viernes, 6 de abril de 2018

La misión cristiana es para el presente




El misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría.

 En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto, que nos hace instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad. Porque Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad, se hace necesaria la escucha -en profundidad- de su Palabra, y prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria; aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu. Dejar que el corazón se abra al soplo de la brisa divina. 

En la escucha de la Palabra, Jesús conoce el contenido de la misión que el Padre le ha confiado. Se necesita discernir. Jesús al leer en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías discierne el contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperan al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). 

Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu. Toda vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia. Por último, vivir. Jesús anuncia la novedad del momento: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él. Precisamente «hoy -afirma Jesús- se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos con la excusa de esperar un tiempo más adecuado; si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección.

 ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.

(Papa Francisco)

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