martes, 31 de octubre de 2017

El Nombre de Dios



Cuando Moisés conoce a Yahvé, en el Sinaí, y es enviado a su pueblo, éste le pregunta por el Nombre con que le debe presentar. La demanda de Moisés es de todo punto lógica, ya que nadie puede subrogarse un poder de anunciar a Dios si antes no lo ha recibido de Él. Y Moisés lo entiende, y entiende, a su vez, que lo pueda demandar su pueblo.

“…Si voy a los israelitas y les digo: “el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”, y ellos me preguntan:” ¿Cuál es su Nombre? ¿Qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy” “Así dirás a  los israelitas: “Yo Soy me ha enviado a vosotros”…” (Ex 3, 13-16)

Y de esta manera, les fue dado el Nombre a los israelitas; “Yo soy”. El que tiene en sí mismo la fuerza de su ser. Nadie ha creado a Dios, porque existe desde siempre. El hombre, en cambio, ha sido creado por Dios. Tiene un principio, y su alma no tendrá fin, así como su cuerpo, desde el día de su resurrección.

Cuando el Hijo, Jesucristo, se hace presente en el mundo, nos revela algo muy hermoso que no puedo por menos de anunciar: nos revela el Nombre de Dios. Nos revela el “Padrenuestro”. Nos revela que Dios es nuestro Padre. Ya no tenemos que llamarle: “Yo soy”. Ya no tenemos que decir: “Yo Soy me envía”. Ahora decimos: “MI Padre me envía”, “Dios me envía”.

Lo que no reveló a Moisés nos lo ha revelado por su Hijo, de forma que desde su llegada a nosotros, somos hermanos de Jesucristo e hijos del Padre por adopción.

Cuando los discípulos ven la forma de orar de Jesús, y la comparan con la suya a Yahvé, comprenden la distancia infinita que separa a Jesucristo de los hombres, y les es revelada por Él la forma de orar al Padre.

Le dicen: “enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.”(Lc 11)
 ¡Hermosa petición que no pudo salir de su corazón, sino de una revelación del Padre. Eso ya era rezar!

Ese deseo de poder dirigirse al Padre, no sale de la boca ni del corazón de un hombre. Tuvo que ser el mismo Señor quien infundió su Espíritu que clamaba la necesidad de entrar en comunicación con el Eterno. Y es cuando Jesús les enseña la oración de oraciones: el Padrenuestro.
“No llaméis a nadie: padre; porque uno solo es vuestro Padre: el del Cielo…” (Mt 23, 9)

 Ya está diciendo Jesús quién es nuestro verdadero Padre: Dios; nos está reconociendo como hermanos, e hijos del único Dios. Y nos comunica nuevamente nuestra filiación divina, al anunciar: “Vete a mis hermanos y diles: “subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20, 17)

Y también “…Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea…” (Mt 28,9)

Alabado sea Jesucristo


Tomás Cremades Moreno

lunes, 30 de octubre de 2017

Días de esperanza



El co­mien­zo del mes de no­viem­bre, con la ce­le­bra­ción de la so­lem­ni­dad de to­dos los san­tos y la con­me­mo­ra­ción de los fie­les di­fun­tos, está mar­ca­do por el re­cuer­do de los her­ma­nos que nos han de­ja­do.

Aun­que los cris­tia­nos de­be­mos orar para que to­dos se sal­ven, es­pon­tá­nea­men­te re­cor­da­mos con es­pe­cial afec­to a aque­llas per­so­nas que han pa­sa­do por nues­tra vida, que nos han ama­do y de las cua­les Dios se ha ser­vi­do para mos­trar­nos su amor de Pa­dre y re­ve­lar­nos nues­tra con­di­ción de hi­jos su­yos: los pa­dres, fa­mi­lia­res, ami­gos, sa­cer­do­tes que han sido im­por­tan­tes en nues­tras vi­das, cre­yen­tes cuyo tes­ti­mo­nio ha sido un ejem­plo para nues­tra fe… Sin duda al­gu­na, lo que cada una de es­tas per­so­nas ha sig­ni­fi­ca­do para no­so­tros nos vie­ne a la me­mo­ria.

Para ayu­dar­les a vi­vir cris­tia­na­men­te es­tos días les voy a re­cor­dar dos acon­te­ci­mien­tos de la vida que San Agus­tín, que él mis­mo cuen­ta en sus Con­fe­sio­nes. En el li­bro V, ca­pí­tu­lo XIII el san­to obis­po de Hi­po­na na­rra que cuan­do to­da­vía no era cris­tiano, al lle­gar a Mi­lán vi­si­tó al obis­po Am­bro­sio, quien le re­ci­bió pa­ter­nal­men­te. “Yo (dice Agus­tín) co­men­cé a amar­le; al prin­ci­pio no cier­ta­men­te como a doc­tor de la ver­dad…, sino como a un hom­bre afa­ble con­mi­go”. Sin em­bar­go, mi­ran­do la his­to­ria de su vida cuan­do ha­bía lle­ga­do a la fe, el re­cuer­do del gran obis­po de Mi­lán le mue­ve a vol­ver­se ha­cia Dios con unas pa­la­bras que es­con­den una pro­fun­da gra­ti­tud: “A él era yo con­du­ci­do por ti sin sa­ber­lo, para ser por él con­du­ci­do a ti sa­bién­do­lo”.

