domingo, 24 de diciembre de 2017

Natividad del Señor

  



La Palabra ha acampado entre nosotros

En Navidad los cristianos no recordamos el nacimiento de un personaje importante, que pasó por este mundo y nos dejó valiosas aportaciones. Para los cristianos el que nació hace XXI siglos es el Hijo de Dios, el Viviente que nos acompaña constantemente. Los cristianos celebramos Navidad a la luz de la resurrección. El que se hizo hombre continúa entre nosotros, nos acompaña y nos capacita para que compartamos plenamente su condición. Esto explica el que en muchos sectores del pueblo cristianos se llame a estos días “Pascua”, pues realmente Navidad no se entiende sin la Pascua de resurrección.

El Evangelio directamente y la segunda lectura indirectamente llama a Jesús la Palabra. Las personas necesitan una lengua común para entenderse, evitando palabras y tecnicismos. Se alaba a la persona a la que todo se le entiende. Aquí radicaba el problema de la humanidad para entender y comunicarse con Dios, ¿cómo puede entender una persona humana con una inteligencia limitada a Dios que es sabiduría infinita? Dios, como dice la segunda lectura,  ha manifestado su plan de salvación de diversas maneras. En la etapa que conocemos como tiempo de preparación o Antiguo Testamento lo dio a conocer de forma parcial, imperfecta y poco a poco por medio de sus enviados los profetas al pueblo judío. El motivo de la imperfección era que el lenguaje empleado por los profetas  no era adecuado al mensaje que tenían que transmitir.   La primera lectura en concreto recuerda un oráculo de Isaías que anuncia algo interesante, que Dios va a salvar por medios de un hombre. No precisa cómo, pero es una pista interesante. Cuando se cumplió este tiempo de preparación, Dios manifestó su plan de forma completa por medio de su Hijo que se ha convertido en su Palabra. En este caso la palabra no es un sonido, es una persona viviente, cuya presencia, actuación y mensaje nos habla de forma clara, elocuente y manifiesta diciéndonos que Dios nos ama y quiere nuestra felicidad. Este es el lenguaje adecuado que entendemos los humanos. Así viendo y escuchando a Jesús, todos podemos conocer cómo piensa Dios, cómo habla, cómo actúa, cómo ama. Por eso san Juan en el Evangelio llama a Jesús Palabra, que  da a conocer  a Dios Padre: A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (Jn 1,18).

Para ello no se ha hecho un hombre poderoso, una especie de rey que desde fuera nos habla, sino que se ha unido a nuestra caravana de hombres necesitados. Nos lo dice san Juan en el Evangelio: La Palabra se hizo hombre y ha puesto su tienda de campaña entre nosotros. La humanidad era una caravana de personas, perdidas en el desierto de la vida que buscaba el camino de la felicidad sin saber por dónde caminar. La Palabra de Dios se ha unido a nuestra caravana y ha actuado como guía que ha descubierto el camino deseado. Este es que una vida consagrada al amor lleva a Dios porque Dios es amor. Para ello asumió nuestras debilidades, menos el pecado, consagró su vida a hacer la voluntad del Padre por amor, murió en una cruz por nosotros, resucitó y nos trajo la plena salvación.

        Nuestro Dios es  el Padre revelado por nuestro Señor Jesucristo, no el Dios abstracto de los filósofos. Estos nos pueden aproximar a la existencia de Dios con sus razonamientos, Jesús-Palabra, en cambio, nos habla de Dios de forma concreta, como el misericordioso que ama a los hombres, quiere su salvación, su alegría, comparte nuestros sufrimientos. Toda la vida de Jesús nos grita que Dios Padre nos ama,  entrega a su Hijo (Jn 3,16) y quiere hacernos hijos suyos de una manera especial. Ante nuestros porqués sobre Dios, la mirada a Jesús ayudará a iluminarlos.

Hoy recordamos el comienzo de esta aventura. Dios nos ha hablado con una palabra permanente con la que nos ha dicho todo lo que tenía que decirnos. Entregándonos a su Hijo eterno, no tiene más Palabra que decirnos. Él es la Palabra total. En ella encontramos respuesta a todas nuestras preguntas existenciales. Ahora se trata de contemplar y profundizar en esta palabra, amándola, imitándola y profundizando en su contenido. El tiempo de Navidad nos invita a ello. En la medida en que la escuchamos, nos irá descubriendo la profundidad de su mensaje.

Pero hay que tener en cuenta que, gracias a su resurrección, Jesús se encuentra presente en la Eucaristía, en su palabra y en todos los hombres, especialmente los necesitados y que estas presencias son inseparables, es decir, que se le acoge en todas a la vez o no se le acoge en ninguna. Nuestra tentación es centrarnos en lo aparentemente fácil, como puede aparecer la Eucaristía, pero es una acogida vana si no va unida a las demás  acogidas.

Navidad es tiempo de contemplación, de la que tiene que dimanar la alegría. ¡El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los hombres seamos hijos de Dios! Necesitamos silencio y oración para dar lugar a la contemplación.

Celebrar la Eucaristía es actualizar el diálogo. El Padre nos sigue hablando su amor permanentemente por medio de su Hijo, su Palabra, que nos vuelve a dirigir sacramentalmente. Participar la Eucaristía es acoger esta Palabra en nuestra vida, agradecerla y dejarse transformar.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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