sábado, 10 de junio de 2017

Dédalo e Ícaro



Cuenta Ovidio en el Libro VIII de sus Metamorfosis que el rey de Creta tenía retenido en esta isla a Dédalo. Dado que no podía salir nada más que volando porque Minos controlaba la tierra y el mar, ideó unas alas acopladas a sus brazos y otras para su hijo Ícaro. Unió plumas de distinta longitud con hilos de lino y cera, imitando las alas de las aves. Aconsejó a su hijo que volara a una misma determinada altura: que no ascendiera en demasía para que el calor del sol no derritiera la cera, pero tampoco muy bajo para que las aguas del mar no mojaran las plumas. Ícaro, impetuoso por su juventud, cuando se vio libre, desoyendo los consejos paternos, ascendió para acercarse al sol.

Intentaré buscar un cierto paralelismo de esta leyenda mitológica griega con nuestra vida cristiana.

Quizá sea, sin pretenderlo, una visión interesada y  pretenda, sin querer, endosar a la generalidad mi particular actuar cristiano, pero tengo la sensación de que nos comportamos como otros Dédalos. Vamos volando por la vida con cierta equidistancia, quizá no bajamos a ras del mar por miedo a caer en el averno, pero tampoco ponemos la fuerza e ímpetu juvenil de Ícaro para acercarnos en demasía al astro rey, Dios; cosa que sí hicieron aquellos grandes ascetas y místicos, los fundadores de las grandes órdenes religiosas, la muchedumbre que tuvo la oportunidad y el honor de aceptar el martirio por defender las grandes verdades y misterios cristianos, las órdenes de clausura, etc, o sea, que para ser cristianos de verdad debemos arriesgar y no tener miedo a derretir la cera de nuestras alas en el amor divino.

Pero para los que no tenemos el honor de alcanzar ese don, ni la fuerza para buscar metas más elevadas, como es nuestra obligación cristiana, sí tenemos a nuestro alcance otro modo de actuar; recordemos las palabras del Maestro: “…cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Con estas palabras Jesús nos está  dando otra alternativa a la mencionada anteriormente, a la excelente. La medianía de los cristianos tenemos en estas palabras de Jesús la solución para encontrar la altitud de nuestro vuelo. Parece decirnos que si no somos capaces o no estamos capacitados para volar a gran altura, aquí, mucho más a ras de suelo, tenemos trabajo y la oportunidad de alcanzar parecidos méritos y merecimiento, si somos capaces de ver y encontrar su identidad en nuestros hermanos más cercanos. Él se mete dentro del desvalido, del hambriento, del privado de libertad, del injustamente tratado y perseguido, etc. a fin de estar cerca de nosotros y darnos esa otra oportunidad de encontrarlo y socorrerlo en esos excluidos sociales. No nos pide que derramemos nuestra sangre por su causa, pero sí que cautivemos para su causa, con nuestra vida ejemplar pero ejemplar no solo en el aspecto religioso, sino también en el aspecto social, a aquellos que se encuentran alejados o viven indiferentes; quizá no nos pida que vayamos a lo más profundo de la selva a cristianizar, pero sí que acojamos, como si de Él se tratara, a los que llegan a nuestro lado huyendo de las calamidades de tierras lejanas; no nos pedirá una vida heroica, pero sí ayudar a los demás, que salgamos de nuestra monotonía, apatía y comodidad; nos pide ejemplaridad, coherencia entre nuestras palabras y acciones, que más que hablar actuemos. En resumen nos pide que elevemos nuestro vuelo y, si no somos capaces, que derritamos nuestra cera con el calor humano.


Pedro José Martínez Caparrós

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