El re­cuer­do de los di­fun­tos que es­tos días vi­vi­mos de una ma­ne­ra más in­ten­sa, de­be­ría ca­rac­te­ri­zar­se por esta gra­ti­tud na­ci­da de la fe. Nun­ca debe bo­rrar­se en nues­tro co­ra­zón el afec­to a ellos por su amor ha­cia no­so­tros. Pero so­bre todo, ten­dría que ser un re­cuer­do lleno de agra­de­ci­mien­to a Dios, por­que a lo lar­go de nues­tra vida, se sir­ve de las per­so­nas que nos va po­nien­do en el ca­mino para lle­var­nos a Él.
El se­gun­do epi­so­dio lo en­con­tra­mos en el li­bro IX, ca­pí­tu­lo XI. Cuan­do de re­gre­so a la Pa­tria es­tán es­pe­ran­do en el puer­to de Os­tia para em­bar­car, su ma­dre en­fer­ma gra­ve­men­te y, sin­tien­do que se acer­ca la hora de la muer­te, les dice a él y a su her­mano: “en­te­rrad aquí a vues­tra ma­dre”. Agus­tín nos des­cri­be su reac­ción y la de su her­mano: “Yo ca­lla­ba y fre­na­ba el llan­to, más mi her­mano dijo no sé qué pa­la­bras, con las que pa­re­cía desear­le como cosa más fe­liz mo­rir en la pa­tria y no en tie­rras le­ja­nas”. La res­pues­ta de san­ta Mó­ni­ca nos mues­tra el co­ra­zón de una mu­jer cre­yen­te: “en­te­rrad este cuer­po en cual­quier par­te, ni os preo­cu­pe más su cui­da­do; so­la­men­te os rue­go que os acor­déis de mí ante el al­tar del Se­ñor don­de­quie­ra que os ha­lla­reis”.
La me­mo­ria de nues­tros her­ma­nos di­fun­tos ha de ser un re­cuer­do cre­yen­te y, por tan­to, oran­te. No con­sis­te solo en que no­so­tros los trai­ga­mos a la me­mo­ria, sino en que pi­da­mos a Dios que Él tam­bién se acuer­de de ellos para lle­var­los al gozo de su pre­sen­cia.
Con mi ben­di­ción y afec­to,
+ En­ri­que Be­na­vent Vidal
Obis­po de Tor­to­sa


domingo, 29 de octubre de 2017

La fiesta de la santidad




La fes­ti­vi­dad de To­dos los San­tos, con la que se ini­cia el mes de no­viem­bre, es una de las ce­le­bra­cio­nes más en­tra­ña­bles de todo el año li­túr­gi­co. Por eso hoy de­seo com­par­tir con vo­so­tros al­gu­na re­fle­xión so­bre el sen­ti­do de esta fies­ta, que es la fies­ta de la san­ti­dad. La Igle­sia Ma­dre mues­tra con gozo toda su fe­cun­di­dad y se ale­gra por tan­tos hi­jos su­yos que rea­li­za­ron ple­na­men­te su vida en esta tie­rra se­gún el plan de Dios. No­so­tros, cada uno de no­so­tros, por­que so­mos Igle­sia, de­be­mos sen­tir­nos igual­men­te es­pe­ran­za­dos y di­cho­sos.

El día de To­dos los San­tos tam­bién es nues­tra pro­pia fies­ta. Es la ce­le­bra­ción de la san­ti­dad anó­ni­ma, co­ti­dia­na, es­con­di­da, que se desa­rro­lla en las ac­ti­vi­da­des nor­ma­les de la vida per­so­nal y de la con­vi­ven­cia so­cial. Ten­de­mos a pen­sar que la san­ti­dad está re­ser­va­da a unos po­cos, a los hom­bres y mu­je­res que va­mos re­cor­dan­do en el san­to­ral a lo lar­go del año. Pero la li­tur­gia de esta fies­ta nos em­pu­ja a am­pliar nues­tra mi­ra­da y a pro­fun­di­zar nues­tra es­pe­ran­za. Son mu­chos más los san­tos no men­cio­na­dos en los li­bros de la li­tur­gia y de la his­to­ria. Sus nom­bres sin em­bar­go es­tán es­cri­tos en el li­bro de la Vida y sus an­he­los han sido aco­gi­dos en el amor in­fi­ni­to de Dios.

Ellos son para no­so­tros un mo­de­lo y un ejem­plo, y a la vez un es­tí­mu­lo y una ga­ran­tía. Nos re­cuer­dan y nos ha­cen pre­sen­te que la san­ti­dad es algo ac­ce­si­ble a to­dos aque­llos que se abren a la gra­cia de Dios y se sien­ten atraí­dos por el se­gui­mien­to de Je­sús. Por eso el Va­ti­cano II puso en pri­mer plano la vo­ca­ción uni­ver­sal a la san­ti­dad: to­dos los bau­ti­za­dos, cada uno en su con­di­ción de vida, es­ta­mos lla­ma­dos a la san­ti­dad. «To­dos po­de­mos ser san­tos», dice el Papa Fran­cis­co, con mu­cha fuer­za, por­que «la san­ti­dad, es un don, es el don que nos hace el Se­ñor Je­sús, cuan­do nos toma con­si­go y nos re­vis­te de sí mis­mo, y nos hace como Él». «Y este don se ofre­ce a to­dos, na­die está ex­clui­do; se tra­ta de vi­vir con amor y ofre­cer el tes­ti­mo­nio cris­tiano en las ocu­pa­cio­nes de to­dos los días; ahí es­ta­mos lla­ma­dos a con­ver­tir­nos en san­tos».

