viernes, 21 de julio de 2017

XVI Domingo del Tiempo Ordinario




Postura ante la incredulidad: Paciencia.

        La parábola de la cizaña forma parte de las enseñanzas de Jesús sobre la postura del discípulo ante la incredulidad, en la que se le invita a la paciencia ante este fenómeno, sin precipitarse en condenar y excluir de la comunidad, pues es una tarea que se ha reservado él en el juicio final.  Esta enseñanza se completa con la explicación alegorizada de la misma parábola, que la aplica al campo de la Iglesia, donde, por una parte, se siembra y crece la palabra de Dios, pero, por otra, el Maligno también siembra y crece cizaña. El problema está en distinguir adecuadamente el brote de trigo del de la cizaña, pues, querer hacerlo precipitadamente es exponerse  a arrancar trigo creyendo que es cizaña.  Si es difícil conocer nuestro propio corazón, ¡mucho más difícil es conocer el corazón de los demás! Es el Señor quien conoce los corazones (Hch 1,24) y por eso se reserva el juicio definitivo. La parábola pide realismo: no todo es trigo del Reino en el campo de la Iglesia, pero hay que proceder con calma hasta que no se pueda distinguir claramente quién es trigo y quién cizaña. Y la última palabra siempre la tiene Jesús en el juicio final.

La comunidad cristiana es santa, porque está integrada por hijos de Dios, que por medio del Espíritu son hijos en el Hijo; quieren vivir haciendo la voluntad del Padre, que se resume en amar; se reúnen en nombre de Jesús y él está dinámicamente presente en medio de ellos (Mt 18,20). Su vocación es crecer en santificación (1 Tes 4,3), es decir, crecer en la participación de la vida divina por medio de una vida de amor servicial. Pero es también una comunidad pecadora, incluso puede llegar a tener miembros gravemente pecadores, anticristos (1 Jn 2,18-19). La parábola invita a mirar con objetividad esta realidad. ¿Qué hacer? En principio no juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7,1), donde “juzgar” significa condenar. Es verdad que el hermano peca, pero la tarea de la comunidad no es condenarlo y considerarlo sin remedio ni salvación, sino ayudar a llevar las cargas mutuamente (Gal 6,2). Dios es el protagonista y siempre en el pecado da lugar al arrepentimiento (1ª lectura). La misión de la comunidad es favorecer la acción de Dios dialogando y corrigiendo fraternalmente (Mt 7,3-5; 18,15-18), una corrección que incluso puede llegar a la exclusión de la comunidad (Mt 18,18), si es necesario para defender el bien común comunitario, pero excluir de la comunidad siempre es una medida medicinal y una invitación a la conversión. La ley suprema de la Iglesia es la salvación de las almas (CIC 1752).

        En la historia de la Iglesia no han sido infrecuentes las posturas puritanas de grupos que se creen poseedores de la exclusiva de la ortodoxia doctrinal y moral y condenan a los demás, viendo herejes por todas partes. Con razón, el auténtico Magisterio los ha rechazado aludiendo a esta parábola. Realmente la Iglesia es una fraternidad santa y pecadora, en lucha constante por su purificación. La palabra de Dios invita a caminar unidos dentro de la diversidad legítima, afrontando la diversidad con talante de diálogo, viendo lo positivo de cada persona y cada postura, evitando la tentación de servirse de situaciones de poder para imponer la propia opinión o costumbre como la única y auténtica. Todo esto con realismo, “prudentes como serpientes, sencillos como palomas”  (Mt 10,16).

        La Eucaristía es celebración de una fraternidad santa y pecadora, que agradece al Padre los dones recibidos  y pide fuerzas para caminar todos unidos, ayudándose mutuamente en llevar las cargas.


Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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