jueves, 1 de diciembre de 2016

La patología de la abundancia



Recientemente se viene hablando en la sociedad occidental de una enfermedad “la patología de la abundancia” cuyos síntomas son diversos, cada uno los conoce y padece. Hay que darse cuenta que un cierto tipo de bienestar fácil puede llegar a atrofiar el crecimiento sano de la persona, aletargando su espíritu y adormeciendo su vitalidad.
Pero, tal vez, uno de los efectos más graves y generalizados de esta patología de la abundancia es la comodidad, la saciedad y frivolidad. Es la ligereza en el planteamiento de los problemas más serios de la vida. Es la superficialidad con que tratamos los temas, que lo invade casi todo. Este cultivo de lo frívolo se traduce, a menudo, en incoherencias fácilmente detectables entre nosotros.
Quizás tengamos que darnos cuenta de estas incoherencias y estar alertas, atentos, en vela como nos dice el Evangelio. ¿Cuáles son estas incoherencias? Vamos a revisar algunas para intentar no volver a caer en ellas.
Se descuida la educación ética en la enseñanza o se eliminan los fundamentos de la vida moral, y luego nos extrañamos por la corrupción de la vida pública. Se incita a la ganancia del dinero fácil, se promueven los juegos de azar, y luego nos lamentamos de que se produzcan fraudes y negocios sucios.
Se educa a los hijos en que no se comprometan con nada y en la búsqueda egoísta de su propio interés y provecho, y más tarde sorprende que se desentiendan de sus padres ancianos. Dejamos el control de la TV en cualquier mano, esa TV que nos describe violentamente muertes y asesinatos, violaciones y agresiones sexuales y luego nos quejamos de que se produzcan violencias domésticas y callejeras, conductas antisociales, y muertes inexplicables.
Cada uno se dedica a lo suyo, ignorando a quien no le sirva para su propio interés o placer inmediato, y luego nos extrañamos de sentirnos terriblemente solos. En nuestras propias familias, nos mostramos hirientes, ofensivos, distantes, desunidos, y luego nos sorprende que no sea posible la reconciliación, el perdón y la paz entre nosotros.
Se exalta el amor libre y se trivializan las relaciones extramatrimoniales, y al mismo tiempo nos irritamos ante el sufrimiento inevitable de los fracasos y rupturas de los matrimonios. Nos alarmamos ante esa plaga moderna de la depresión y el “estrés”, pero seguimos fomentando un estilo de vida agitado, superficial, vacío y competitivo. Estos y otros muchos son unos signos de que estamos despistados, dormidos, frívolos…
De la frivolidad sólo es posible liberarse despertando de la inconsciencia, reaccionando con vigor y aprendiendo a vivir de manera más lúcida, más consciente y coherente.
Este es precisamente el grito del evangelio, al comenzar un nuevo año litúrgico en este Adviento de 2016: “Despertad. Sacudíos el sueño. Estad en vela”. Nunca es tarde para escuchar la llamada de Jesús a “vivir vigilantes”, despertando de tanta frivolidad y asumiendo la vida de manera más responsable.
Precisamente, esto es lo primero: Reaccionar y mantener despierta la resistencia y la rebeldía. Atrevernos a ser diferentes. No actuar como todo el mundo. No identificarnos con lo inhumano de esta sociedad. Vivir en contradicción con tanta mediocridad y falta de sensatez. Iniciar la reacción, eso es lo primero.
Y en esta tarea nos deben animar dos convicciones. El hombre no ha perdido su capacidad de ser más humano y de organizar una sociedad más aceptable. Pero es que, además, el Espíritu de Dios sigue viniendo y actuando en la historia y en el corazón de cada persona.
Hay que animarse: Es posible cambiar el rumbo equivocado que llevamos. Lo que se necesita es que cada vez haya más personas lúcidas que se atrevan a introducir sensatez en medio de tanta locura, sentido moral en medio de tanto vacío ético, calor humano y solidaridad en el seno de tanto pragmatismo sin corazón, austeridad en medio de tanta abundancia; justicia ante tanta desproporción de niveles.
¿De qué tengo que despertar? ¿En qué tengo que estar alerta?

J. Jáuregui

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