Las lec­tu­ras de esta fies­ta ilu­mi­nan nues­tra in­te­li­gen­cia y alien­tan nues­tro co­ra­zón. La pri­me­ra car­ta del após­tol san Juan nos re­cuer­da que ya aho­ra so­mos hi­jos de Dios, aun­que no se haya ma­ni­fes­ta­do aún en todo su es­plen­dor. Vi­vi­mos de esa ex­pe­rien­cia de fi­lia­ción y de esa es­pe­ran­za: en ella en­con­tra­mos áni­mo para nues­tra vida y para nues­tro tes­ti­mo­nio. Quien tie­ne esa es­pe­ran­za, nos dice la epís­to­la, se vuel­ve san­to como Dios es san­to. La san­ti­dad for­ma par­te de lo más sen­ci­llo y nor­mal de nues­tra vida cris­tia­na. Por eso los pri­me­ros cris­tia­nos se de­sig­na­ban a sí mis­mos como san­tos. No lo ha­cían por or­gu­llo o por su­pe­rio­ri­dad sino por­que se sen­tían hi­jos de Dios y vi­vían de la es­pe­ran­za y de la ale­gría que ema­na­ban de la pre­sen­cia del Se­ñor Re­su­ci­ta­do.
El tex­to de las bie­na­ven­tu­ran­zas, que pro­cla­ma­re­mos en el Evan­ge­lio nos mues­tra los di­ver­sos ca­mi­nos de la san­ti­dad que va­mos re­co­rrien­do cada día, aun­que mu­chas ve­ces no nos de­mos cuen­ta: cuan­do con­tri­bui­mos a la paz y a la re­con­ci­lia­ción, cuan­do afron­ta­mos con con­fian­za y man­se­dum­bre las di­fi­cul­ta­des de la vida, cuan­do vi­vi­mos la po­bre­za y la so­brie­dad, cuan­do so­mos so­li­da­rios y no bus­ca­mos sólo el pro­pio in­te­rés, cuan­do de­fen­de­mos la jus­ti­cia y la dig­ni­dad de los más vul­ne­ra­bles, cuan­do te­ne­mos el co­ra­zón trans­pa­ren­te para cap­tar el bien y la ver­dad… Es esa san­ti­dad la que nos iden­ti­fi­ca con Je­su­cris­to y man­tie­ne la dig­ni­dad del mun­do para que no cai­ga en el caos o en la vio­len­cia.

Esta fies­ta de la san­ti­dad nos ayu­da a com­pren­der y a vi­vir la co­mu­nión de los san­tos que ex­pre­sa­mos y ex­pe­ri­men­ta­mos fun­da­men­tal­men­te en la li­tur­gia: ya des­de aho­ra re­za­mos y ce­le­bra­mos los sa­cra­men­tos –es­pe­cial­men­te la Eu­ca­ris­tía– en co­mu­nión con to­dos los que en el cie­lo ala­ban la glo­ria de Dios. La Igle­sia no so­mos sólo la Igle­sia pe­re­gri­na en este mun­do sino tam­bién la Igle­sia que ya ha triun­fa­do y goza de la ple­ni­tud del amor de Dios.

La li­tur­gia pre­sen­ta la fes­ti­vi­dad de to­dos los san­tos es­tre­cha­men­te uni­da al día de los fie­les di­fun­tos. Es un día para orar por ellos y ex­pre­sar de co­ra­zón sen­ti­mien­tos, afec­tos y re­cuer­dos. Pero tam­bién es un día para que nues­tra es­pe­ran­za se en­san­che y nos haga con­fiar en que nues­tros se­res que­ri­dos po­drán en­con­trar, por Je­su­cris­to Re­su­ci­ta­do, la paz y la fe­li­ci­dad de­fi­ni­ti­vas.

Com­par­ta­mos, pues, to­dos jun­tos esta fies­ta de la san­ti­dad y re­no­ve­mos la ale­gría de ser cris­tia­nos, lla­ma­dos to­dos a ser san­tos se­gún el mo­de­lo que te­ne­mos en Je­su­cris­to, nues­tro Her­mano y Se­ñor.

+ Fi­del He­rráez
Ar­zo­bis­po de Bur­gos


sábado, 28 de octubre de 2017

XXX Domingo del Tiempo Ordinario



Lo importante es amar

La palabra de Dios invita a centrarse en lo esencial, el amor concreto y eficaz.

Los fariseos preguntan a Jesús con mala intención para ponerlo a prueba.  A primera vista no aparece claro en qué consista la prueba, pero se explica a la luz del contexto histórico en que los escribas se dedican a ordenar y clasificar por importancia los 613 mandamientos que contiene la Biblia. La respuesta de Jesús no se sitúa en esta línea, sino que remite a lo esencial, afirmando cuál es el alma y finalidad de todos ellos: el amor. Para Jesús los diversos mandamientos no son más que distintas expresiones del amor, que es el que los justifica; por eso el amor sostiene la Ley entera. Quitando el amor, no tienen razón de ser.

