viernes, 30 de diciembre de 2016

Octava de Navidad. Solemnidad de Santa María, Madre de Dios



maría, madre del rey de la paz

La liturgia de esta fiesta  es rica de contenidos que convergen en las diversas circunstancias que se dan en el día: la primera lectura alude al comienzo del año civil y pide la paz para todos. Este tema coincide además con la celebración de la Jornada anual de la paz. La segunda y primera parte del Evangelio ilustra la solemnidad que se celebra,  Santa María, madre de Dios. Finalmente el Evangelio, en su segunda parte, recuerda que a los ocho días del nacimiento – un día como hoy-  el Niño fue circuncidado y agregado oficialmente al pueblo de Dios.  Todo se resume en maternidad de María y don de la paz y  se puede unificar en “María, madre del Rey de la paz”.

Se suele definir la  paz como ausencia de guerra, situación que se asegura apelando a las exigencias del bien común y especialmente  con el equilibrio de poderes. Para el cristiano la paz es algo más profundo. Etimológicamente en hebreo  chalom, paz significa  armonía. Hay paz cuando cada miembro está en su sitio, realizando y cumpliendo con su propia tarea. La consecuencia de esta situación es la tranquilidad, otro sentido secundario que tiene paz, pero una tranquilidad que es el fruto de la justicia.

Jesús es el príncipe de la paz, porque ha hecho posible un paz nueva, que no consiste en imponer desde fuera un orden, sino en vivir internamente ordenados, pacificados, y proyectar esta situación sobre todo lo que nos rodea. La debida armonía que Jesús nos ha conseguido con su muerte y resurrección es ser hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Es una armonía existencial que da sentido a la vida. Respecto a Dios, somos hijos y él es nuestro Padre; respecto a los hombres somos hermanos, unos reales, otros en potencia, hijos del mismo Padre. Esta realidad es auténtica y se legitima en la medida en que la proyectamos sobre la sociedad que nos rodea, familia, trabajo, ciudad, nación, mundo, trabajando por la justicia y un mundo mejor.

Jesús no sólo hace posible la paz, él mismo es nuestra paz (Ef 2,14), puesto que en él, incorporados a su cuerpo, somos  hijos en el Hijo y hermanos en el Hermano. Por eso la unión a Jesús alimenta nuestra tarea de vivir la paz y ser constructores de paz.

Jesús enseña en la Bienaventuranzas que el trabajo por la paz es básico para sus discípulos: Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9), es decir, los que ahora colaboran en la tarea de crear un mundo de hijos y hermanos, llegarán a la plenitud de la filiación y la fraternidad en el reino futuro.
Esta tarea tiene varios aspectos: es básico que trabajemos por pacificarnos personalmente, integrando debidamente nuestra realidad sicosomática. La persona no pacificada proyecta discordia. Después exige un decidido compromiso por la justicia, trabajando por la debida paz social en la familia, trabajo, ciudad, nación. Finalmente colaborando en la paz eclesial, conscientes de la tarea común dentro del cuerpo de Cristo ( 1 Cor 12).

        Al comienzo del año, ponemos en manos de María el deseo de colaborar por un mundo más pacificado.

La Eucaristía celebra el don de la paz, la pedimos como don de Dios  y nos une al Príncipe de la paz. Por eso nos damos un saludo de paz, que debe ser un compromiso por ella.

Don Antonio Rodríguez Carmona


No hay comentarios:

Publicar un comentario