viernes, 16 de febrero de 2018

¡Qué admirable intercambio!




Permitidme que evoque nuevamente lo que significa en los creyentes el amor vicario con la imagen elocuente de Paul Claudel: «Cuentan que Violeta era una muchacha muy feliz porque había encontrado su verdadera vocación.
–‘¡Qué dichosa me siento!’ exclamaba, ‘¡Dios me ha regalado poderme consagrar a Él’.
Violeta era una mujer sencilla, que hacía gala a su nombre. Sabéis que las violetas crecen en la oscuridad y que desprenden un olor más intenso cuando son estrujadas. Se cuestionaba: «¿de qué sirve la vida si no es para darla?»… y derramaba caridad.
Una tarde se encontró con Pierre de Craon, un famoso constructor de catedrales, acaso el más famoso. A pesar de su fama, Pierre sufría una desgracia que le marcaría toda su vida: tenía una enfermedad incurable, la lepra.
Violeta sentía compasión por aquel ilustre leproso al que todo el mundo requería para construir grandes edificios pero al que nadie podía acercarse.
Violeta, movida por la caridad y la compasión, un día se acercó a Pierre. Al despedirse, le besó en la frente. Pierre, pensando que estaba ya en el cielo, sonrió. Y comenzó a vivir con una esperanza nueva. Poco tiempo después, en primavera, Violeta descubrió que en su cuerpo había aparecido una pequeña mancha: era la lepra y, paradójicamente, esa misma mañana, Pierre se sorprendió al descubrir su cuerpo totalmente limpio. Aquel beso de Violeta había tomado su lepra ¡QUÉ ADMIRABLE INTERCAMBIO!
Esta misma escena, se repite también en nuestro mundo a través de tantos creyentes que están dispuestos a «tocar», «besar», «aliviar» el corazón herido, roto, vacío, deshabitado… de tantos hombres y mujeres que se sienten realmente «leprosos» en el mundo.
Agradezco al Señor que en nuestra Diócesis nos siga regalando tantas personas sensibles e «implicadas» eclesialmente (voluntarios/as) que logran visibilizar, a través de su frágil y humilde mediación, la ternura de Dios. En cada uno de sus gestos solidarios, Dios mismo vuelve a ponerse en el «pellejo» de los más pobres y desvalidos. Está dispuesto nuevamente a «intercambiar su puesto» (a cargar con la cruz más pesada), a «indultar TODA nuestra deuda» (desamor), a «formatear el disco duro» (corazón), a besar tus llagas, a sanar tus heridas (tus estigmas), a cerrarlas y curarlas definitivamente. Sólo te pide a cambio que te dejes abrazar por Él (sacramento del perdón) para que puedas recuperar tu paz y tu alegría interior. También tu dignidad y libertad.
Nuestros «leprosos» de hoy (enfermos, ancianos, parados, marginados, empobrecidos, encarcelados, drogadictos, desahuciados sin techo ni hogar, inmigrantes, vagabundos, excluidos, maltratados…) llevan marcadas sus cicatrices (estigmas) en el alma y descubren nuestro amor vicario como verdadera caricia de Dios.
 Hoy igual que ayer los «leprosos» están condenados a quedar desterrados en la periferia para evitar su contagio e impureza legal. La ética que hoy imponen los nuevos dioses encumbrados en el «Olimpo» del mundo es la exclusión en el orden constituido. En el sistema sólo tienen cabida los que pueden ser útiles y rentables.
Invito a todos los que se sientan heridos, abatidos, vacíos, desorientados, excluidos o marginados de la sociedad por su condición social, cultural, económica, religiosa… a acercarse hasta el hogar de Dios, la Iglesia, para que sean acogidos, escuchados, acompañados y sostenidos por aquellos que tienen las mismas entrañas de misericordia que Aquel que nos creó por amor.
Al igual que aconteció con Jesús, al tocar la miseria humana no incurriremos en impureza moral ni legal sino que sanaremos de la egolatría a nuestro mundo. Y serán los propios tullidos, los pobres, los marginados y los excluidos quienes alabarán a Dios mostrando un modo alternativo de vivir en comunión y fraternidad en la casa común que algunos se quieren apropiar.
Gracias al soplo de los carismas del Espíritu hay en el mundo millones de corazones entregados a la apasionante tarea de amar al prójimo y millones de manos activas en la liberación de los pobres: organizaciones humanitarias, misioneros y misioneras del Tercer Mundo, religiosos y religiosas que sirven a enfermos y ancianos, cientos de miles de sacerdotes y laicos que optan por la pobreza y hacen efectiva la buena noticia de la salvación de Dios a los pobres de este mundo.
Con mi afecto y mi bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón


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