Preguntan por el mandamiento principal y Jesús responde con dos, pues amor a Dios y amor al prójimo son diferentes, pero inseparables, de forma que no se puede dar el uno sin el otro. Por una parte, el amor a Dios es el primero. Es un amor que tiene que ser total, es decir, con todas las facultades de la persona, con toda la inteligencia, con toda la voluntad, con todo el sentimiento, y es además fuente de los demás amores. Es un amor que exige ser constante como respuesta al amor constante de Dios a nosotros.

El amor al prójimo es segundo, pero inseparable, es decir, sin amor al prójimo no hay amor de Dios y sin amor de Dios no hay amor al prójimo. Sin amor al prójimo no hay amor a Dios, porque Dios ama a todos los hombres y, como consecuencia, amarle a él implica amar lo que él ama; por eso el amor a Dios sostiene también el del prójimo y es su expresión privilegiada. En esta línea afirma san Juan: Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4,20) y Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor (1 Jn 1,8).

Por otra parte, amar al prójimo no siempre es “amable” y necesita ser fortalecido por el amor de Dios. Ciertamente, “lo que hagáis a uno de estos pequeños” a mí me lo hacéis” (Mt 25,40), pero estos pequeños a veces son sucios, ingratos, dañinos, actúan como enemigos...   Por ello el amor al prójimo debe ser gratuito, fuerte y necesita alimentarse constantemente del amor de Dios. De esta forma amar a Dios es exigencia de amar al prójimo y amar al prójimo lleva a plenitud el amor a Dios: Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud (1 Jn 4,12).

El cristiano por el bautismo ha recibido el amor de Dios y la capacidad de amar como ama Dios, pues el amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se os ha dado (Rom 5,5); En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4,10).

El amor puede ir acompañado de sentimiento, pero no es esencial. Lo importante es la acción concreta que busca dar vida al hermano (1ª lectura), ya que ésta es la esencia del amor de Dios: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él (1 Jn 4,9); Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros (1 Jn 4,11). Amar al hermano es un compromiso por la justicia.

Este amor es una tarea que hemos de realizar permanentemente. Amar como Dios nos ama es el mandamiento nuevo, nuevo en dos sentidos, porque es participación del amor de Dios por su Hijo, que se entrega por nosotros, y porque debe ir transformando todo el devenir de la vida del creyente, toda la sucesión de actos de su existencia, que, de esta forma, impregnados de amor, se deben convertir en nuevos. Así vamos preparando el examen final en que “seremos examinados de amor” (cf. segunda lectura).

La Eucaristía es celebración del amor del Padre que entrega a su Hijo, del amor de Jesús que se entrega a sí mismo; es una invitación a unirse a esta oblación, uniendo a ella nuestra vida de amor concreto, con sus éxitos y fracasos.  Por otra parte, es fuente que alimenta el amor.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



viernes, 27 de octubre de 2017

El viento suave de Elías



Elías, último profeta que ha quedado vivo en tiempos del rey Ajab, huye al desierto ante la inminente persecución de la reina Jezabel, a causa de haber pasado a cuchillo a los cuatrocientos profetas de Baal, episodio que nos narra el libro de los Reyes (1R, 19)

En su persecución huye al desierto, y, en su desesperación  se desea la muerte. Pero el Ángel de Yahvé, le toca y le dice: “¡Levántate y come! Se levantó y vio, a su cabecera, una torta de pan y un jarro de agua. Con el Pan  de Vida, - la Eucaristía -, y el Agua del Espíritu-, podemos continuar el camino.

El Ángel de Yahvé le tocó por segunda vez y le dijo:” Levántate y come pues el camino ante ti es largo” Bebió y comió, y con la fuerza del alimento anduvo cuarenta días y cuarenta noches, hasta llegar al monte Horeb, donde se refugia en la cueva para pasar la noche.
El Ángel de Yahvé es la misma Palabra de Dios que le consuela. Los israelitas no podían pronunciar su Nombre, y así le hacen presente en estos y otros acontecimientos, con la denominación del Ángel de Yahvé.

Estos acontecimientos nos recuerdan los cuarenta días de camino por el desierto del pueblo de Israel en su salida de la esclavitud de Egipto, enlazando de forma maravillosa a los dos profetas Moisés y Elías, que luego, más tarde, en la Transfiguración del Señor, se harán presentes, el primero en representación de la Ley, y el segundo como representante de los Profetas.

Y allí, en la cueva, le visita la Palabra de Yahvé diciendo:” ¿Qué haces aquí, Elías?” “Sal y permanece en pie en el monte ante Yahvé”

En la postura de “estar de pie”, que es la postura del hombre resucitado, se hace presente el paso de Yahvé-Dios. Se produce un enorme huracán, donde no se encuentra Dios; después del huracán sobreviene un terremoto, pero allí tampoco está Dios; pasa el fuego…y allí no se encuentra Dios. Y después del fuego, un susurro suave cual brisa…allí sí estaba Yahvé.

Igual en nuestra vida: allí aparecen terremotos, enfermedades, acontecimientos que nos sobrepasan, que, incluso, Dios permite; pero en ellos en el terremoto, en el huracán, en el fuego, no se encuentra Dios. Dios está en la calma de la brisa suave, donde no está el ruido del mundo…donde podemos escuchar su Palabra-Jesucristo-, donde podemos sentarnos a sus pies, como María, la hermana de Marta.

