» de cada uno de los que el Señor nos ha confiado su cuidado pastoral.

La oración cristiana efectivamente no es, como algunos imaginan, una «máquina expendedora», que echas una moneda y te sale indefectiblemente el producto solicitado. Cuántas veces me habéis pedido que intercediera ante Dios o le habéis reprochado no haber sido dignos de su favor. La oración es un ejercicio de fe, no se la puede encerrar en el ámbito de la magia ni de la superstición, instrumentalizando a Dios. Nuestras peticiones pueden chocar con su silencio. Silencio que nunca se debe a la resistencia de Dios ya que es Él mismo quién las suscita: “Pedid y recibiréis”, sino que sirven para purificar y profundizar nuestra fe y la confianza de nuestra oración. El clamor de la plegaria continúa el grito de la fe de tantas personas que suplicaron a Jesús por los caminos de Palestina. Basta con que tengamos fe aseguró Jesús. La oración, cuando es auténtica como la que nos enseñó y practicó el Maestro, brota de una fe viva, que la expresa y la alimenta. Toda nuestra vida cristiana ha de ser oración y diálogo con Dios a nivel personal y familiar, comunitario y eclesial. La oración es el clima apropiado y la temperatura ambiente ideal para que funcione bien nuestra vida espiritual.
La oración, aunque no hayamos obtenido lo que humanamente deseábamos, es siempre eficaz porque Dios nos garantiza su Espíritu Santo. Es la voz de Dios, como en el bautismo o en la transfiguración de Jesús, que nos garantiza su protección, que nos invita a abandonarnos en sus brazos porque somos sus hijos muy amados. Y por ende, hermanos de todos los hombres. Es el Espíritu quien nos hace más creyentes y más humanos, más sinceros ante Dios y mejores por dentro, más fuertes en nuestra debilidad y más personas, más alegres y generosos, más entregados y esperanzados, más serviciales y transparentes… porque permanecer en la fe y en la oración nos conduce a obrar el bien, a practicar la misericordia ¿Quién no ha experimentado que cuando pide por un enfermo o por una necesidad no siente el anhelo de ayudar o consolar? Al rezar nos adentramos desde el corazón de Dios en los problemas del mundo, de las personas y descubrimos la forma de afrontarlos a la vez que adquirimos la fuerza para compartirlos y sobrellevarlos juntos.
Tened la certeza de que Dios es Padre y no nos va a abandonar aun en medio de las dificultades que podamos tener, ni de los miedos, de las depresiones, de la soledad o de los desengaños. Aquí está la eficacia de la oración hecha con fe. Oración verdadera que surge de una actitud de confianza, suceda lo que suceda, estamos en las manos de Dios. Conscientes de que no sabemos pedir lo que nos conviene, el Espíritu mismo es el que intercede por nosotros…. Por eso, orar no es más que abandonarse al Espíritu. No es sólo pedir favores a Dios, ni es un monólogo contigo mismo sino un encuentro personal con Dios, un diálogo abierto que nos libera y llena de sentido nuestra vida.
A Dios lo podemos escuchar y le podemos hablar cuando entramos en contacto íntimo con su Palabra, en la Eucaristía, en los demás sacramentos, en la oración personal, a través de la naturaleza, de los acontecimientos de la vida, en el encuentro con las personas…
Mantengamos alzados los brazos como Moisés intercediendo por los que están peleando en el llano. La Eucaristía, se torna canto de alabanza, de acción de gracias, de petición de ayuda o de perdón… de silencio o del Amén.
Con mi afecto y bendición,
+ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón