viernes, 9 de febrero de 2018

Ser­vir a los en­fer­mos





 “La Igle­sia debe ser­vir siem­pre a los en­fer­mos y a los que cui­dan de ellos con re­no­va­do vi­gor, en fi­de­li­dad al man­da­to del Se­ñor, si­guien­do el ejem­plo muy elo­cuen­te de su Fun­da­dor y Maes­tro”. Así co­mien­za el papa Fran­cis­co el men­sa­je para la Jor­na­da Mun­dial del En­fer­mo, que la Igle­sia ce­le­bra el pró­xi­mo do­min­go día 11. Este año se ins­pi­ra en las pa­la­bras que Je­sús, des­de la cruz, di­ri­ge a su ma­dre Ma­ría y a Juan: «Ahí tie­nes a tu hijo… Ahí tie­nes a tu ma­dre. Y des­de aque­lla hora, el dis­cí­pu­lo la re­ci­bió en su casa» (Jn 19,26-27). Las pa­la­bras de Je­sús son el en­car­go de una nue­va mi­sión para Ma­ría: ser la Ma­dre de los dis­cí­pu­los de su Hijo, cui­dar de to­dos ellos, en lo ma­te­rial y en lo es­pi­ri­tual. Tam­bién los dis­cí­pu­los es­tán lla­ma­dos a cui­dar unos de otros, y a cui­dar de to­das las per­so­nas ne­ce­si­ta­das que en­cuen­tren en su ca­mino.

Cui­dar unos de otros, cui­dar es­pe­cial­men­te a las per­so­nas más ne­ce­si­ta­das, cui­dar a los en­fer­mos, cui­dar a los an­cia­nos. La vida hu­ma­na es dig­na del má­xi­mo cui­da­do en cada una de sus fa­ses, y es­pe­cial­men­te en las si­tua­cio­nes de fra­gi­li­dad y de de­bi­li­dad. Cuan­do una so­cie­dad se deja lle­var por un plan­tea­mien­to pu­ra­men­te uti­li­ta­ris­ta, los que aca­ban su­frien­do son siem­pre los más dé­bi­les, y en este caso, los en­fer­mos tien­den a ser con­si­de­ra­dos como un pro­ble­ma, como una car­ga de la que hay que li­be­rar­se. Para no­so­tros debe ser jus­to al con­tra­rio. La dig­ni­dad de la per­so­na ra­di­ca en su ori­gen y su des­tino, en que ha sido crea­da a ima­gen y se­me­jan­za de Dios, re­di­mi­da por Cris­to, tem­plo vivo del Es­pí­ri­tu, des­ti­na­da a una vida eter­na en co­mu­nión con Dios y los her­ma­nos. La dig­ni­dad ra­di­ca en la bon­dad y el va­lor de la per­so­na con­si­de­ra­da en sí mis­ma, no por la uti­li­dad que pue­da ofre­cer a al­guien o algo.

Aho­ra bien, ¿qué lu­gar tie­nen que ocu­par los en­fer­mos y los an­cia­nos en un mun­do que fun­cio­na cada vez más con el cri­te­rio de la pro­duc­ti­vi­dad? Si todo se va re­du­cien­do a pro­duc­ti­vi­dad y con­su­mo, es muy pro­ba­ble que la per­so­na que va de­jan­do de ser “útil” se vuel­va irre­le­van­te y aca­be sien­do in­vi­si­ble. Esta es la reali­dad de no po­cos en­fer­mos cró­ni­cos y an­cia­nos. A pe­sar de los gran­des avan­ces de la me­di­ci­na, tar­de o tem­prano la en­fer­me­dad se hace pre­sen­te en la vida, como tam­bién lle­ga­rá el mo­men­to de la muer­te. El mie­do a la en­fer­me­dad y a la muer­te ha exis­ti­do siem­pre, pero hoy tra­ta­mos de ocul­tar más que nun­ca el en­ve­je­ci­mien­to, la en­fer­me­dad y la muer­te. Con todo, for­man par­te de nues­tra exis­ten­cia y re­sis­tir­se a acep­tar la reali­dad al fi­nal lle­va a la frus­tra­ción. Hay que apren­der a asu­mir la en­fer­me­dad y tam­bién apren­der a en­ve­je­cer. Hay que des­cu­brir el sen­ti­do pro­fun­do de la vida en cada si­tua­ción con­cre­ta.

El Papa nos re­cuer­da que a lo lar­go de la his­to­ria de la Igle­sia esta mi­sión de cui­dar a los en­fer­mos se ha ma­te­ria­li­za­do en mu­chas ini­cia­ti­vas de per­so­nas y de ins­ti­tu­cio­nes y con­ti­núa en la ac­tua­li­dad en todo el mun­do. En los paí­ses que dis­po­nen de sis­te­mas sa­ni­ta­rios pú­bli­cos y ade­cua­dos, la Igle­sia ofre­ce una aten­ción mé­di­ca de ca­li­dad, pone a la per­so­na hu­ma­na en el cen­tro del pro­ce­so te­ra­péu­ti­co y lle­va a cabo una in­ves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca des­de el res­pe­to de la vida y de los va­lo­res mo­ra­les cris­tia­nos. En los paí­ses don­de los sis­te­mas sa­ni­ta­rios son inade­cua­dos o no exis­ten, la Igle­sia tra­ba­ja para ofre­cer la me­jor aten­ción sa­ni­ta­ria po­si­ble. La ima­gen de la Igle­sia como un «hos­pi­tal de cam­pa­ña» es una reali­dad muy con­cre­ta, por­que en al­gu­nas par­tes del mun­do, sólo los hos­pi­ta­les de los mi­sio­ne­ros y de las dió­ce­sis brin­dan la aten­ción ne­ce­sa­ria a la po­bla­ción.
Que la Jor­na­da Mun­dial del en­fer­mo, en el día de la Vir­gen de Lour­des, nos ayu­de a pres­tar aten­ción y com­pa­ñía a nues­tros her­ma­nos en­fer­mos.
+ Jo­sep Ángel Saiz Me­ne­ses
Obis­po de Te­rras­sa


No hay comentarios:

Publicar un comentario