Nuevamente le llega a Elías una Voz, que le pregunta:” ¿Qué haces aquí, Elías? Le llama por su nombre, como hace el Buen Pastor Jesucristo, que a sus ovejas las conoce y llama por su nombre; y Elías, como oveja que conoce a su Pastor Yahvé, se pone en camino por orden de Dios, en dirección a Damasco,- lugar en donde se producirá siglos más tarde la conversión de Pablo de Tarso -, y nombra allí, como sucesor suyo, al profeta Eliseo que estaba arando frente a doce yuntas de bueyes. “Elías pasó a su lado y le echó por encima su manto “(1 R, 19,19). Imagen preciosa de las doce tribus de Israel, imagen maravillosa de los doce Apóstoles de Jesús. Y el acontecimiento de “echar el manto”, nos recuerda que el “manto”, en la espiritualidad bíblica, representa el “espíritu”, la propia personalidad de quien se lo pone. Es decir, Elías, traspasa, por así decir, su propio espíritu al profeta Eliseo, como le había ordenado Yahvé.

No en vano, más tarde, cuando Elías es arrebatado al cielo en un carro de fuego, (2R, 1-19), Eliseo se agarra al manto de Elías pidiendo que pasen a él dos tercios de su espíritu, desgarrando en dos el manto de Elías.

Episodio que nos recuerda que, en la muerte de Jesús, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, de Dios a los hombres. Toda, toda la Escritura está repleta de símbolos que nos llevan como las olas, como el viento suave de Elías, de un lugar a otro, de Cristo a los hombres.

Alabado sea Jesucristo


Tomas Cremades Moreno

jueves, 26 de octubre de 2017

Esto no, lo otro tampoco…

           


                                                          
He llegado a la conclusión de que mi forma de pedir a Dios es desastrosa. No hay nada que me salga de lo que pido y cuando no pido ¡Tate!, cae la breva pero de otra higuera…

¡Señor, yo quería de esta higuera! Pues va a ser que no, que es de la otra. De verdad no se qué pasa con las peticiones “monotema” que… ¡Qué si quieres arroz Mari Puri!

Esto no, esto tampoco, lo otro ni flores… Y me pregunto: ¿Pero es que no sabe lo importante que es para mí?, ¿no dijo “pedid y se os dará”?  

Pues como que no, y ¿entonces?...

…¡Ya caigo! Él se va “por los cerros de Úbeda” para que aquello que tú querías y que iba a tener graves consecuencias, te lo quita de en medio y te da otra cosa que no entiendes…   

Ya… Ejemplo: Le pides que tu hija coma… Pero manda al novio a Siberia a trabajar y resulta que la susodicha empieza a comer porque se olvida del novio “congelao”… Algo así debe ser (en confianza, a que sí os pasa).   

Pues nada a seguir esperando y que aunque las cosas vayan a peor, que es “lo normal”, es que nos está evitando “un descalabro mayor sin vuelta atrás”.

Sus soluciones “raras” resuelven más cosas de lo que imaginamos. (Cómo Te defiendo ¿eh?)

Pues ya que lo hago y no suelo pedir para mí, a nosotros que nos parta un rayo (es broma), dame luces que casi no veo.

¡Confío en ti!


Emma Díez Lobo    

miércoles, 25 de octubre de 2017

Creer es comprometerse


Creer es comprometerse, es fiarse, ponerse en camino para seguir los pasos de Jesucristo que nos llama. Estamos viendo en las lecturas de estos domingos que la llamada del Señor es exigente y que la respuesta que nos pide debe ser radical, porque la voz del Señor se registra en lo más hondo de nuestro ser y nos pide que nos fiemos. Ha bastado con un encuentro, con mirar su apacible rostro y descubrir la serenidad de Dios que te llena de paz. No somos los únicos que vivimos esta experiencia del encuentro con el Señor, la historia de la Iglesia está repleta de una nube de testigos que oyeron la misma invitación determinante y, a pesar de tener conciencia de pecadores, se pusieron en actitud de conversión, cambiaron de ruta y orientaron sus pasos hacia Cristo. Hoy sucede también lo mismo, Cristo sigue pasando y llama, nos llama por nuestro nombre de una manera inconfundible y nos dice: “hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. A ver cuál será nuestra respuesta. Cualquiera de nosotros, por la acción del Espíritu Santo, somos lugar de vocación, de elección y de misión. Dios mismo alza la voz para que le escuchemos y nos señala el camino hacia la comunidad, al servicio de crecimiento en la comunión y a la fraternidad universal.
El Señor sigue mandando a su viña trabajadores, sale a todas horas a nuestro encuentro y no se cansa de ofrecernos el panorama de la humanidad para que nos demos cuenta que las necesidades son reales y que tenemos por delante un importante papel que desempeñar. En su viña cabe todo el mundo y cada uno tiene que ser responsable de la tarea para la que fue llamado, tareas sencillas y fáciles, pero que necesitan presencia, constancia, confianza en Él, permanencia y fidelidad. No caigáis en la tentación de pensar que lo que pide Dios es irrealizable, porque te lo pide Él y ya se encargará de darnos las fuerzas necesarias para agarrarnos a la Cruz. Dios se manifiesta en cosas sencillas, las de cada día, tareas que puedes hacer perfectamente y que sólo te exigen fiarte. Aunque tú pienses que eres débil, que se trata de una aventura muy grande, no temas, porque Dios te fortalece, te apoya, te ayuda y te presenta el camino expedito. Es importante que escuchemos con atención el Evangelio de esta semana, que nos advierte de las posibles actitudes que podemos tomar, pero nos avisa seriamente de la gravedad de no hacer la voluntad de Dios.
Hacer la voluntad de Dios no es fácil, lo sabemos, también para el mismo Jesús no fue fácil, cuando fue tentado en el desierto y en el Huerto de los Olivos, pero nos enseñó a aceptar la voluntad del Padre. Tampoco para nosotros es fácil, pero este es el camino. El mismo Papa Francisco comentaba que el recurso más válido para tener certezas sobre la voluntad de Dios en tu vida y en la de los demás es rezar: “Hacer oración para querer hacer la voluntad de Dios, y volver a hacer oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando conozcas la voluntad de Dios, también debes rezar, por tercera vez, para hacer la voluntad de Dios, para cumplir esa voluntad, que no es la tuya, sino la de Él”. El Santo Padre nos ponía como ejemplo a la Virgen María, que cuando la visitó el ángel ella respondió: “Hágase lo que tú dices”, es decir, que se haga la voluntad de Dios.
+ Jose Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena



martes, 24 de octubre de 2017

Todos iguales, pero…

                                                   

     
Fijábame yo en mi prójimo y ¡mira por donde! que era igual que yo, diferente en tonteras: Altura, género, anchura, color, dinero… Estupideces varias sin importancia, pero igual que yo.

¿Sabéis dónde encontré la diferencia? En que yo les miraba y ellos no, yo no interesaba a nadie y tampoco se interesaban entre ellos; diréis ¡normal! si no se conocen… Cada cual como si el mundo acabara en su propio aura.

¡Jope! Me dije, vaya humanidad “sin prójimo” atestada de prójimos…

¡Pues a mí me daba igual no conocerles! Eran ellos, mi gente, compartiendo conmigo este mundo redondo con un mismo corazón, que sufre, que ríe, que se desespera, que duda, que no ve la luz, que es feliz…

Sentí sus almas agarradas a la tierra de una manera feroz como si la muerte no anduviera por allí… “Ella” anda por cualquier lado esperando tu alma para ser entregada a… Me acongojé de sus miedos íntimos borrados del todo a la luz del sol; no ocurriría nada ¡por favor!, eso no entra en sus planes… No, es posible que no, pero… ¿Estarán con Dios?, ¿Le habrán dado la espalda?

Me dije, seguro que rezan para que todo les salga bien, o tal vez ni siquiera rezan y precisamente no somos del grupo de los “justos”. Me preocupan como me preocupo de mí.

Me fui a casa y me puse a escribir preguntándome si en la más dura tribulación, alguno de ellos dejaría las cosas en manos de Dios diciendo: “Que sea tu voluntad y no la mía”, Tú eres todo para mí.

En fin, lo que quería decir es que ellos me interesan.


Emma Díez Lobo

lunes, 23 de octubre de 2017

Arrepentimiento




  
Después de la lectura (Mt 21, 28-32) se puede concluir que hay dos clases de cristianos en los hombres en general, pero aquí nos interesan los cristianos.

[El padre se acercó al primer hijo] “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. Él le respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Cabría la posibilidad de que este hijo representara a los que son más rebeldes, por calificarlos de alguna forma, y no aceptan las cosas así porque sí. Podríamos pensar que son aquellos que, aún a riesgo de ser tildados como desobedientes, polémicos o como se les quiera llamar, por principio o por manera de ser se niegan o no acatan las órdenes porque la haya dictado la jerarquía, o mejor, precisamente por provenir de la jerarquía, por principio lo ponen en cuarentena. Podrían ser aquellos que tienen que sopesar los pros y las contras, primero tienen que meditar, reflexionar, consultar, etc. y solo después, si están convencidos aceptan. Seguramente el solo convencimiento les lleva a la obediencia. Lo que sí podemos afirmar con toda certeza es que son aquellos que después de hablar lo no debido (pecar) se arrepienten y actúan. Tienen la virtud del arrepentimiento, les pesa tener esa forma de ser  y sienten aflicción y pesadumbre. No son cristianos de palabra, sino de obra.

Después le dijo al otro hijo lo mismo y este le respondió: “Voy, señor”; pero no fue. Por el contrario este hijo representa a los que lo primero que hacen es decir sí, pero después se dan media vuelta y si te vi  no me acuerdo. No son contestatarios, tienen muy buenas palabras y semblante amable, pero sus obras son nulas. Son los que solemos llamar hipócritas, tienen una gran disconformidad entre las palabras y las acciones. Mientras no se conocen a fondo los tenemos por cristianos modélicos porque hacen muy bien su papel, pero las obras dictan mucho del comportamiento del buen cristiano y por supuesto no poseen el sentimiento del arrepentimiento.

O sea que el cristiano ideal sería el que sus palabras y sus obras van en consonancia y si alguna vez, por debilidad, peca, siente la necesidad del arrepentimiento.

Por desgracia el cristiano “modelo” apenas existe porque somos humanos y caemos muchas veces a lo largo del día, por lo que abunda más el cristiano “corriente”, el vulgar, el de contradicciones. Pero para dignificar su conducta tiene el arrepentimiento. Se convertirá en buen cristiano si después de haber pecado arrostra la caída, pide perdón a Dios y al hermano, si fuere el caso, y se levanta, no permanece y se acomoda en el fango. Digamos que a la luz del evangelio necesariamente el arrepentimiento es la tabla de salvación del cristiano “común”. Esto no quiere decir que el cristiano sea un ser pasivo; que, como se suele decir, se eche el alma a las espaldas y, porque sabe que tiene el confesonario, no intente mejorar, sino que como ser humano que es, es débil y cae, pero tiene la humildad de arrepentirse y la voluntad de volver a empezar.

Así que tenemos en nuestras manos la salvación por medio del arrepentimiento.  Lo dice el profeta Ezequiel (18, 27-28): Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo […] él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente  vivirá y no morirá.


Pedro José Martínez Caparrós

viernes, 20 de octubre de 2017

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario





Servir a Dios, no servirse de Dios.  Dios y el Estado

El Evangelio está centrado en la frase final de Jesús y a ella remite también la primera lectura, en la que se habla de que Dios se sirve del pagano Ciro para realizar sus planes de salvación; el relato es el marco necesario para entender la frase final, aunque también contiene una enseñanza importante sobre la sinceridad y libertad de Jesús y sobre la hipocresía de los que le preguntan.

Los enemigos de Jesús están buscando motivos para acusarle y envían a preguntarle si es lícito dar tributo a César; los enviados son fariseos, enemigos del tributo a Roma, y herodianos, partidarios. Si responde que sí, se opone a fariseos y especialmente al pueblo enemigo del tributo; si dice no, se opone a los herodianos que lo acusarán a las autoridades romanas (como de hecho hicieron los sanedritas ante Pilato más tarde cf. Lc 23,2). Quieren un sí o un no claro. Y para forzar la respuesta halagan hipócritamente a Jesús alabando su forma de enseñar, siempre fiel al plan de Dios y libre ante los hombres.

Formulan una pregunta de carácter esencial: es lícito, es decir, como una regla general permanente.  Los fariseos niegan el tributo por razones teológicas, porque según ellos pagar el tributo al emperador es reconocer su soberanía y ellos sólo tienen un soberano, Dios. Pero Jesús replantea la cuestión pasándola a un plano existencial. Pide que le enseñen la moneda del tributo y le enseñan un denario, moneda romana. Han caído en la trampa. ¿Quién obliga a un fariseo llevar moneda romana en el bolsillo? La lleva porque le interesa beneficiarse de las ventajas económicas que ofrece el comercio dentro del Imperio romano. Jesús pregunta de quién es la imagen y la inscripción. De César (Tiberio César), responden. Y termina Jesús: Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios, es decir, hay que estar a las duras y a las maduras con relación a Roma: si os beneficiáis de Roma en lo económico, devolved contribuyendo al orden del Imperio, sin excusaros por falsos motivos religiosos, y devolved a Dios todo que es de Dios, es decir, todo, incluido el mundo de César, que no hay que verlo como opuesto a Dios.

        El texto no contrapone Estado e Iglesia (ésta no aparece en este contexto), sino Dios y Estado. Todo es de Dios creador, incluso el Estado, querido por Dios en función del bien común de las personas que deben organizarse para ello (cf. Rom 13,1-7). Por eso todos los hombres y todas las instituciones humanas han de devolver (el significado propio del verbo apodídomi es devolver) a Dios creador lo que es de Dios, es decir, todo lo recibido de él y querido por él, la vida, los bienes, el Estado... Esto quiere decir que el Estado no es una instancia absoluta que determina el bien común por sí mismo, pues está sometido a Dios, que en este caso manifiesta su voluntad no por la revelación positiva, es decir, por los contenidos de la revelación judeo-cristiana, sino por un medio al alcance de todos los pueblos, la ley natural inscrita en el corazón de los hombres. No basta por ello la simple mayoría de votos para decidir lo que es bueno o malo, el llamado positivismo jurídico, hay que buscar siempre y acomodarse a los grandes valores humanos: el bien, la vida, la justicia, el bien común... Como dijo Benedicto XVI ante el parlamento alemán: “El cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado... En cambio, se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes de derecho, se ha referido a la armonía entre la razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas están fundadas en la Razón creadora de Dios”.

        ¿Y la Iglesia y el Estado? La Iglesia, por una parte, no se identifica con Dios, es depositaria viviente de la revelación positiva de Dios y, en cuanto que ésta ayuda a conocer mejor la ley natural,  ha de procurar que esta revelación impregne todas las relaciones sociales;  por otra, como está compuesta de ciudadanos, en cuanto tales están obligados al bien común de la sociedad y han de contribuir en conciencia a este fin, obedeciendo a las legítimas autoridades y pagando tributos, y en la medida de lo posible, han de procurar que el plus que añade la revelación positiva a la ley natural llegue también a las leyes que ordenan el bien común, pero nunca imponiendo, sino proponiendo, haciendo ver cómo contribuye al bien común. La base del Estado es la ley natural, la revelación positiva aclara aspectos y ayuda a conocerla mejor. No se puede identificar Comunidad cristiana y Estado, que son dos realidades distintas que han de procurar ayudarse mutuamente a cumplir sus cometidos.

En la Eucaristía, por una parte, la Iglesia pide por todos los gobernantes para que Dios los ilumine y fortalezca en su tarea de buscar el bien común del pueblo, y, por otra, los cristianos devuelven al Padre por medio de Jesucristo su vida como ciudadanos a modo de ofrenda espiritual.


Dr. Antonio Rodríguez Carmona

jueves, 19 de octubre de 2017

Sé valiente. La misión te espera


El próximo domingo 22 de octubre celebraremos la Jornada Mundial de la Propagación de la Fe, el popular DOMUND, una fecha muy apta para fortalecer nuestro compromiso misionero, que dimana de nuestra condición de discípulos de Cristo. En el mensaje que el papa Francisco nos ha dirigido con ocasión de esta Jornada nos dice que el Señor Jesús, el primer evangelizador, nos llama a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. La Iglesia, añade, es misionera por naturaleza. Si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo. Sería sólo una asociación entre muchas otras.

La fe es un don, un don precioso de Dios que no está reservado sólo para unos pocos, sino que se ofrece a todos. No podemos guardarlo sólo para nosotros porque lo esterilizaríamos. Hemos de compartirlo, para que todos puedan experimentar la alegría de ser amados por Dios y el gozo de la salvación. El anuncio del Evangelio es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia y una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial, que no se queda en los caminos trillados, sino que sale también a los suburbios y descampados, para llegar a aquellos que aún no han conocido a Cristo.

El Concilio Vaticano II nos encareció que la misión es un compromiso de todo bautizado y de cada comunidad cristiana. No es algo marginal en la vida de la Iglesia, sino algo que pertenece a su esencia más profunda. No significa violentar la libertad de los destinatarios de nuestro anuncio, si lo hacemos con respeto, sin obsesiones proselitistas, pero sí con entusiasmo y convicción, pues anunciamos al que es el Camino, la Verdad y la Vida del mundo, el manantial de una esperanza que nunca defrauda.
En su mensaje nos dice el papa Francisco que el mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. “Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta”. Añade el Santo Padre que “la misión de la Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio»”, como el propio Papa nos decía en Evangelii gaudium.
Se dirige después a los jóvenes que son la esperanza de la misión. Muchos se sienten fascinados por la persona del Señor y su mensaje. Muchos sensibles ante los males del mundo, se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado. A estos jóvenes les pide el Papa que sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra. La Iglesia desea comprometer a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.
En este octubre misionero, y muy especialmente en la Jornada del DOMUND, hemos de pedir insistentemente al Señor que mire a los ojos de los jóvenes de nuestra Archidiócesis, chicos y chicas, para que sean valientes y sean muchos los que se decidan a seguirle en el sacerdocio o en la vida consagrada, de manera que dediquen su vida al servicio de la Iglesia, al servicio del anuncio del Evangelio y al servicio de sus hermanos. ¿La recompensa? La alegría y la felicidad desbordante que yo he contemplado en los rostros de los misioneros y misioneras sevillanos cuando me visitan con ocasión de sus vacaciones. Puedo asegurar que no he conocido personas más felices en su entrega al Señor, a la evangelización y a sus hermanos, especialmente los más pobres.
Pero la llamada a la misión no es exclusivamente para los jóvenes. Todos, también los adultos, cualquiera que sea su edad y condición, estamos llamados a comprometernos valientemente en el anuncio de Jesucristo en nuestro entorno. España es hoy ya un país de misión. Son muchos los conciudadanos nuestros que han abandonado la fe o la práctica religiosa. Son muchos los ciegos que no han conocido el esplendor de Cristo, y son muchos los cojos que van tambaleándose por la vida y necesitan apoyarse en el Señor. Nosotros se lo podemos mostrar, compartiendo con ellos el tesoro de nuestra fe.
No olvidemos la oración diaria y los sacrificios voluntarios por las misiones y los misioneros. Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, murió a los 24 años en el Carmelo de Lisieux. Allí fue misionera orando e inmolándose por las misiones. No olvidemos tampoco la ayuda económica el próximo domingo. Seamos generosos en la colecta.
Que la Santísima Virgen nos ayude a todos, jóvenes y adultos, a ser valientes y a comprometernos en la misión. Para todos y muy especialmente para nuestros misioneros y misioneras diocesanos, mi abrazo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


miércoles, 18 de octubre de 2017

A ti que quemas la vida




A ti que tienes maldad en tu alma… ¿Sabes que la vida no termina aquí? “En aquél lugar” hay fuego, dolor, amargura, desesperación… El mismo fuego con que quemas España y exterminas vidas sin saber si estaban en manos de Dios… 

¡Qué locura!

No les diste tiempo a huir de tu maldad ¿Te hizo algo el bebé?, mientras lloraba pidiendo auxilio al mundo, tú reías absorto “¡Qué proeza la mía, de cuánto soy capaz!!!”, ¿no le oías?, ya, estabas contemplando tu triunfo…

Pero Dios te vio, te vio desde el principio cómo aniquilabas la vida humana, animal y vegetal. ¿No Le viste? Lástima por ti, porque ante tus malévolos ojos, cogió en sus brazos al bebé, le calmó y le quitó todo rastro de dolor que tú le provocaste a conciencia, pero ¿sabes? no se qué hará contigo, no lo sé… El bebé era uno de sus pequeños intocables.

Algún día dejarás de dormir para sumirte en la más profunda pena. Lo siento por ti, difícil vivir así, tremendo morir así.

No puedo juzgarte ni debo, pero hermano, quien “a fuego mata a fuego muere”, o clamas clemencia a Dios o clamarán tu alma desde las tinieblas ¡Tú decides!

Acoge Señor las almas que el fuego te envió y dales la luz y la libertad que aquí les fue arrebatada; dales praderas frescas y ríos limpios, dales el sosiego de la paz.

R.I.P 
      
Emma Díez Lobo